La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

31 de julio de 2012

Santiago Carrillo y las zonas de libertad

Pegatina del PCE, 1977 (Archivo La Alcarria Obrera)

Recientemente insertábamos una entrada con una parte muy significativa del documento “La Ley Sindical y las elecciones sindicales” que en 1971 elaboraron un grupo de militantes madrileños de la CNT del interior; en este texto se criticaba la táctica empleada por el PCE para aprovechar los resquicios del régimen con motivo de las elecciones sindicales de ese mismo año; pues en lugar de desacreditar al régimen boicoteando los comicios, se buscaba una amplia participación en el proceso que, aunque fuese de oposición al sindicato vertical, era presentada por el régimen como un respaldo a sus instituciones y un aval para su política represiva. Ahora reproducimos un amplio fragmento del informe presentado por Santiago Carrillo, secretario general del PCE, al Pleno del Comité Central comunista en septiembre de 1970. En él, defiende Carrillo su táctica (que llama "zonas de libertad") y sustituyendo un análisis marxista por un ejercicio de puro subjetivismo, se considera el artífice de la apertura y de la crisis del franquismo, que en su opinión se producía no tanto como resultado del cambio de las condiciones materiales y políticas de España sino como fruto de la acción exclusiva del PCE. Sorprende que pocos años después, este mismo Santiago Carrillo asumiese con tan débil resistencia el proyecto reformista de la burguesía franquista, desdeñando esa fuerza que el PCE decía tener.

Parece ser, según hemos leído en ciertos “papeles”, que algunos de los que apoyaron y participaron en esta política de salir a la superficie la condenan ahora calificándola incluso de aventurera. La atribuyen -¡hay que ver a qué extremos lleva la pasión desbordada!- ser causa de la represión del régimen. Es decir, un poco más y justifican la represión. Olvidan que cuando no estábamos en condiciones de salir a la superficie, ni de proponérnoslo siquiera, la represión franquista era todavía mucho más feroz; que no había detenciones ni procesos que no se saldasen con fusilamientos, cadenas perpetuas y torturas prolongadas meses y meses. Niegan un hecho real: que la represión ha ido retrocediendo, ablandándose precisamente a medida que el Partido y el movimiento de masas han ido saliendo a la superficie. Pase todavía que piensen así algunos jóvenes izquierdistas que han nacido a la lucha ahora, que no han conocido la represión franquista en todo su apogeo, que sólo saben de esa represión en sus formas de hoy, y que creen que el modo de eludirla es la ultraclandestinidad. Pero que hablen así los que han conocido ambas etapas, la de ayer y la de hoy, no se explica de ninguna manera.
Cierto que la salida hacia la superficie representaba un riesgo deliberado. Significaba salir desde las catacumbas -es decir, del trabajo de pequeños círculos ultraclandestinos, de la distribución reducidísima de la propaganda, entre una ínfima minoría de iniciados; de la acción de militantes heroicos ocultos- a una actividad de masas, cada vez más abierta. Significaba ir descubriendo nuestras baterías; promoviendo militantes que se tenían que ir dando a conocer en el movimiento de masas, ir levantando la cabeza, con el riesgo, naturalmente, de ser golpeados.
Pero la práctica demostró rápidamente cuán justa era la aseveración de que la mejor defensa de los militantes frente a la represión es el movimiento de masas. Vimos en seguida cuán distinta era la situación de un militante arrestado en el curso de un movimiento de masas, arropado y sostenido por éstas, de la situación de los militantes de los anteriores grupos ultraclandestinos, aislados de las masas, cuando caían a manos de la policía.
Esta orientación a salir a la superficie, ¿qué la ha determinado? Las mismas necesidades de la lucha y las condiciones objetivas que han ido creándose. Mientras la confrontación entre el régimen y las fuerzas democráticas se desarrollaba en un terreno alejado de las masas, como un combate entre un aparato de Estado fuerte y brutal y unos grupos audaces y casi invisibles de combatientes revolucionarios, ni podía concretarse la posibilidad de un cambio, ni el pueblo podía creer en la viabilidad de éste. Era necesario crear las condiciones para que el dilema entre franquismo y democracia apareciese con posibilidades de resolverse a favor de ésta. Hubo un momento, a raíz de la segunda guerra mundial, en que la unidad de las fuerzas republicanas en la emigración, la existencia -aunque efímera- de un gobierno unitario en el exilio, junto con la lucha guerrillera dentro del país, plasmaban una alternativa democrática concreta al franquismo.
Muy pronto esta solución se esfumó. Y se hizo evidente que la alternativa democrática tenía que cuajar en el país mismo, tenía que materializarse y erguirse concretamente en España, frente al régimen, disputando el terreno a éste.
Se trataba de ir conquistando, en el país mismo, zonas de libertad, bases de la lucha democrática. Las posibilidades para conquistar estas zonas o bases con 'la lucha armada no existían; lo habíamos comprobado prácticamente en años de lucha guerrillera. Era necesaria otra táctica, que podía dar resultados semejantes: la lucha revolucionaria de masas.
Los progresos hechos en este orden han sido lentos, pero seguros. Si observamos la “zona de libertad” conquistada por el movimiento obrero comprobaremos que ya es impresionante. De la huelga, delito de sedición según la ley, hemos pasado a la huelga como práctica corriente.
De la prohibición absoluta de toda reunión, de toda asamblea, a la imposición de asambleas y reuniones ya con frecuencia, en empresas, sindicatos, iglesias.
De la manifestación juzgada como delito de sedición, a la manifestación como práctica corriente de lucha.
De los sindicatos verticales corporativos única organización sindical autorizada por la ley, pero inoperante, a las Comisiones Obreras como movimiento de los trabajadores articulado independiente, ilegalizadas por sentencia de los tribunales, pero impuestas por la práctica.
La zona de libertad así conquistada, impuesta en la lucha, por la clase obrera, es muy extensa si se mira atrás, a años aún no tan lejanos.
En el terreno de la lucha estudiantil los cambios han sido también enormes. Del SEU fascista se ha pasado al movimiento estudiantil actual, con sus asambleas, sus paros, sus periódicos murales, sus manifestaciones.
Ahora en el campo comienza a desarrollarse un progreso semejante. Igual sucede con el movimiento de mujeres y los movimientos profesionales. La misma oposición burguesa se manifiesta también abiertamente en la superficie, a despecho de la legislación del régimen.
Los que habéis salido a otros países habréis tenido ocasión de comprobar que muchas veces nuestros amigos extranjeros no comprenden muy bien la situación de España. ¿Cómo es posible, preguntan, que bajo la dictadura franquista se realicen luchas, y se empleen formas democráticas en el movimiento de masas, semejantes en un todo a las que están legalizadas en los países de democracia? ¿Cómo es posible que los movimientos de masas envíen sus delegaciones a las conferencias internacionales como podrían hacerlo los de países democráticos?
Algunos observadores extranjeros explican esta situación como el efecto de una política de “liberalización” del mismo régimen franquista; e incluso los representantes de éste en las negociaciones internacionales tratan de apuntarse este tanto para disipar las reservas internacionales que rodean a la dictadura, indicando que ésta se halla en trance de evolucionar.
No es verdad que el franquismo se liberalice. Lo que presenciamos son los resultados de la orientación a salir a la superficie. Es decir, de crear en la realidad, frente a las instituciones y a la legalidad franquista, que subsisten formalmente tal como eran, zonas de libertad en las que la batalla contra el régimen se plantea desde un terreno sólido y concreto. En cierto modo se trata de levantar, frente al poder de Estado franquista, bases que pudiéramos llamar de poder y de lucha democrática; de extender y desarrollar estas zonas comiéndole el terreno al régimen. Hasta la experiencia española podía pensarse que frente a un poder fascista, apoyado en un aparato policíaco-militar, esas bases sólo podían lograrse por la lucha militar, liberando zonas geográficas. La experiencia española ha mostrado que esas bases también pueden crearse en determinadas circunstancias por medio de la lucha política revolucionaria de masas. Para el éxito de esta estrategia no basta la combatividad revolucionaria del Partido y de las masas; tan indispensable como esa combatividad es una política muy audaz y abierta; que ablande ideológica y políticamente al adversario, que fomente las contradicciones en su seno; capaz de encontrar aliados que antes podían ser insospechados y de neutralizar; día tras día, la mayor cantidad de resistencias posibles. Nuestra combatividad no hubiera servido de mucho, con una política estrecha, dogmática, hecha a base de clichés.
Cierto que ninguna de esas zonas de libertad son conquistas definitivas; que unas y otras pueden ser puestas en entredicho. En un momento dado, las conquistas logradas en una empresa, en una localidad, en una rama profesional, o en una Universidad, pueden perderse momentáneamente como consecuencia de la represión policial y patronal. Pero si una de esas zonas desaparece en un lugar, reaparece luego en otro, antes paralizado. En conjunto las zonas de libertad se van extendiendo y ampliando. Ahí están Granada y Yecla, y el Metro de Madrid afirmándolo. La táctica de la lucha revolucionaria de masas en esta situación tiene mucha semejanza con la táctica de lucha guerrillera.
A medida que las zonas de libertad se van extendiendo en la geografía político-social del país, la situación del régimen se torna más apurada. Las masas comprueban en su práctica que es posible vivir de otra forma, que ellas pueden jugar un papel social y político activo, que el franquismo les niega. Cunde el ejemplo. Las fuerzas del régimen se sienten acosadas; una parte de ellas comprenden que no pueden seguir gobernando de la misma forma y se distancian del poder. El régimen se presenta cada vez más débil, más impotente para oponerse a este proceso.
Esto no tiene nada de común con una "liberalización”; es una brecha abierta desde abajo, en lucha tenaz, rompiendo las resistencias. Si se tratase de una "liberalización” desde arriba el régimen se adelantaría a los acontecimientos legalizando ciertas formas de acción, tratando de asimilar lo logrado por las masas. Pero vemos que no sucede nada de eso. Las instituciones siguen siendo formalmente las mismas instituciones fascistas; los principios siguen siendo también idénticos principios fascistas. Las leyes fascistas no se modifican. Este proceso de conquista de la democracia es una lucha desde abajo, contra el poder. En ese proceso de lucha, la clase obrera está en vanguardia, de manera indiscutible; pero con ella marchan cada vez más resueltamente los campesinos y las fuerzas de la cultura; ahora vienen a convergir también importantes fuerzas burguesas.
Todo este proceso no es una sucesión casual de acontecimientos; es el fruto de una estrategia política consciente, determinada. Ahí aparece, nítidamente, el papel dirigente del Partido. Aunque en ese proceso intervengan también otras fuerzas y su contribución sea considerable, y aunque esas fuerzas sean cada vez más conscientes del mecanismo político-social en el que se integran, el mérito de la concepción, desde el principio; el mérito de la apertura de esa vía, en una situación muy distinta a la de hoy, en que todo comienza a estar claro, una situación en la que muchos no velan salida posible; el mérito de la iniciativa corresponde a la capacidad de nuestro Partido para aplicar a la situación histórica concreta el método marxista-leninista. Por eso, junto al movimiento de masas, junto a otras fuerzas políticas, emerge a la superficie en esta situación, con una personalidad y una fuerza imposibles de negar, fracasados todos los intentos de aislarle y lanzarle al ostracismo, el Partido Comunista de España.
¿Acaso ha aparecido, en el campo revolucionario, una estrategia que pueda enfrentarse seriamente a la nuestra? No, ninguna. No hay ningún grupo político que proponga seriamente hoy cambiar, por ejemplo, la estrategia basada en la lucha revolucionaria de masas, por una estrategia de lucha armada. Si existieran un mínimo de condiciones objetivas para ésta no sólo habría grupos para proponerla, sino para realizarla. No los hay. A lo sumo, en algunos “papeles” izquierdistas se habla de la lucha armada como de una perspectiva lejana Pero ¿y ahora? Para el futuro, nosotros no negamos que en uno u otro momento esa forma de lucha llegue a ser necesaria. Pero por el momento lo esencial es tener claridad sobre las tareas de lucha actuales. Y nosotros decimos y repetimos que hoy, a través de la lucha revolucionaria de masas, del establecimiento de alianzas y convergencias, hay que ir ampliando las zonas de libertad, haciendo recular al adversario, creando las condiciones para la ofensiva decisiva contra la dictadura, para la huelga general y la huelga nacional.
La única estrategia que de verdad se opone hoy a la que nosotros preconizamos, es una estrategia reformista, aunque se encubra con frases revolucionarias; es la renuncia a la lucha revolucionaria abierta de masas, la renuncia a salir a la superficie a disputar el terreno frente a frente al enemigo, el retorno a la ultraclandestinidad; en definitiva, la vieja concepción reformista de realizar primero una labor de “concienciación”, de educación, a través de “papeles”, “seminarios” y otras formas académicas, para poder más tarde -¿cuándo?- empezar la lucha.
Esa concepción es cien por cien reformista porque significa: abandonar todas las posiciones conquistadas por el movimiento de masas para volver a las catacumbas; dejar el terreno libre al adversario. El franquismo se frotaría las manos de gusto si esta concepción prosperase. En el mejor de los casos, esa táctica equivaldría simplemente al abandono de la iniciativa política por parte de la clase obrera, al paso de la dirección de la lucha democrática a manos de la burguesía.
Tales posiciones pueden, ciertamente, encubrirse con las más retumbantes frases revolucionarias; pero no pasan de ser puro reformismo, disfrácense como se disfracen.
Nosotros hemos estado en las catacumbas; hemos hecho prácticamente solos la guerrilla. Pero era otra época, la época en que se fusilaba simplemente por militar en una organización clandestina del Partido. A través de un camino de lucha y sacrificio, el Partido y las fuerzas antifranquistas han superado esa situación.
¿Significa eso que nos opongamos a los seminarios, a la agitación y propaganda escrita y hablada? No, puesto que nuestro Partido es el que más seminarios y cursos realiza, y el que más propaganda escrita publica y difunde. Pero nuestro Partido tiene en cuenta el principio leninista de que las masas y los revolucionarios se educan particularmente en la misma lucha; que las otras son formas complementarias. La conciencia revolucionaria de las masas y los líderes revolucionarios no crecen en el invernadero de los seminarios, de las élites aisladas; crecen en la acción. Y la práctica de nuestro país lo ha confirmado una vez más.
La táctica escogida para salir a la superficie ha exigido la combinación ágil de las posibilidades legales y de las formas extralegales; la existencia de una vanguardia, cada vez más numerosa, dispuesta a aceptar los riesgos del combate. La concepción leninista de la vanguardia no tiene nada que ver con las ideas elitistas de ciertos pequeños grupos aislados. La idea de la élite entraña el menosprecio, la separación de las masas, la subestimación de su papel. La concepción de vanguardia dimana del papel determinante de las masas, de la necesidad de ser parte de éstas, de mantener el contacto más estrecho con ellas, de saber dar a veces un paso atrás para poder dar dos pasos adelante.

