La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

16 de mayo de 2013

Sindicalistas y cooperadores, de Rivas Moreno

Dedicatoria de Francisco Rivas Moreno en uno de sus libros (Archivo La Alcarria Obrera)

Francisco Rivas Moreno fue un intelectual francotirador, es decir, que iba por libre y no seguía la corriente mayoritaria de su entorno. Nacido en el pueblo ciudadrealeño de Miguelturra fue regionalista en una Castilla que se veía más como esencia de España que como uno más de los territorios que la componían. Ajeno también a esa defensa a ultranza de la propiedad privada que la burguesía mesetaria usaba como arma arrojadiza, pero sin ser nunca un colectivista convicto, fue un agrarista que defendía la vía intermedia de las cooperativas campesinas. Político liberal, integrado en un sistema oligárquico y caciquil en el que no se sentía cómodo. Periodista prolífico, que fundó, dirigió o colaboró con una larga lista de publicaciones de Ciudad Real, de Madrid y del resto de España. Es, sin embargo, un gran desconocido, a pesar de haber sacado de la imprenta varias docenas de libros. Hoy reproducimos el último capítulo de su obra Parcelación de latifundios y cooperación integral, publicado en 1919. Durante unos meses fue gobernador civil de Guadalajara.

Sindicalistas y cooperadores
El abolengo del Sindicalismo se encuentra en los antiguos gremios y en las cooperativas de producción.
La idea capital que informa las orientaciones sindicalistas es la asociación obrera por oficios, y esto de antiguo lo viene practicando el Socialismo en todos los países.
No hay, por tanto, en el programa sindicalista novedades que puedan sorprender a los que siguen atentamente el proceso social de las reivindicaciones obreras, pues su enemiga al sistema parlamentario, su amor a los procedimientos de violencia, a la dictadura y al deseo de que se socialicen la tierra y las industrias son particulares de rancia historia, pobremente cimentados y que fácilmente se refutan.
Si el sindicalismo estudiara sin apasionamientos sectarios el desenvolvimiento de las actividades cooperativistas, vería que en este sector de la vida social están sus aspiraciones atendidas dentro de lo que la justicia y la realidad permiten.
La organización de los obreros por gremios es condición precisa para llegar a establecer las cooperativas de producción.
Esta es la primera y más importante coincidencia que debemos señalar entre los procedimientos que recomiendan los sindicalistas y las normas de la cooperación.
Nosotros deseamos que cada gremio trabaje por su cuenta los elementos Industriales que constituyen su especialidad; y a este respecto buscamos una perfecta armonía entre los técnicos y los manuales para que aúnen sus esfuerzos en las nuevas organizaciones, como socios industriales y capitalistas que unos y otros han de ser.
Nos lleva este camino directamente a la supresión del patrono en la forma que ahora interviene en la producción; pero sus derechos todos serán respetados y a este efecto se le indemnizará en forma equitativa el importe de los inmuebles y elementos de trabajo que entregue a los gremios.
Como se ve, para nosotros el derecho de propiedad es tan sagrado cuando hay que ampararle en los patronos como al cuidarnos de formar el patrimonio de la familia obrera con los beneficios alcanzados por los esfuerzos de los asalariados.
Las enseñanzas recientes recogidas en Rusia y Austria evidencian que la socialización de la tierra y de las fábricas tiene como corolario obligado el desamor de los obreros al trabajo y el desastre de las fuentes de producción.
Sin los fuertes estímulos del interés individual nunca se hizo ni jamás llegará a hacerse una labor penosa. Pretender que un minero sacrifique su vida pasando las horas del día respirando el aire malsano de una galería y agotando sus energías físicas con esfuerzos de extraordinaria violencia, sin que al final de estas faenas vea para él y los suyos justo premio, es soñar con el mayor de los delirios.
En el campo, al socializarse la tierra, los que la cultivasen quedarían en una situación de dependencia respecto del Estado que, lejos de mejorar el presente, le empeoraría, pues el nuevo patrono acomodaría sus acuerdos a las bastardías de pandillaje político; y campesino que no se sometiera incondicionalmente a los caprichos y conveniencias de los directores de los asuntos públicos, sería sustituido por algún doméstico de los santones imperantes.
