La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

27 de febrero de 2010

Rudolf Rocker y la refundación de la AIT

Delegados al congreso de refundación de la AIT, Berlín, 1922 (Archivo La Alcarria Obrera)

Rudolf Rocker fue un anarquista alemán que destacó por su análisis de las diferencias ideológicas entre el anarquismo y el totalitarismo, especialmente el de raíz marxista, y por sus críticas a los bolcheviques que, en su opinión, habían desnaturalizado la Revolución Rusa de 1917 y vaciado de contenido emancipador a los soviets. Su biografía recorre los hechos históricos más importantes de la primera mitad del siglo XX y fue editada en varios tomos, hoy difíciles de encontrar en castellano. Uno de los acontecimientos en los que Rocker tuvo un evidente protagonismo fue la refundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, la AIT, que se declaraba heredera de la Primera Internacional y que aún hoy agrupa a los sindicatos revolucionarios del mundo. Su congreso constituyente se celebró en Berlín el 16 de junio de 1922 y de él da cuenta Rocker en su libro de memorias Revolución y regresión. Copiamos a continuación sus palabras.

Nunca hubo una época en la que se haya hablado tanto de socialismo como en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial; pero jamás hubo un tiempo asimismo en que el socialismo haya sido tan cruelmente malentendido y desfigurado como entonces. En cualquier asamblea obrera a que se concurriese, se estaba seguro de oír hablar siempre de dos cosas: del socialismo y del frente único del proletariado. Sin embargo, parecía que cuanto más se hablaba de esas cosas, tanto mayor era la confusión espiritual. Lo que se entendía entonces por socialismo en Alemania, y también en la mayor parte de los otros países, era la estatalización de toda la economía y de todas las necesidades sociales, una interpretación por la que fue estimulada la llamada dictadura del proletariado en Rusia en una medida como jamás lo había sido antes.
La consigna vacía del frente único del proletariado, que en aquellos años tuvo una influencia tan nefasta, constituía una frase utilizada por todos sin discriminación, pero sólo para combatir de un modo despiadado a las otras tendencias y anatematizarlas como traidoras. Justamente cuanto más se hablaba del recurso maravilloso del frente único del proletariado, un fanatismo incurable destruía toda ligazón interna entre los trabajadores y conducía a un creciente resquebrajamiento del movimiento socialista, lo que paralizó sus fuerzas naturales y le privó de todas las capacidades para entrar en la lucha en favor de un porvenir mejor.
Cundo nos dispusimos a fundar la AIT, no lo hicimos porque quisiéramos integrar simplemente las asociaciones internacionales ya existentes en un nuevo armazón, sino porque estábamos fuertemente convencidos de que había todo un abismo entre nuestras concepciones sobre la esencia del socialismo y las concepciones, tanto del ala derecha como del ala izquierda, del movimiento socialista de entonces. Y esa distancia no podía ser cubierta por ninguna de las consignas huecas elaboradas para el consumo mental en gran escala. Ante todo nos dábamos cuenta de que la realización del socialismo no podía ser alcanzada nunca por la estatalización de la economía y que sólo se imponía así a los seres humanos un yugo mayor, que desarrollaba hasta el último extremo los defectos y las insuficiencias del orden social presente y ponía fin a toda libertad personal. Si hubiésemos tenido en este aspecto alguna duda, el experimento ruso habría tenido que suprimirla fundamentalmente.
En aquel período agitado en que había tantos valores en juego, en que se podía ganar algo, pero también perder mucho, lo que nos importaba ante todo era mostrar a los trabajadores un camino viable, que pudiera aproximarnos realmente al socialismo, que para nosotros sólo era imaginable como una cooperación de libertad personal y de asociación solidaria. Pero semejante estado era posible solamente si la sociedad no continuaba siendo resquebrajada por contradicciones hostiles de intereses de castas, de clases y de estratos hacia dentro y hacia fuera, sino creando una verdadera comunidad que hiciera accesibles, a todos, los productos del trabajo humano. Reconocíamos que el socialismo no podía ser alcanzado por la conquista del poder político ni podía ser logrado por medio de decretos y reglamentaciones del Estado.
Mas ante todo queríamos llevar a los trabajadores la conciencia de que el socialismo es más que un simple problema de estómago; es la encarnación viviente de una cultura social superior que abarca todas las ramas de la vida social y sólo puede ser logrado por una cooperación orgánica del pueblo laborioso de la ciudad y del campo. No porque fuésemos de opinión que los trabajadores son por naturaleza seres humanos mejores y más accesibles a las ideas de la justicia social que las otras capas de la población, sino porque, mediante su actividad creadora, son como el eje de la sociedad entera y la reaniman todos los días. Queríamos mostrar a los productores que la lucha por la liberación social no es una pugna por el poder, sino una acción por la conquista de los establecimientos industriales y agrícolas, una nueva formación de la vida social sobre la base del trabajo cooperativo y una justa distribución de los productos del trabajo. Por eso hemos intentado explicarles que el fortalecimiento del poder hasta lo inconmensurable no constituía un objetivo digno de ser aspirado por el socialismo, sino más bien la abolición de todas las aspiraciones políticas de dominio en la vida social. Pues la sociedad estará siempre esclavizada mientras un poder externo, de cualquier clase que sea, perturbe su círculo vital y encadene su actividad creadora, aun cuando ese poder trate de ocultar sus verdaderos objetivos bajo el escudo de la dictadura del proletariado.
El socialismo sólo puede prosperar en una asociación de comunidades federativamente integradas, que asegure a cada grupo de población su libre derecho de codeterminación y resuelva todos los asuntos públicos en base a los convenios libremente adoptados y a la colaboración solidaria, pues ése es el único camino que permite respetar las condiciones locales, sin violentar los intereses colectivos.