28 de julio de 2012

CNT ante las elecciones sindicales de 1971

Cartel apoyando la Huelga General contra el Estado de Excepción de 1975

A partir de los primeros años de la década de los 50, el movimiento libertario español sufrió una severa crisis; acosado por la dictadura franquista y empeñado en mantener una estructura sindical clandestina, agotó sus fuerzas y se vio obligado a organizarse en grupos de afinidad, asumiendo el tradicional modelo asociativo del anarquismo y renunciando a su vertebración sindical. Muy poco tiempo después, la clase trabajadora encontró nuevas formas de agruparse en una ilegalidad consentida por el régimen; nacieron así las Comisiones Obreras, pero también la USO y la AST. Naturalmente, su adaptación a nuevas formas de activismo clandestino no supuso la liquidación de la CNT ni la deserción de sus militantes, ni tampoco el abandono de su ideario, como erróneamente supusieron los cincopuntistas. Reproducimos parcialmente un documento, “La Ley Sindical y las elecciones sindicales”, elaborado por un grupo de militantes cenetistas de Madrid en 1971 en el que se critica con dureza la táctica sindical de Comisiones Obreras, dictado por el PCE, y se muestra muy perspicaz en la denuncia del modelo de sindicalismo (burocrático y electoralista) que impuso el verticalismo franquista y que, de la mano de Comisiones Obreras, aún hoy soportamos.