De modo muy distinto sucederán las cosas si los latifundios se entregan a las instituciones obreras para que los cultiven con arreglo a las disciplinas de la cooperación integral pues en estos organismos jamás se reflejarán las luchas entre el capital y el trabajo; y el problema de las horas de labor y el de los salarios, que tantos conflictos han originado en el campo y en los centros fabriles, jamás provocarán la más pequeña disensión entre los miembros de las cooperativas integrales toda vez que no existen explotadores ni explotados.
¿Cómo respetando el derecho de propiedad pueden los sindicatos encargarse de los latifundios y de las fábricas si sus disponibilidades no les permiten saldar las deudas ni atender a los gastos de explotación?
En Rumania la propiedad territorial estaba en muy pocas manos, y los campesinos trabajan hoy en terrenos que les pertenecen, porque una ley dispuso que los latifundios fueran parcelados con objeto de que la familia agrícola se adueñase de la porción de terreno que precisaba para vivir modestamente con sus rentas. El Estado garantizó el pago de la gran propiedad parcelada y a su favor quedaron hipotecadas las tierras de los campesinos con las mejoras que en ellas se fueron acumulando.
Las cooperativas fabriles de producción pueden contar con los fondos de reserva de las de consumo, con las economías de los obreros y con los cientos de millones que destinan el Ahorro postal y las instituciones análogas a comprar papel del Estado.
Insisto en la idea de que estos caudales debían servir para fundar Bancos populares. Estas instituciones serían un valioso auxiliar para el desarrollo de todas las actividades. De las enormes sumas que hay improductivas en las cuentas corrientes de los Bancos, la acción oficial puede y debe tomar disposiciones para que tengan una inversión útil, excusando de este modo serios perjuicios a la economía nacional.
Aquí viene como anillo al dedo la frase de Waldeck-Rousseau, de que el capital debe trabajar, y el trabajo poseer. Los patronos, al entregar sus fábricas, estipularían las condiciones de pago y el interés anual que debía fijarse al capital. Este nunca excedería del 5 por 100. El sistema propuesto en Francia de emitir acciones para los obreros y los patronos me parece poco práctico.
Para afianzar el buen éxito de estas empresas sólo hace falta que por la educación y la cultura se consiga formar fuertes hábitos de ciudadanía y que las disciplinas de la Ética actúen con igual eficacia sobre todas las clases sociales. El porvenir presenta amplios horizontes para los técnicos. Ellos pueden formarse con hombres de todas las capas sociales.
La evolución lleva por caminos fáciles al logro de las justas aspiraciones de la familia obrera, y como no se siembran odios, no hay que cosechar luchas de clases. Lo contrario precisamente que sucede cuando los asalariados confían el logro de sus anhelos a la revolución.
Del parlamentarismo que en España tenemos pueden contarse con los dedos de la mano los hombres de recto sentido que no desean su inmediata desaparición. Las elecciones, hechas en todo tiempo por procedimientos que falsean la verdad del sufragio, han llegado a convencer a la opinión de que vivimos fuera de un régimen de democracia y que los Gobiernos excusarían al país gastos y molestias publicando en la Gaceta los nombres de los representantes de las provincias en la Asamblea nacional. Esto, al menos, tendría la recomendación de estar informado por los cánones de la sinceridad.
El sindicalismo no podrá prescindir de un cuerpo deliberante organizado con las representaciones de todas las entidades legalmente acreditadas. Poco importa que a esta Asamblea se la llame Sindicato único o Comité de obreros y soldados: lo esencial es las prerrogativas de que esté revestido este organismo.
Los cooperadores abogamos por que la representación parlamentaria se haga exclusivamente por los sindicatos, debiendo recaer la elección precisamente en un miembro de los que integren dichas asociaciones. Esta es la única manera de que todas las actividades hagan oír sus aspiraciones a la hora de legislar.
La opinión sana del país protesta con sobrada razón contra el absurdo de que los comicios sólo den sus sufragios a los abogados. Las divagaciones parlamentarias son corolario obligado de dicha conducta, y el descrédito en que ha caído el sistema representativo impone como remedio urgente y único la elección por gremios. Esto dará garantías de competencia y extirpará las malas artes que hoy tienen prostituido el Cuerpo electoral.
Los que defendemos los ideales democráticos con los arrestos y entusiasmos propios de arraigados convencimientos, es lógico que abominemos de esa dictadura sindicalista, que sería el mayor baldón que podría caer sobre una generación que a todas horas alardea de progresiva.

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