21 de febrero de 2010

Cien años del Instituto de Guadalajara

Portada del librito de Gabriel María Vergara, Guadalajara, 1937 (Archivo La Alcarria Obrera)

En noviembre de 1937 el Instituto de Segunda Enseñanza de Guadalajara celebró su primer Centenario; si en 1837 abrió sus puertas en una España agitada por una guerra civil (la Primera Guerra Carlista), que llevó el conflicto bélico a las puertas de la ciudad, un siglo después conmemoraba su fundación en medio del fragor de las batallas de una Guerra Civil que, seis meses atrás, había llegado a amenazar la capital.
A pesar de las penurias y dificultades, que interrumpieron la vida académica del centro en el curso 1936-1937, la comunidad escolar decidió celebrar el Centenario de su Instituto como prueba de esperanza en el futuro. Un librito de Gabriel María Vergara Martín, uno de los más longevos y de los mejores catedráticos del centro, servía como testimonio de este feliz acontecimiento. Reproducimos aquí el texto del folleto, a falta de los Apéndices, del profesor Vergara.


Por Real orden de 27 de septiembre de 1837 se creó el Instituto de Guadalajara por iniciativa del entonces Jefe Político de la provincia, D. Pedro Gómez de la Serna, con el decidido apoyo de las Corporaciones populares arriacenses, siendo uno de los primeros Centros de enseñanza de esta clase que se establecieron en España.
Se celebró la apertura del nuevo Instituto el 30 de noviembre de 1837, cuando nuestro país estaba ensangrentado por la enconada guerra civil sostenida entre carlistas e isabelinos, inaugurándose sus estudios en el local del ex convento de San Juan de Dios, situado en la calle de este nombre, acudiendo a ellos los catorce alumnos que se habían matriculado hasta aquella fecha, y para contribuir al sostenimiento del mismo, el Regente del Reino dispuso, el 13 de mayo de 1841, que se le concediesen las rentas de la suprimida Universidad de Sigüenza, y poco después, por un Real Decreto del citado año, se reconoció la existencia definitiva del Instituto de esta capital; pero como el número de sus alumnos continuaba siendo escaso, por Real decreto del 4 de septiembre de 1850 fue suprimido, lo mismo que se suprimieron, por igual razón, otros de diferentes localidades de la Península.
A excitación de la Diputación provincial y del Ayuntamiento de Guadalajara que comprendieron lo necesario que era existiese en la capital un Centro de cultura de esta clase, fue restablecido el Instituto, con carácter provisional, por Real orden de 21 de noviembre de 1855, acordándose que continuara de un modo definitivo como Instituto de segunda clase el 31 de enero de 1857.
En esta segunda época de la existencia del Instituto empezó a aumentar el número de sus alumnos, y desde el ex convento de San Juan de Dios fue trasladado al edificio que ocuparon en la calle de Santa Clara (hoy del Teniente Figueroa) las monjas de la Piedad, convento que fundó a principios del siglo XVI Dª Brianda de Mendoza y Luna, en cuyo edificio, andando el tiempo, tuvieron también acomodo las oficinas y dependencias de la Diputación provincial, la Cárcel, el Museo de Pinturas y la Biblioteca provincial.
El 30 de noviembre de 1887 celebró el Instituto, a propuesta del Claustro de Profesores, un Certamen científico, literario y artístico para solemnizar el quincuagésimo aniversario de su inauguración.
Aumentaron las necesidades del Instituto con el aumento de su matrícula, con la ampliación de sus gabinetes de material científico y la creación de nuevas enseñanzas, en tanto que la Diputación provincial y la Cárcel fueron trasladadas a edificios construidos a propósito para sus respectivos fines, quedando los locales del ex convento de la Piedad en su totalidad para el Instituto, el Museo de Pinturas y la Biblioteca provincial ; pero era preciso hacer obras con carácter definitivo para que el Instituto quedase debidamente instalado y atendidas las necesidades de la enseñanza y los servicios y dependencias del mismo con arreglo a las exigencias de la vida moderna, y en septiembre de 1902, siendo ministro de Instrucción pública y Bellas Artes D. Álvaro Figueroa y Torres, empezaron las obras de reparación y ampliación de los locales que ocupaba el Instituto de Guadalajara con arreglo al proyecto del arquitecto D. Ricardo Velázquez, aprobado por el Ministerio de Instrucción pública.