PARTIDO COMUNISTA-COMISIONES OBRERAS
Habrá que utilizar un lenguaje claro. Ya lo decía el manifiesto de la CNT española anterior a las “elecciones”. Parece que solamente los grupos clásicos del obrerismo español saben utilizar este lenguaje. Todos los grupos neos han padecido frente al PC española la misma suerte de fascinación temerosa que se dice sienten los pajarillos ante la mirada de ciertas serpientes. Y atención, que no queremos hacer literatura fácil. Tenemos argumentos suficientes para no necesitar retórica. Lo que queremos decir es que el complejo de inferioridad que ante el PC siente la mayor parte de los grupos neos, se deriva de la actitud sicológica de quien, sin una sólida raigambre histórica, se halla situado ante un gran complejo de poder, real o potencial. El poder, real o potencial, ejerce precisamente siempre esa suerte de fascinación, sobre todo si se presenta con apariencias de futuro. Pero nosotros conocemos a fondo la esencia de todo poder, y lo poco respetable que resulta en la realidad. La joven crítica revolucionaria debe afianzarse sobre sus propios cimientos, rechazando el chantaje y el afán manipulador. Vamos a tratar de demostrar los fundamentos reales de acción y proyección de un grupo que se presenta como el partido de la clase obrera por antonomasia.
Nuestro enfoque crítico es un enfoque clásico, sus raíces se hallan en la historia del movimiento socialista, se hallan en la Revolución francesa, en la Primera Internacional, en la Comuna de París, en la Revolución rusa con Makno y Cronstadt, en la Revolución española (1936-39), con la obra socializadora y autogestionaria, embrión de un socialismo verdad. Es anterior al comunismo moderno, e incluso a Carlos Marx.
En primer lugar procede analizar la actual composición de CCOO. Originariamente, éstas se hallaban integradas por diversos sectores de muy distintas procedencias, pero con posterioridad quedaron en dos sectores bien perfilados: los comunistas, y el grupo sindical AST, oriundo de un cierto sector confesional. AST perdió su confesionalidad de modo paulatino hasta convertirse en ORT; perdía su carácter sindical a la vez que la confesionalidad, para definirse como grupo político, con un programa abstracto, predominantemente leninista, por las elucubraciones sobre el poder y por la nueva manera de considerar el movimiento obrero en su vertiente sindicalista; de la mano del leninismo descubrían ahora una “superior categoría revolucionaria”, abandonando la primitiva envoltura obrera y sindical, para asumir un rol esencialmente político.
No sabemos claramente qué rol, ni qué objetivos. Pero ahora lo que importa es establecer que ante las elecciones sindicales ORT dijo: abstención, boicot total, y se enfrentó al PC en el seno de Comisiones. De manera que al considerar la actitud oficial de Comisiones ante este problema, hemos de interpretar Comisiones exclusivamente como PC. Por otra parte, CCOO de algunas regiones, como Cataluña, Levante, Navarra y Asturias se manifestaron contra la participación en las elecciones. En estas regiones CCOO no son de obediencia PC.
Por otra parte, en las demás regiones, después del cisma que enfrenta en el plano internacional a partidarios de Carrillo y Líster, tampoco resulta fácil determinar la obediencia de las CCOO de estas regiones, si bien se definen en general como carrillistas. Hay que matizar: algunos militantes enrolados en el movimiento no son comunistas, si bien son dirigidos por el PC. Resumidamente: en lo sucesivo nos referiremos sobre todo al PC. Al presentarse las llamadas elecciones sindicales, este partido se declaró por la participación. Es decir, el Comité Central, y dentro de éste aún algunos conspicuos, y entre estos Carrillo, fijaron la línea del partido y la de Comisiones Obreras, su caballo de Troya sindical en el movimiento obrero.
La consigna fue: participación. Una vez en marcha la consigna, no hay quien la pare, ni quien la discuta, Es un hecho consumado. El partido y Comisiones Obreras no se tomaron el trabajo de discutir con nadie este problema. La técnica es elemental: el grupo de dirigentes toma los acuerdos, éstos representan la línea a seguir. Todos los demás, es decir, los millones de trabajadores afectados, los grupos políticos y sindicales diversos de la clandestinidad, que tienen en este problema intereses vitales, se encuentran ante la alternativa de siempre, reeditada una y mil veces: seguir la línea que marca el PC u oponerse a ella. De modo que cuando tuvieron en sus manos la consigna acuñada en las instancias dirigentes ya no se preocuparon de los demás.
Resultó que los demás dijeron NO. Sólo ellos y el franquismo dijeron sí. El PC, a través de su disfraz sindical y obrero, Comisiones, asistió a varias reuniones en que los diversos sectores del sindicalismo marginal y clandestino estudiaban el problema. Hubiera podido debatirlo ampliamente, sopesar el criterio de los demás. Pero ellos ya tenían el criterio que se les había señalado. La mayor parte de los grupos reprocharon al PC sus procedimientos antidemocráticos. Los grupos neos del sindicalismo dieron una asombrosa y pueril muestra de transigencia al aceptar en sus reuniones la presencia PC-Comisiones. En aquellas reuniones en directo y a lo vivo, en situación delicada que no dejaría de influir en el comportamiento del sector sindicalista, que luego analizaremos, los grupos neos del sindicalismo adoptaron su criterio anti-participacionista con la presencia PC-Comisiones, que no tenían otro problema que el de manifestar allí una y otra vez la opinión que a muchos centenares de kilómetros habían tomado para ellos los dirigentes del comunismo hispano.
El papel jugado en estas confrontaciones por PC-Comisiones fue muy poco airoso, pero los dirigentes habían tomado acuerdos y había que mantenerlos contra viento y marea. Vayamos ahora a estos acuerdos: las hojas de propaganda del PC empezaron por presentar las elecciones sindicales como una gran batalla revolucionaria, en la que la clase trabajadora, al conseguir los objetivos previstos, se alzaría a un nuevo y superior nivel de conciencia revolucionaria. Estos objetivos eran votar masivamente, llevar a los Jurados de empresa y a los puestos de enlaces sindicales a los mejores obreros; evitar que los jurados fuesen ocupados por verticalistas y elementos de la empresa.
En realidad, la enumeración de objetivos fue más bien magra. En algunos casos -boletín de Información de la organización del partido de Madrid- la argumentación contra la posición antiparticipacionista de los restantes sectores, fue bastante peregrina: resultaba sospechosa de por sí la coincidencia entre estos sectores neos y ciertas personalidades liberales y burguesas, que recomendaban al partido la abstención.
El manifiesto de la CNT española, lanzado aquellos días, ponía de relieve el grosero modo de actuar del método dialéctico de interpretación de la realidad, que en aquel momento olvidaba la coincidencia total entre franquismo y comunismo ante el hecho electoral. Según testimonios de militantes del neosindicalismo, en las barriadas Carabanchel-Matadero, de Madrid, la propia policía repartió impresos firmados por el PC, en favor de la participación en las elecciones sindicales, Pero, sigamos. ¿Podía realmente interpretarse la participación obrera en las elecciones sindicales como una gran batalla revolucionaria?
Sin duda, no. A la luz de análisis anteriores -si alguien puede desmentirlos que lo haga- el aserto de la gran batalla revolucionaria no sólo resulta por sí mismo asombroso. Es algo mucho más grave, una asombrosa tomadura de pelo. ¿Cómo juzgar a alguien que para ganar una importante baza a su adversario se pone de su parte? Pero veamos; ante todo el partido “de la clase obrera” ha ignorado un hecho básico: la Ley Sindical antiobrera y su referéndum natural las elecciones sindicales. Es comprensible que los políticos franquistas y los jerarcas sindicales que han tenido la osadía de “crear un sindicalismo para obreros, sin obreros”, dejaran montar un gran referéndum positivo. Las elecciones sindicales eran ese referéndum. El consenso obrero requerido para hacer posible ese sindicalismo antiobrero. De manera que una votación masiva o muy nutrida, equivaldría a entrar en el referéndum franquista a su ley sindical.
Ni con ayuda de sus imprevistos aliados ha conseguido el franquismo una participación espectacular. La demostración está en que se muestra muy cauto después de las elecciones. El 50% aproximado de participación, en las condiciones en que se han desarrollado las elecciones, no es para sentirse excesivamente satisfechos, aunque ellos simulen estarlo. Pero queramos o no, el hecho es que comunistas y verticalistas han impulsado las elecciones sindicales, o, lo que es igual, el referéndum a la ley sindical antiobrera. El PC alegó en primer término la necesidad de utilizar todas las posibilidades legales. Este argumento ya fue caballo de batalla en las elecciones de 1963. El final del proceso ya lo conocemos.
Acabamos de estudiarlo: termina siempre en la polarización siguiente: obreros contra empresa-sindicato-policía. El que los enlaces sindicales y un sector de los jurados de empresa sean leales a los trabajadores no significa que puedan oponerse a aquella asociación de intereses. ¿Influyen los jurados de empresa en la contratación de los convenios colectivos? Se creyó que si, y eso explica la tendencia de los últimos años por parte de los trabajadores de procurarse representación segura. Pero la historia de la tramitación de los Convenios Colectivos está sembrada de esperanzas frustradas. La empresa ha manejado siempre a los jurados de empresa, aun suponiendo a éstos al máximo nivel de representación y agresividad. En un noventa por ciento de los casos los trabajadores se han llamado a engaño y se han vuelto contra sus propios representantes. Y luego, una conclusión definitiva: cuando los trabajadores han querido forzar en serio un convenio han tenido que olvidarse de los enlaces sindicales y de los jurados de empresa y plantear las reivindicaciones a nivel de bases, parando las máquinas, disminuyendo el trabajo, o marchándose a manifestar en la calle.
Entonces, en casi todos los casos la empresa y sus valedores -los sindicatos- han empezado a hacerse receptivos a las demandas de los trabajadores: Standard, Certales, Médicos, profesores auxiliares, Harry Walker con su epopéyica huelga de cuarenta y cinco días contra todo y contra todos; el metro de Madrid: el convenio está paralizado, la empresa no tiene prisa, el jurado de empresa y los enlaces sindicales, impotentes. Entonces los trabajadores del Metro, sencillamente, se reúnen en asamblea y luego se niegan a poner en marcha los convoyes. Si el gobierno decreta la militarización del servicio, el trabajo se reanuda. Pero el convenio empieza a marchar, la empresa y el gobierno hacen concesiones.
Los sindicalistas del norte -UGT, CNT, USO, KRAS- explican en un manifiesto (mayo 1971) la lección aprendida por los trabajadores de la región, en la minería, en la industria, en los servicios: las empresas pactan con la base obrera al margen de los jurados y los enlaces sindicales, huérfanos de representación efectiva. Los obreros han aprendido a prescindir del sindicalismo oficial. Comités obreros de empresa asumen la representación, esta vez auténtica, de sus compañeros de la base. Ultima noticia que nos llega por la prensa: en relación al conflicto aludido más arriba, de los trabajadores ferrallistas con la empresa constructora Entrecanales y Távora, de Canillas, Madrid, los tres obreros detenidos por la policía como consecuencia de reclamaciones laborales han sido puestos en libertad. Sus compañeros de trabajo, en número de dos mil quinientos, habían declarado la huelga hasta obtener la liberación de los detenidos. Otro ejemplo irrebatible es el ofrecido por los siquiatras del Hospital Francisco Franco de Madrid. Inician en agosto su internamiento en las clínicas para protestar ante la decisión de la Diputación de reducir la asistencia médica en esa especialidad. Exigen a la vez reivindicaciones profesionales, como el derecho a intervenir en la estructura y en la programación de los servicios. Reacción típica de la Diputación-poder-empresa: despido de siete médicos, con entrada de fuerzas policiales hasta las mismas clínicas para desalojar a los profesionales recluidos. Pero la solidaridad y la acción directa de los médicos del Hospital Francisco Franco contra la Diputación, y el apoyo de los médicos españoles, que en número de 1.800 se recluyen en toda España, y su firme decisión de no dejarse atropellar se impone al fin: un 21 de octubre capitula la Diputación. Los médicos son readmitidos y se arbitra la creación de un Comité Mixto para la planificación asistencial, con participación de los médicos.
Ese lenguaje, esa forma de actuar es la que entiende la empresa. Después de eso, ¿a qué quedan reducidas las posibilidades legales? Neutralizados y maniobrados los jurados de empresa, inválidos y descalificados los enlaces sindicales, la realidad conflictiva queda reducida a dos elementos resolutivos: empresa-base obrera. Otro argumento PC en pro de la participación electoral: el problema de la ocupación de los jurados de empresa y los cargos de enlaces sindicales por elementos de la situación. Este punto ha sido analizado de modo claro en el documento citado de los grupos sindicales coaligados (UGT, CNT, FST, UTS, OSO): supuesto que en último extremo los elementos resolutivos en los conflictos entre capital y trabajo eliminan mediadores inútiles para medir sus fuerzas, y quedan reducidos a empresa contra base obrera, hay que dejar que “ocupen ellos todas las cargas del sindicalismo hecho por ellos”.
Además ocuparán solamente muy pocos jurados, en contadas empresas. El sindicalismo oficial no tiene gente si los trabajadores mismos, por las razones que sean -inconsciencia, venalidad- no se la prestan. En consecuencia, la táctica obrera cuya primera finalidad y principal deber consiste en forjar un sindicalismo auténtico y representativo, debe rechazar cualquier colaboración en los estamentos sindicales. Colaborar es fortalecer el sindicato vertical. Los obreros deben dejar que el sindicalismo inauténtico, cómplice de las empresas y de los resortes de represión, se les pudra en las manos a sus creadores. Si hay rechazo obrero total ese sindicalismo es inviable.
Se recuerda a este tenor que la táctica estudiantil de repudio a las organizaciones universitarias estatales, de desprecio total culminó en el hundimiento de esas organizaciones. Concesiones de fondo fueron forzadas por el estudiantado. Este había señalado el camino a la clase obrera. Sin la decidida acción de los estudiantes el SEU se hubiera eternizado. Sin el rechazo de los sindicatos verticales es indudable que la actual condición obrera se prolongará indefinidamente. El sindicalismo fabricado por caciques y empresarios, con la culpable colaboración de ciertos grupos, se instalará en un estado de conciencia confortable acorde con “el mejor de los sindicalismos posibles”.
Está claro que la triste colaboración con el sindicalismo vertical para contribuir a mantener y prestigiar los sindicatos oficiales, no podía ser en modo alguno una batalla revolucionaria, sino contrarrevolucionaria, para dejar las cosas en su sitio. Pero la lucha decidida en la línea estratégica de repudio de la Ley sindical, del referéndum positivo a esa ley sindical, las elecciones, el boicot a fondo a la O. sindical y, correlativamente, la reivindicación de un sindicalismo libre y auténtico, eso sí pudo constituir una gran batalla revolucionaria. Porque jamás fueron más favorables las famosas condiciones objetivas que algunos partidos invocan siempre en sus estrategias “científicas”. Pero ahora el PC, llevado de un absurdo oportunismo, las ha ignorado por completo.
Ha ignorado los datos del problema, de los que he aquí algunos: sobre todo la Ley Sindical, la gran cuestión de principios sobre la que fundamentar la oposición obrera; el problema derivado de las elecciones sindicales y la posibilidad única de preparar el rechazo unánime a aquella por parte obrera, con el rechazo total de las elecciones sindicales, la enorme tensión social en todo el país, con múltiples situaciones conflictivas que creaban la atmósfera adecuada para la resistencia obrera, con, repetimos, los problemas de la minería asturiana, los conflictos de los médicos, de los profesores auxiliares, las secuelas de Harry Walker, el problema de Standard, Certales, el convenio del Metal de Madrid y la situación en la construcción. Estos son los más caracterizados entre cien conflictos similares.
En todos estos conflictos la base obrera contra la triada empresa-sindicato-policía. Pero lo acontecido con el conflicto de Standard bordea los límites de la traición, en lo que al PC se refiere. En Standard hay más de veinte obreros expulsados y más de dos mil sometidos a sanciones económicas. Hay también algunas detenciones. Los obreros belgas del Metal se solidarizan e inician movimientos solidarios de apoyo. El problema salta prácticamente al ámbito internacional. Se hace necesaria una acción decidida de apoyo a los trabajadores de Standard, entregados a sus solas fuerzas.
A este problema viene a unirse el del Metal de Madrid. Otros 150.000 obreros necesitan apoyo. Este apoyo se hubiera podido imbricar en la lucha general en pro de la reivindicación obrera de un sindicalismo auténtico, defensor de los obreros. Asombrosamente, el PC, el partido llamado de la clase obrera, el científico de las condiciones objetivas, pide la abdicación obrera, la participación en la farsa electoral, el voto afirmativo en el referéndum de la Ley Sindical. Y todo ello en la mayor indefensión obrera, con el artículo 28 del Fuero suspendido, para que la policía pudiera tener más fácil acceso a los hogares obreros.
Sin embargo, este partido de la clase obrera que deja pasar una oportunidad única para que los trabajadores puedan librar con posibilidades de éxito una importante batalla revolucionaria, una batalla trascendental, de principio, en que le va el ser o no ser del asociacionismo obrero y del sindicalismo obrero, es el mismo que incitó a las huelgas de octubre de 1970 igualmente dictadas por el C. Central del partido, en seguros lugares del exilio, y lanzó a algunos centenares de obreros a peligrosas aventuras, en que las empresas, junto a sindicatos y policías, contraatacaron duramente. Varios centenares de obreros perdieron sus puestos de trabajo, fueron despedidos, o tuvieron que aceptar condicionas ominosas para reingresar. Y no había ni podía haber, una fuerza obrera correspondiente que impusiera la readmisión de los despedidos. No había sindicatos obreros, ni entidades de resistencia auténticos. No había condiciones objetivas auténticas. Ni las hay, sobre todo, para las campañas políticas que de vez en cuando urde el partido, que con frecuencia bordea los límites del famoso aventurerismo.
El partido puso punto final a su “gloriosa” campaña con evidente estado de mala conciencia. Había hecho un pobre papel ante los trabajadores, pese a que es “el partido de los trabajadores”. Entonces, terminadas las elecciones, se pusieron a pintar asombrosos letreros en algunas paredes y estaciones de metro: “Luchad por el socialismo con el partido comunista” y esta otra: “A la huelga general con el partido comunista”. Es decir; el partido pide a los trabajadores su abdicación ante las estructuras del sindicalismo vertical y colabora para mantener esas estructuras; que ignora que la Ley Sindical vulnera los principios elementales del sindicalismo libre, que ignora las famosas condiciones objetivas, que se desentiende de los imperativos de solidaridad hacia varios miles de obreros acosados por las empresas, ese partido, decimos, se pone a convocar a los obreros para una fantástica huelga general, que ignoramos cómo va a ponerse en marcha: las huelgas, generales o no, han exigido siempre un espíritu sindicalista y revolucionario en los trabajadores y, en consecuencia sindicatos auténticos.
Tengan presentes esos ideólogos que en las fases más cruciales y dramáticas de la historia del movimiento obrero, los trabajadores han empezado siempre por formar sociedades obreras de resistencia, y posteriormente, sindicatos. La acción política siempre ha aparecido más tarde, para enroscarse al asociacionismo obrero, y no pocas veces, para aprovecharse de su fuerza.
De manera que la pretensión de una huelga general a base de consignas políticas, sin organizaciones de resistencia, sin sindicatos genuinos, de una huelga general que empieza por una serie de dejaciones que rayan prácticamente en la traición, es un escarnio para los trabajadores y para el sentido común de cualquier persona.
Más campañitas exclusivamente políticas: la ley de Orden Público, la subida de las tarifas de los transportes públicos. Nuevos letreros pintados en los metros. De este modo el PC podrá presentarse como el adalid máximo de la oposición. Un adalid que ha jugado las bazas de un oportunismo sin médula y de una visión política rastrera. ¿Es oportunismo igual a posibilismo?
Si posibilismo es
, en parte, aceptación de posibilidades legales a jugar por los trabajadores en favor suyo, aceptamos en parte ese posibilismo. Pero atención, los sindicatos verticales no concederán ninguna ventaja sustancial que previamente no les sea arrancada. Recordad lo de los estudiantes: si los trabajadores aceptan el esquema propuesto por los caciques sindicales, éstos no evolucionan. Se frotan las manos y dicen: esto marcha. Luego desde la TV pueden decirnos que los trabajadores están con ellos.
El gran objetivo de los obreros es el de conseguir un sindicalismo libre y esencialmente transformador y revolucionario. La gran lucha por este objetivo debió empezar en la ocasión propiciada por el propio verticalismo: las elecciones sindicales. No somos unos doctrinarios. Los trabajadores no iban a alcanzar de buenas a primeras la victoria total, puesto que ésta va conectada a la transformación profunda o a la caída del régimen. El gran objetivo del asociacionismo libre está conectado con el pluralismo en todos los órdenes, también el político, y con la conquista de las libertades elementales.
Pero una primera y gran batalla pudo y debió ganarse. Primero con el afianzamiento del espíritu sindicalista y revolucionario de la clase obrera en su lucha por sus organizaciones esenciales de clase, el sindicato obrero. Y
la lucha contra las elecciones sindicales, contra la Ley Sindical, por la solidaridad hacia los trabajadores sitiados, brindó la posibilidad de abrir serias fisuras en la estructura sindical. Los jerarcas sindicales hubieran podido verse obligados a hacer concesiones de fondo, o al menos, sustanciales. Los trabajadores necesitan de inmediato locales donde reunirse. Necesitan organizarse en entidades propias, separadas de las patronales; negar la institucionalización que las leyes franquistas hacen del sindicalismo y, en consecuencia, afirmar la total independencia de aquél respecto del Estado; precisan los trabajadores máxima representatividad a todos los niveles; derecho de huelga, fin de la intrusión policíaca en las cuestiones que afectan a la empresa y a la base obrera.
He aquí un sin fin de objetivos posibilistas, de los que encandilan los ojos de tantos partidarios del mismo, y de algunos sindicalistas reformistas. Pero ese posibilismo, que no nos negamos a considerar, aunque no represente nuestra finalidad más importante, y seamos muy escépticos, en relación con él, exigía oposición tajante a la posición oficial de colaboración, rechazo enérgico y vacío total. De manera que no sólo ya un sindicalismo limpio fundamentado en claros principios, sino ni siquiera el mendrugo del más negro de los posibilismos, podía lograrse con una abdicación total. Esa fue la actitud del Partido Comunista de España. Y luego vienen los “científicos” de la estrategia obrera a proponernos la huelga general. Pero, ¿de dónde van a sacársela esos amigos?
Hay un acontecimiento que necesitamos reseñar por su significación: del 13 al 20 de septiembre 1971 se ha producido el paro en algunas empresas de la construcción de Madrid. El conflicto revela la situación conflictiva latente en la industria y el profundo malestar de los trabajadores del ramo. Contra lo que venimos manifestando hasta aquí, el PC ha acordado hacer suyo el conflicto y apadrinar lo que propagandísticamente denomina la huelga de la construcción. El conflicto se ha señalado por la recurrencia de los trabajadores a la acción directa. En algunas obras se ha producido huelga total, se han formado piquetes de huelga. Ha habido un muerto, algunos heridos y varias decenas de detenciones. El PC ha acordado “politizar el conflicto”. Esta huelga será preparatoria, un entrenamiento para la gran huelga general política que va a hacer tambalear los cimientos del régimen. Pero una vez más, los problemas no pueden plantearse de esta manera. En primer lugar, los obreros no tienen sindicatos del ramo, ni representación válida para defender sus intereses. No les vale como tal representación la de un partido que pretende politizar el conflicto para servir los suyos, como ahora veremos. La construcción es un ramo demasiado compartimentado y difuso para que pueda decretarse así, alegremente, una huelga política y sobre todo, para que los trabajadores puedan obtener en resultados tangibles el producto de su esfuerzo y sus riesgos.