Los cuadros que formaban el Museo de Pinturas fueron trasladados al palacio de la Diputación provincial, y el Instituto y la Biblioteca se instalaron provisionalmente en el ex convento de San Juan de Dios, donde estuvo la Escuela Normal de Maestros que se había incorporado al Instituto al convertirse éste en general y técnico, como los demás de España, con arreglo al nuevo plan de estudios de estos Centros de enseñanza que se había publicado por aquel entonces.
Por cuenta el Ministerio de Instrucción pública y Bellas Artes se hicieron en el viejo ex convento de San Juan de Dios las obras de consolidación necesarias para el nuevo destino que se le daba y las reformas indispensables para establecer las clases, gabinetes de material científico y las dependencias del Instituto, que permaneció allí hasta que hechas las obras más importantes en el ex convento de la Piedad, volvió a él de un modo definitivo, sin terminar por completo la reforma y ampliación del edificio, en el que a medida que ha pasado el tiempo se han hecho varias modificaciones para conseguir que el Instituto pueda atender al cumplimiento de sus fines culturales.
Era el propósito del Claustro de Catedráticos del Instituto de Guadalajara celebrar con varios actos públicos el primer centenario de la fundación de este Centro de enseñanza; pero en las circunstancias actuales la atención de todos está fija en la guerra que se desarrolla en España entre fascistas y antifascistas, y no puede intentarse con éxito la conmemoración que el Profesorado de este Instituto proyectaba, en la forma que se había trazado, para que revistiese la mayor solemnidad.
Sin embargo, tampoco debe dejarse pasar en silencio la fecha del 30 de noviembre de 1937 en que se cumple un siglo desde que empezó a funcionar el hoy Instituto Nacional de Segunda enseñanza de esta capital, y como recuerdo de ella sus actuales Catedráticos acordaron publicar un homenaje a la memoria de los alumnos que más se distinguieron en este Centro en los distintos cursos académicos transcurridos desde su inauguración hasta el día.
Nuestro deseo hubiera sido incluir en este homenaje a todos aquellos discípulos de esta Casa, que, después de estudiar en ella con gran aprovechamiento la Segunda enseñanza, se destacaron en el cultivo de las letras, las ciencias, las artes, etc., y constituyeron al engrandecimiento de la Patria; pero su enumeración sería muy extensa por haber pasado por sus aulas muchos que más tarde brillaron como médicos, abogados, militares, artistas, investigadores científicos, en fin, logrando justo renombre en las diferentes esferas de la actividad humana, y por otra parte no nos ha sido posible encontrar datos biográficos de todos ellos, y aunque con sentimiento, porque para el Instituto todos sus discípulos son acreedores a que se les recuerde con el mismo cariño, se ha de limitar este recuerdo a recoger las noticias que se han podido hallar de poco más de una veintena de ellos, bien entendido que de haber podido encontrar datos de los demás, el deseo del Instituto hubiera sido que en este trabajo se reunieran los nombres de todos los alumnos que han contribuido a aumentar su reputación.
Por orden alfabético del primer apellido se insertan a continuación los datos biográficos que se han podido reunir de los alumnos más aventajados de este Centro, a los que en representación de los demás tributa este homenaje el Instituto de Guadalajara al celebrar el primer centenario de su fundación.