Para politizar el conflicto, según leemos en La Hora de Madrid, órgano de los comunistas madrileños, éstos movilizarán a jóvenes comunistas, a militantes y estudiantes, no pertenecientes a la construcción, pero que apoyarán directamente a los obreros en su lucha. Hora de Madrid ve lúcidamente el problema en algún momento. Dice a los obreros: “Porque no podéis, porque no podemos defendernos. Porque no tenemos un sindicato. Porque no tenemos libertades, ni nos dejan locales para reunirnos y discutir nuestros problemas. Porque el gobierno es el gobierno de los grandes capitalistas y sólo defiende sus intereses”. Y más adelante: “Viven a costa de nuestro sudor, de lo que nos roban. Por eso no escucharan nuestras peticiones si no nos plantamos y les exigimos declarándonos en huelga. Y los dirigentes sindicales verticalistas son lacayos a sueldo de las grandes empresas, que viven estupendamente sin dar golpe desde hace muchos años, sin saber lo que es subirse a un andamio. No nos defienden a nosotros, sino a sus amos, a los que los mantienen como cerdos bien cebados".
Plenamente de acuerdo, amigos, con esto que estamos diciendo en el presente trabajo, pero en mayo habéis ido, hombro con hombro con esos “dirigentes sindicales verticalistas”. Habéis pedido a los trabajadores su voto para refrendar el aparato sindical de esos “cerdos bien cebados". No tenemos sindicatos. Claro. Pero en mayo habéis dejado pasar la ocasión de plantear la gran batalla, no por esta o aquella reivindicación local o parcial, por muy fundadas que sean todas ellas, sino por la consecución del auténtico sindicalismo obrero que ahora echáis de menos.
La línea PC resulta, pues, de una extremada incoherencia. Defensa de la línea franquista en las elecciones sindicales en mayo, y apoyo a la acción directa de los trabajadores madrileños de la construcción en septiembre. Pero en mayo, insistimos, había cientos de situaciones conflictivas en el país y el PC se calló. Se traicionó el gran conflicto de la Standard y a los 150.000 obreros del Metal de Madrid, dejándolos solos, cuando tan fácil hubiera sido articular el apoyo solidario a esos trabajadores con la gran lucha contra la Ley Sindical, las elecciones sindicales, y por ende por el auténtico sindicalismo obrero.
LA INCOHERENCIA DEL PC. RAZONES DE SU ESTRATEGIA
La estrategia del PC es cuando menos incoherente. Podríamos aplicarle con justicia un adjetivo que el Partido aplica a todos sus enemigos de la izquierda: aventurerista. Colabora aquí con los estamentos sindicales del franquismo y se lanza a acciones impremeditadas e impreparadas allá. Hay sin embargo profundas razones para toda esta incoherencia.
La última acción, el intento de “politizar” las justas reivindicaciones de los obreros de la construcción, refleja la situación interna del partido, la división entre carrillistas y listeristas y otras razones más complejas. La presión de estos últimos, la vital necesidad que siente Carrillo de atraerse apoyos, el de los partidos llamados hermanos, el del gran hermano soviético, peligrosamente hermético en el pleito, estaría en la base de algunas de estas acciones. Corno la de la concentración de París, por ejemplo. Tiende el inamovible Carrillo a demostrar su fuerza en el exilio y en España. De ahí ciertas “politizaciones”. Las reivindicaciones de los obreros de la construcción están archijustificadas, pero es lamentable que Carrillo trate de utilizarlas para su juego. Los intereses de los obreros de la construcción, como los de todos los obreros españoles, así como sus finalidades, que deben ser de inmediato la consecución de un sindicalismo auténtico, nada tienen de común con las tribulaciones de Carrillo y su partido. Estos, después del pucherazo de mayo se pondrán a organizar de inmediato la “huelga general política” para demostrar que mueven resortes en España. Pero la condición real, no dejará de ser la misma.
Otras razones no menos importantes están influyendo en el inestable comportamiento del PC en España. Nos referimos a la zozobra que le causa el establecimiento de una serie de relaciones de la URSS con el gobierno de Franco. Estas relaciones han puesto al partido en evidencia en los últimos tiempos. Mientras éste pretende pasar por el campeón de todas las acciones contra el sistema, la URSS camina hacia el establecimiento de relaciones con el régimen vigente. En los últimos tiempos hemos asistido a una serie de acontecimientos insólitos, aunque no demasiado sorprendentes. La cosa empezó con la llegada sucesiva de ballets y grupos artísticos rusos. Previamente se había dado lo de las remesas de carbón polaco y de otros países del Este en ocasión de las huelgas mineras del norte de España. Los ballets y grupos artísticos pronto empezaron a asistir a celebraciones oficiales y religiosas del régimen, como en Murcia, o en Barcelona. En esta ciudad, las carrozas del famoso Circo Ruso formaron a la cabeza de las celebraciones de la Merced, en septiembre del 70. Un ballet ucraniano participó en las demostraciones sindicales que el régimen celebró en Junio pasado en el estadio Bernabéu, de Madrid, después de aplazarlo por lluvias el primero de mayo. Ese mismo día y en la plaza Roja de Moscú, Breznev afirmaba que el primero de mayo era la fiesta de los trabajadores revolucionarios de todo el mundo. Pero uno de sus ballets se hallaría en Junio en la fiesta sindical aplazada del régimen franquista.
Poco después los coros del Ejército Rojo se presentaron en la frontera, dispuestos a deleitarnos con su arte, "pero para afrenta de los mismos, el gobierno franquista no les dejó pasar”. Estos días se hallaba en Madrid, el ballet de Moscú, el más bello espectáculo de la URSS, según los afiches propagandísticos. Alguien a quien se ha preguntado si lo había admirado ha dado una respuesta sardónica: “No, por los precios, que son totalmente capitalistas”. Y porque además puede que consiga admirarlos gratuitamente en la próxima fiesta franquista del trabajo, el primero de mayo de 1972. Definitivo.
Pero además hay el tinglado de las relaciones económicas y el establecimiento de la sociedad hispanosoviética -Sovistan-, formada por capital de ambos países al 50%, figurando por parte española destacados personajes de la política y los negocios. La Sovistan aspira nada menos que a regular todo el aprovisionamiento de los pesqueros y barcos mercantes de los países del Este que recalan en Canarias. Este monopolio de todo un sector del comercio canario, ha originado ya inquietudes y protestas por parte de industriales del ramo.
Es comprensible que esta bochornosa actitud de los representantes de "la Meca del socialismo”, desconcierte al PC español, tradicionalmente uno de los más afectos a la URSS y uno de los partidos más estalinistas del mundo. En este sentido las cosas han cambiado. El PCE ha condenado, en su versión carrillista, estas concomitancias y uno de sus órganos, La Hora de Madrid, ha afirmado que ciertos errores cometidos por el partido en sus etapas anteriores no se cometerían de nuevo. Importante afirmación, sin duda, sobre todo si se analiza a la luz de la historia de los últimos cuarenta años. Pero prosigamos el análisis: como quiera que sea, los militantes de base del partido saben que deben temblar siempre que la URSS establece relaciones diplomáticas o de amistad con un Estado autoritario.
Como primera providencia los comunistas son reprimidos, pues el nuevo “amigo” trata de demostrar que cualesquier acuerdo con la gran potencia del Este no presupone la aceptación de su influencia. La represión de los comunistas de base, a veces su exterminio, es la medida que demuestra el carácter inequívoco que esos Estados dan a los citados pactos. Eso sucedió en todas las épocas. Ya con la Turquía de Ataturk (1920), con la Alemania hitlerista, en Indonesia, en Egipto, y hoy en Sudán y España, donde han sido últimamente desarticuladas diversas organizaciones de base del partido. De manera que el militante de base es la víctima propiciatoria de siempre, a sacrificar en las grandes combinaciones internacionales, donde lo que se persigue es el reforzamiento del prestigio o poder, es decir, una proyección imperialista.
Los dirigentes del partido, en cambio, acaso puedan obtener a la larga resultados rentables de los expresados contubernios, como la creación de amigos a niveles oficiales, nuevos elementos cripto ganados en la constatación de intereses o afinidades comunes, o deslumbrados por un poder que, en la amoralidad de sus móviles, se presenta como sumamente eficaz y digno de ser tenido en cuenta. De cuanto antecede podemos extraer una consecuencia clara: los intereses y afinidades de las instancias dirigentes, por diferentes que sean, convergen siempre en determinado sentido, pero rara vez coincidirán con los intereses de las comunidades o grupos de base. Aún hay más complejidades, y ahora vamos ya directos a la cuestión central que nos ocupa.
POR QUÉ TRAICIONÓ EL PC EL BOICOT A LOS SINDICATOS VERTICALES
La razón es simple y hay aquí una gran cuestión de principios. Al PC no le interesa el sindicalismo obrero como una realidad viva e independiente, ni como organismo revolucionario. Para los partidos comunistas el sindicalismo es una mera correa de transmisión del partido, una plataforma útil para regimentar, dirigir y manipular a los trabajadores.
En los países capitalistas las centrales obreras dirigidas por los comunistas están manipuladas por burocracias organizadas jerárquicamente, al servicio de los respectivos partidos. En los países en que los partidos están en el poder, los sindicatos no son sino organismos subalternos, integrados en este mismo poder, sin capacidad alguna de decisión o crítica. Realizan en las fábricas y centros de producción una labor de control de los trabajadores, de disciplina, de inspiración policial. Están al servicio de los directores de las empresas estatales, vigilan por que los trabajadores observen la estricta disciplina que, impuesta por Trotski en los tiempos del comunismo de guerra, se han hecho habituales en los centros de trabajo. Son los primeros que obligan a los obreros a cumplir las normas y reglamentaciones que ellos no han aprobado ni discutido, puesto que esto es misión de la burocracia que gobierna. El sindicalismo de estos partidos es un mero auxiliar o instrumento del poder, jamás un elemento de reivindicación al servicio de la clase obrera. Y si se nos dice que en esos países los trabajadores no tienen reivindicación alguna que exigir, nosotros les diremos que ahora no podemos paramos en el tema, pero que volveremos en otra ocasión, y ampliamente, sobre el mismo.
También el sindicalismo franquista es un sindicalismo de integración, un engranaje del esquema totalitario, un servidor del Estado franquista y de las oligarquías que detentan el poder económico y comparten el político.
Los sindicatos verticales son organismos institucionales cuya principal misión es servir los designios del Estado. Dentro de este sindicalismo, los trabajadores están maniatados, controlados y reglamentados por la burocracia sindicalista. Vemos pues, que las afinidades entre este sindicalismo y el de los países llamados socialistas presenta llamativas afinidades.
En el régimen español, los sindicatos con su “neutralidad activa”, contribuyen a que las oligarquías capitalistas, financieras o industriales, lleven a cabo espectacularmente el proceso de “acumulación”. Para esto necesitan mantener a los trabajadores en un mínimo vital, y desposeerlos de toda clase de derechos políticos y reivindicativos. En los países llamados socialistas, los sindicatos, instrumento disciplinario, ayudan a las formidables burocracias a obtener enormes "excedentes” que salen de la explotación de los trabajadores. La burocracia administra estos excedentes, sin dar cuentas a nadie, pero para lograrlo se ve obligada a mantener a los trabajadores en un mínimo vital de subsistencia, a recortarlas al máximo los salarios.
El objetivo es la producción por la producción, la acumulación gigantesca que refuerza el poder de la burocracia y le permite incluso en el exterior dispendiosas campañas de prestigio. Este prestigio hay que valorarlo en términos de Poder, es decir, de imperialismo. En un sistema que propende al imperialismo, la acumulación ha de mantener a los trabajadores en un régimen casi espartano de consumo. Para ello necesitan las burocracias los resortes de represión y control, entre los que cuentan los sindicatos, meros órganos del Poder.
Esto explicaría que, aún combatiéndolos oficialmente, el PC español reconoce en los sindicatos verticales profundas afinidades con los habituales en los propios ámbitos en que el partido está institucionalizado. En una palabra, y por el momento, el actual tipo de sindicalismo es el que interesa al partido en España. Pero apuremos más estas razones: el sindicalismo actual es una escuela para todo tipo de sindicalismo totalitario. Se da en él la atmósfera que caracteriza todas las instituciones del Estado totalitario. Dirigentismo y jerarquía en primer término, que constituye la expresión de la peste autoritaria. Inmensa escuela en que se enseña al obrero a abdicar ante el dirigente, no a usar su propia iniciativa, no a hacer valer su sentido común y su criterio, sus derechos de decisión: el sacrosanto dirigente está para eso. Luego, en lugar de ser ese sindicalismo una escuela de auténtica ciudadanía y espíritu democrático, se convierte por su filosofía interna y sus mecanismos coercitivos en un gigantesco aparato para controlar y manipular a los trabajadores. En ese sindicalismo el obrero llega pronto o tener clara sensación de impotencia.
Cuando se cansa de luchar en el vacío abdica, y deja que la burocracia decida por él. El sindicalismo vertical embrutece a la clase obrera, porque la integra y la desposee a la vez de todo poder de decisión. Al mismo tiempo la habitúa a transacciones con el patrón en las que está vendido de antemano. Trata el sistema de hacerte aceptar los mecanismos de coerción y control, contratación colectiva, jurados de empresa, práctica electorera vacía de significación, etc., en las que el trabajador jamás puede ejercitar su verdadera fuerza. Ese sindicalismo, pues, conduce a la hibridación del movimiento obrero, a la defraudación de sus mejores esencias, a su destrucción práctica.
Es fácil de comprender que semejante sindicalismo convenga a la filosofía dirigentista y antidemocrática del PC español y de cualquier PC en el plano mundial. Los redactores de la hoja comunista Hora de Madrid claman contra los dirigentes sindicalistas verticalistas, “esos cerdos bien cebados”, pero es claro que les vendría al pelo colocar en lugar de esos cerdos bien cebados, a otros dirigentes, defensores de un orden antiobrero, que al poco estarían tan cebados como aquellos, y defenderían ya su predominio sobre los  sindicatos y sobre la clase obrera con cualquier procedimiento terrorista o de coerción, si necesario fuera.
Entonces la atmósfera del sindicalismo actual conviene al PC español porque habitúa al obrero a la abdicación, a las prácticas mediatizadoras de las instancias dirigentes, porque suscita en él conciencia de la inevitabilidad de élites dotadas de la “sabiduría política”; porque le desmoralizan y destruyen el espíritu que la clase obrera necesita para tomar en sus propias manos la gestión directa de cuanto le afecta de modo directo. De ahí que el partido aconseje a los trabajadores entrar en el juego del sindicalismo vertical, aceptar sus reglas so pretexto de luchar con armas legales.
Lo que el partido comunista se propone, en primer término, es dar el golpe de muerte al sindicalismo clásico español, al de gloriosa ejecutoria, cuyos antecedentes le recuerdan demasiado el no haber significado nada en toda la historia del movimiento obrero español.
El sindicalismo de los jerarcas verticales les hace el juego, les ofrece las condiciones objetivas y el ambiente para vaciar al sindicalismo obrero de todo contenido y convertirlo en apéndice del propio partido. A partir de ese momento los burócratas terroristas del verticalismo habrían sido sustituidos por los no menos terroristas del partido. Eso es todo. De manera que los auténticos sindicalistas tienen motivo para la reflexión y el esclarecimiento de los riesgos de esa alternativa. He aquí por qué concluimos que en casi todos los casos comunismo y franquismo se hacen recíprocamente el juego. […]
CONCLUSIONES FINALES
Hay un hecho importante a señalar, que puede reputarse como lo más notable de este proceso. Ha sido la aparición para un hecho accidental, que volverá a presentarse sin cesar con variantes, de un tipo de alianza o frente sindical de todos los grupos clásicos y neos del sindicalismo. Esta acción conjunta, que al no haber cuajado posteriormente en algo duradero no puede en rigor considerarse como Alianza o Frente establecido en firme, reflejó los profundos intereses del sindicalismo auténtico, que lo es por vocación y por principios, no por táctica al servicio de otros intereses.
Ese sindicalismo lo es en lo profundo, porque se reconoce a la vez como medio y como fin en sí mismo.
Sin embargo, parece que la mayor parte de los sectores del sindicalismo neo - que es una realidad efectiva con vigencia y representación en el escenario del trabajo - no ha comprendido toda la trascendencia de ese hecho. Su ingenuidad se ha manifestado al aceptar contactos posteriores con PC-Comisiones Obreras, sin haber exigido un planteamiento critico de todo el proceso aquí estudiado. De manera que el PC acude con la sonrisa abierta a reuniones donde ni siquiera se le reprocha su anterior conducta, y se le permite, bajo la piel de Comisiones, proponer tareas conjuntas sobre determinados conflictos en fábricas y empresas. Es decir, aquí no ha pasado nada y vamos a continuar manipulándoos, piensan sin duda. La estrategia del PC es hacer lo que le ordenan de fuera, unilateralmente, sin control de nadie, pero en cambio les interesa siempre poseer un control de cuanto hacen los demás. Por eso envían sus embajadas cuando tienen interés en ello.
Entendemos que ha llegado la hora de que ciertos sectores del sindicalismo neo clarifiquen su posición. En primer lugar, su unitarismo. Preguntamos: ¿Qué entienden por unitarismo y unidad obrera? Porque los programas de todos estos grupos abundan en proclamaciones unitarias, pero ojo, se aferran en la barricada de sus respectivos anagramas. Parecen no poseer sensibilidad para un problema tan claro como el de que la unidad efectiva sólo puede lograrse por el camino de alianzas o conglomeraciones de cuantos sectores del sindicalismo se propongan como regla de oro del mismo, la libertad y la independencia de los sindicatos, la democracia interna total basada en la supremacía de la base, inspiradora de toda la vida orgánica de abajo arriba.
Solamente los elementos totalitarios o que se proponen en el sindicalismo un juego poco transparente pueden hacer objeción a la regla de oro del sindicalismo.
Hay algunos problemas: si bien inclinados en general a la concepción del sindicalismo reseñada sobre estas líneas, algunos sectores no han digerido del todo la carga de elementos nocivos que se respiran en la atmósfera, como son los diversos que forman la peste dirigentista y antidemocrática. Un gran trabajo de profilaxis y esclarecimiento debe hacerse en este sentido. Eso puede ayudar a esclarecer el problema de la unidad, o su fase previa, la alianza. Sería absurdo que grupos que hablan de unidad sin cesar, se refiriesen a su unidad, es decir, tuviesen la absurda pretensión de imponer su concepto de la unidad a los demás, o identificasen nociones como unidad obrera, interés de la clase obrera, etcétera, con sus propias ideas al respecto. Todo esto es peligroso y requiere esclarecimiento. Este sólo puede llegar por el diálogo y la paciente confrontación.
POSIBILISMO. - Este es un problema de considerable altura. En los últimos tiempos, algún sector ha venido especulando con el posibilismo. Esto es algo a considerar con seriedad, sin duda, pero entraña el peligro de que quienes aceptan hacer solamente lo que les permitan hacer, acaben integrados en los esquemas de los que dominan la situación. La situación desea poner fin al sindicalismo histórico, al único de verdad que, aún con sus defectos, ha existido en España. También el comunismo desearía ver finiquitada la gloriosa vigencia de ese sindicalismo que encarnaron la UGT-CNT, aún con sus fuertes pugnas. Todo había de ser rudo en una atmósfera nacional de rudos contrastes. Pero atención, los que acaso movidos por ignorancia, oscuras ambiciones, o jugando la carta de oscuros intereses coadyuvan o tratan de hacerlo, a la desaparición de ese sindicalismo histórico, lo que hacen en realidad es imposibilitar de modo absoluto el relanzamiento del sindicalismo libre en el país.
Atiéndase a esto: cualquier sindicalismo presente o futuro, que se precie de serlo de modo auténtico, de afirmarse con medios propios hacia objetivos propios, de tratar de convertirse en antagonista válido para cualquier competencia, de convertirse en un factor revolucionario permanente, susceptible de impregnar la vida del país a todos los niveles; en una formidable escuela de educación ciudadana y de prácticas acendradamente democráticas que preparen la transformación socialista del país con fórmulas de libertad, cualquier sindicalismo que abrace estas miras, decimos, tendrá que aceptar antes o después las aspiraciones revolucionarias del sindicalismo histórico. Eso sí, debería presentarlas en la forma que exigen las nuevas realidades del país, adecuadas a la hora. Por eso creemos que la existencia de un sindicalismo de verdad en el país, depende sobre todo de la supervivencia de los valores más irreemplazables del sindicalismo histórico. Sólo éste puede aportar la luz para esclarecer los incontables peligros que se atisban; sólo él tiene recursos para afrontarlos con eficacia y brinda los antídotos para vencerlos.
Si desapareciese en presencia o esencia el espíritu del sindicalismo revolucionario, el porvenir del nuevo sindicalismo del futuro en nuestro país estaría gravemente comprometido: caería en una situación tal que antes o después le llevaría a la hibridación, es decir, a un sindicalismo neutro, desmedulado, sobre el que se lanzarían voraces los partidos políticos para desmembrarlo.
O se produciría una peronización de los mismos, el encumbramiento de algunos demagogos aceptados como Jefes por la clase obrera; o se habría preparado la atmósfera para facilitar la penetración en el sindicalismo de la burocracia comunista, que pretendería cumplir sus fines. ¿Los del socialismo? No, pero sí los de la burocracia, cuyo fin es el poder, un poder que se basa en el dominio de las relaciones de producción y en el ejercicio del despotismo político, que reducen al trabajador al mínimo vital.
CONCLUSION
Una amplia alianza de todos los grupos del sindicalismo, clásicos y neos, puede ser un comienzo óptimo de una nueva etapa para el sindicalismo en el país. Este sindicalismo de base aliancista debería configurarse al margen y paralelamente que el sindicalismo oficial. Debería representarse en la calle, por las respectivas organizaciones, y en las empresas por medio de comités elegidos por los propios trabajadores. De manera que esté sindicalismo pueda ser un elemento eficaz en las luchas reivindicativas contra la triada empresa-sindicato-policía, en la lucha general contra la dictadura y contra el sistema capitalista, y en el establecimiento de una sociedad justa y libre. Lo importante es sentar la base. Ese sindicalismo manumisor debe irse configurando a sí mismo sobre la marcha y en la acción cotidiana.
Sólo los trabajadores conocen sus problemas y deben intentar resolverlos sin mediatizaciones condicionadas. Se hace necesaria una gimnasia constructiva donde se aborden diariamente, a todos los niveles del ramo, responsablemente, solidariamente, las soluciones viables en la escalada hacia una libertad integral. La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de ellos mismos.
Un grupo de compañeros de la Regional del Centro (interior) de la Confederación Nacional del Trabajo de España.

25 de julio de 2012

Federación católico-obrera, de José Rogerio Sánchez

Caricatura de José Rogerio Sánchez publicada en Flores y Abejas

El día 26 mayo de 1906 se celebraba en la ciudad de Palencia la primera sesión de la Asamblea Regional del Norte de las Corporaciones católico-obreras, es decir el comicio del catolicismo social asociado más poderoso del país: el que se asentaba en la Castilla agraria y en la industrializada Cornisa Cantábrica, donde contaba con una amplia base de campesinos leales en la Meseta y con el poso católico de los vascos. A esa Asamblea asistió como delegado de la entonces provincia de Santander el profesor José Rogerio Sánchez, que en ese año vivía en tierras cántabras, que dictó una de las principales conferencias. Muy pocos meses después, José Rogerio Sánchez se trasladó a vivir a Guadalajara y aquí intentó, sin mucho éxito, atraerse a los alcarreños a los postulados de la llamada Doctrina Social de la Iglesia. No consiguió ser elegido concejal y sólo pudo abrir un Círculo Católico Obrero que tenía demasiado de católico pero que estaba huérfano de obreros. Reproducimos ahora la ponencia que presentó en la citada Asamblea de Palencia; basta leerla para entender porque el catolicismo social no se ganó el corazón de los trabajadores castellanos, en particular, ni de los españoles, en general.

MEMORIA leída por Don José Rogerio Sánchez de Santander “Sobre la organización de las Asociaciones católico-obreras”
Pobre entre los más modestos que se reúnen en esta Asamblea Regional de las Corporaciones católico-obreras del Norte de España, he, no obstante, de aportar á esta labor de cristiana regeneración social unas ideas que en lo que ellas tengan de acertadas y provechosas no me pertenecen, pues aquí sólo soy portador de las aspiraciones é ideales de mi querida Asociación católica de escuelas y Círculos de obreros de Santander, dignísima y honrosamente representada en este Congreso por el celosísimo é infatigable Director espiritual y el benemérito socio fundador D. Manuel Canales.
Mucho hemos pensado allí sobre el que ahora es asunto ó tema segundo de este cuestionario. Algo se ha hecho también en Santander en busca de la Federación, siquiera regional -que nosotros no podíamos aspirar á otra cosa- y en la colección del Boletín del obrero se muestra patentemente cuán convencidos nos hallamos en Santander de la necesidad, importancia y urgencia de federar las Corporaciones católico-obreras, si algo definitivo y pronto queremos emprender.
“La unión es fuerza” han invocado no pocas veces cuantos intentaron la propaganda de una doctrina y el establecimiento de un estado social que de ella derivase. Los católicos, que poseemos la evidencia de la verdad y bondad de la nuestra, hemos, sin embargo, tan á menudo olvidado aquellas palabras -cuyo profundo sentido práctico es incuestionable- acaso por juzgar que la misma virtud de nuestra causa habíala de hacer triunfadora, que hemos llegado á parar en un desconocimiento de nuestras fuerzas, de nuestro poder, de nuestros recursos, y á movernos, cada cual en su esfera, con una independencia rayana en la insubordinación; con un abandono de los que afanosamente trabajan, cercano ya al egoísmo.
De ahí las escasas iniciativas que las Corporaciones obreras católicas en España han tenido hasta poco tiempo hace -en que el Consejo Nacional ha tenido á bien motu proprio, llevar nuestra representación- en la vida social y española, cuando había, no obstante, fundados motivos para esperar que agrupaciones de antiguo muy importantes como las del Norte, Cataluña y Valencia, aspirarán á hacer valer sus derechos, é influir con su prestigio en las múltiples relaciones del Estado con la clase obrera. Y es muy evidente que, constituidas, como hasta aquí lo han estado las diversas Asociaciones católico obreras -aparte la no completa unidad que el Consejo Nacional y los esfuerzos siempre fecundos del insigne P. Vicent, ha logrado darles- era punto menos que imposible levantar una voz que algo significase para elevar un ruego ó reclamar un derecho. Y, sin embargo, si nuestra misión es de defensa y organización social, claro está que, por su misma naturaleza, no puede ser una labor aislada la que traemos entre manos, y que urge la Federación para conseguir mayor cohesión y fraternidad en nuestras relaciones y más eficacia en los fines que nos proponemos.
Ahora bien: esa Federación, ¿cómo debe de realizarse? Aquí aparecen dos criterios igualmente respetables los dos, y entre los cuales podrá escogerse lo más apropiado. Parece ser que estando nuestras Asociaciones obreras no pocas veces formadas por socios de muy distintas profesiones, y residiendo ya en grandes ciudades, donde es más fácil la homogeneidad de oficios y profesiones, ya las otras en ciudades ó pueblos donde la vida agrícola y fabril se desenvuelven, ora por fin no pocas Asociaciones de labradores establecidas casi exclusivamente en los pequeños centros agrícolas, sería más conveniente que pensar en Federaciones regionales por razones históricas ó geográficas, intentar una alianza basada sobre intereses comunales. Esto traería la ventaja y fuerza de una amplia y fortísima agremiación nacional que estudiaría por si misma las cuestiones que pudieran interesarle, y cada una de esas partes constituyentes de la gran agremiación o Federación propondría á un Consejo general-agrícola, fabril ó industrial, sin olvidar nunca las necesarias relaciones patronales, lo que éste, en definitiva, había de realizar, y la fuerza expositiva de ese Consejo tendría en su apoyo la que significaba esa gran federación gremial –por llamarla de algún modo- á la cual prestaba su apoyo toda Asociación obrera donde existían individuos ó grupos de esa liga. La comunidad de intereses y problemas que preocupan á los diversos oficios y profesiones uniría indefiniblemente á éstos entre sí, y las ventajas se experimentarían muy pronto.
Otra forma de alianza, y acaso la más viable, sería la exclusivamente regional, adoptando como elementos de ella los que en una misma región geográfica fuesen entre sí más análogos, ora por comunidad de costumbres, carácter y trabajos, ya agrícolas, ya industriales. Difícil es en este punto establecer cosa definitiva en las agrupaciones, que han de tener algo de convencional. Una muy ordenada sería, á no dudarlo, la de las provincias eclesiásticas; mas no se ocultan las dificultades de una Federación que así establecida no está basada sobre las condiciones arriba examinadas.
De un modo ó de otro estatuida la Federación, debe estar cimentada primeramente en la liga provincial -como es ya un hecho en Santander- regida por un Consejo diocesano; de los diversos Consejos de la región se constituirá el regional, formado por dos representantes de cada uno de los diocesanos y establecido en la capital que se designe en la región. Los Consejos diocesanos ó provinciales se formarían con la Junta del Centro católico de la capital y los presidentes de las Asociaciones obreras de la provincia. Los Consejos ó Juntas regionales se constituirán presididos por uno cualquiera de los delegados provinciales, á elección, y de estos delegados uno debe ser obrero, La conveniencia de que el obrero tome parte directa en todo lo que significa su vida moral y social, es por demás patente; nuestra aspiración ha de ser la de educarle, para que pueda llegar un día en que, por sí mismos, se muevan libres de las asechanzas de utópicas teorías y subversivas doctrinas.
Y esto es además urgente, porque encomendada en la mayor parte de las Asociaciones católicas la dirección de las mismas á la clase media, por ser ésta la depositaria de mayor cultura intelectual y dotada de más medios sociales de defensa, es innegable que no está lejano el día en que las necesidades apremiantes ya en esa misma clase en la que hoy se viene notando claramente el mal estado social, haga que se preocupen de misma con mayor empeño, y para entonces es imprescindible que nuestros obreros se hallen convenientemente organizados y dirigidos y en vías de la cristiana regeneración que anhelamos.
No es este lugar adecuado para señalar las relaciones que en lo religioso han de tener entre sí estas Asociaciones federadas, pero creemos que, por lo que se refiere á los Consejos provinciales, deben de estar en lo religioso, bajo la única é inmediata autoridad del prelado respectivo, y como delegado suyo el director espiritual del Centro católico de la capital. La muestra patente del espíritu federativo debe revelarse en una completa unión para cuanto se refiera á sus fines sociales y económicos, iniciados por' cualquiera de los elementos de la Federación debidamente representado en los Consejos provinciales y regionales, pero teniendo muy en cuenta que es imprescindible la más amplia autonomía local, tanto en el orden religioso como en el económico. Para dar unidad á estas Federaciones regionales, es evidente que allí, donde en último término han de resolverse cuantas cuestiones de orden social puedan interesamos, existe un Consejo ó, mejor acaso, Junta Central ejecutiva que llevará la representación oficial de las regiones ante los Poderes públicos, y servirá de lazo de unión, y en casos determinados de conciliadora y árbitra entre todas.
Esto puede decirse que existe ya en el Consejo Nacional de las Corporaciones obreras; mas téngase en cuenta que en él, para que pueda ser justa y legalmente un mandatario y representante de las regiones, falta, en rigor de verdad, un vocal designado oficial y solemnemente por cada una de ellas, el cual mandatario habría de residir precisamente en Madrid. De esta manera la constitución del Consejo Nacional respondería á su carácter consultivo y ejecutivo que debe ostentar y sus individuos unirían á los grandes méritos contraídos en su benemérita existencia una misión más en armonía con las relaciones que el Consejo puede establecer con Asociaciones nacidas antes que él ó que no procedan de su iniciación.
La designación de estos vocales del Consejo Nacional, delegados de las regiones, deberá hacerse en cuanto sea posible; una vez realizada la Federación regional. Para llevar ésta á cabo con la prontitud conveniente, los Rvmos. Prelados se servirán decretarla en sus respectivas diócesis como obligatoria á todas las Asociaciones católico-obreras, de cualquier clase .Y condición que sean, existentes en su jurisdicción.
Para que ni un momento pueda quedar esta empresa de la Federación desamparada, y entretanto se llega á la definitiva constitución del Consejo Nacional, tendrá éste las mismas atribuciones expresadas anteriormente en sus relaciones con las Asociaciones regionales.
Este avance, de lo que entendemos nosotros que puede ser un plan de Federación, es aplicable lo mismo al proyecto por agremiación que al de liga por regiones, mas nos inclinamos á juzgar esta última forma de la federación más fácil de realizarse y más accesible también á las relaciones que la Federación exige.
En conformidad con esta opinión podrían en la región N y O de España determinarse tres regiones, Así, primera región; Valladolid, Burgos, Soria, Palencia, León, Zamora y Salamanca. Segunda: las Vascongadas, Santander y Asturias. Tercera: las cuatro provincias gallegas.
Estas son las ideas que sobre el tema segundo ocurre presentar en esta Asamblea, á fin de que si merecen ser examinadas, pueda hablarse sobre ellas, y para su más clara exposición se resumen de este modo:
BASES PARA LA FEDERACIÓN
1. La Federación es urgente para todas las Asociaciones católico-obreras, y debe fomentarse para todo cuanto sea referente á fines sociales y económicos.
2. Toda Asociación conservará su más amplia autonomía, tanto en el orden religioso -siempre bajo la autoridad del propio prelado y del director espiritual por éste designado- como en el aspecto económico.
3. Las Asociaciones existentes en una provincia formarán el Consejo diocesano, que residirá en la capital de la Diócesis, Este Consejo estará compuesto por la Junta directiva del Círculo central -o con elementos de más Juntas si hubiese más de un Centro- y los presidentes de las Asociaciones católico-obreras de la provincia.
4. Los Consejos regionales se constituirán con dos delegados de cada Consejo provincial. La presidencia será electiva, las reuniones trimestrales, y á ser posible en las distintas capitales federadas. Los Consejos, tanto provinciales como regionales, se renovarán todos los años después de renovadas las Juntas directivas de los Centros federados.
5. Pasado un plazo prudencial, que esta Asamblea puede señalar, los Consejos regionales elegirán, por sufragio, una Junta central, compuesta de un número de vocales igual al de regiones formadas en España y que tenga su residencia en Madrid. Esta Junta deberá unirse al Consejo Nacional y formar de él parte.
6. Se establecen en el N y O de España tres regiones: vasco-cántabro-asturiana, castellana y gallega.
7. Para llevar á cabo con toda prontitud esta Federación, los Rvmos. Prelados se dignarán decretarla en sus diócesis.