Atienza Baltueña (Román)
Natural de Valfermoso de las Monjas (provincia de Guadalajara); se matriculó en el Instituto el curso de 1838 a 1839, y ganó el curso con la calificación de Notablemente aprovechado, y después estudió en Madrid la carrera de Medicina y Cirugía, en la que se doctoró leyendo un discurso en el que trató de la Influencia que la Filosofía ha ejercido en la Medicina, trabajo que imprimió en 1850.
Se estableció en Guadalajara, donde ejerció con gran éxito su profesión; fue elegido alcalde de su Ayuntamiento, y durante su estancia al frente de la alcaldía llevó a cabo muchas reformas urbanas, entre las que figuran una nueva conducción de aguas potables, la mejora de los paseos públicos, la construcción del lavadero de San Roque y la reorganización del servicio contra incendios; fue también varias veces diputado provincial, y a su iniciativa se debió la construcción del palacio donde está instalada actualmente la Diputación provincial de Guadalajara.
Don Román Atienza, además de médico notable, fue buen orador, publicista muy estimado; hombre de acendradas ideas religiosas, bondadoso y muy amante de los pobres, Figuró entre los fundadores del Ateneo científico, literario y artístico de esta ciudad, y por sus méritos y servicios fue nombrado comendador de las órdenes de Carlos III y de Isabel la Católica y se le otorgó la Cruz de Beneficencia. Murió Atienza en Guadalajara el 20 de julio de 1890, y el Ayuntamiento, para honrar su memoria, puso su nombre a la antigua plaza de la Cruz Verde de esta capital.
Barberán y Tros de Ilarduya (Mariano)
Nació en Guadalajara el 14 de octubre de 1895; estudió en este Instituto con gran aprovechamiento los tres primeros cursos del Bachillerato; en 1910 ingresó en la Academia de Ingenieros del Ejército, y después de conseguir el grado de teniente, en 1918 pasó a la Aviación Militar, donde obtuvo los títulos de piloto y de observador.
Como aviador desarrolló constantemente una labor destacada, distinguiéndose de modo extraordinario por su brillante actuación durante la guerra de Marruecos, lo que le valió ser recompensado con la Medalla Militar, y más tarde, por sus trabajos de profesor en la Escuela de Observadores de Cuatro Vientos y por sus servicios como director de la misma, el Gobierno le nombró caballero de la Orden de Isabel la Católica.
Colaboró en el proyecto del vuelo del Plus Ultra a la América Meridional, pero por circunstancias fortuitas no tomó parte en su realización; después, con el teniente Collar, hizo Barberán el vuelo directo a la Habana desde el Aeródromo de Tablada (Sevilla), el 10 de junio de 1933, y desde la capital de Cuba emprendieron de nuevo el vuelo para ir a Méjico; pero no consiguieron llegar al término de su viaje, porque desaparecieron con el aparato que conducían, sin que se lograra poder encontrar rastros de ellos no obstante las grandes pesquisas que se hicieron para buscarlos.
Fue D. Mariano Barberán uno de los aviadores españoles más cultos, estudiosos y entusiastas; escribió varias obras sobre Aviación y fue considerado como una autoridad en todo lo relacionado con la navegación aérea.
Bris y Sánchez (José María)
Natural de Usanos (provincia de Guadalajara); estudió el Bachillerato en este Instituto, destacándose entre sus alumnos, por lo que figuró en el Cuadro de Honor durante los cursos de 1865 a 66, 1866 a 67 y 1867 a 68; hizo los ejercicios para obtener el grado de Bachiller el l.' de julio de 1870, y después pasó a Madrid, donde por su propio esfuerzo logró envidiable posición social, ocupando entre otros puestos importantes el de Consejero de Instrucción pública, cargo que desempeñó en 1896, en el que cesó el año siguiente.
Bris (Luis María)
Estudió el Bachillerato en este Instituto, y la carrera de Medicina en la Universidad de Madrid; concluidos sus estudios médicos fue nombrado titular de San Clemente (provincia de Cuenca), e inspector municipal de Sanidad; tornó parte en el Segundo Congreso, de Sanidad Municipal celebrado en Zaragoza en mayo de 1930, en el que presentó una ponencia acerca de La fiebre de Malta, que se imprimió en Zaragoza el citado año.
Camino y Nesi (José)
Cursó los estudios de Segunda enseñanza en este Instituto, donde obtuvo el grado de Bachiller el 30 de marzo de 1909; ingresó después, por oposición, en el cuerpo de Telégrafos, y se distinguió como escritor y exquisito poeta.
Catalina García (Juan)
Natural de esta provincia, en cuyo Instituto estudió el Bachillerato; en Madrid continuó ampliando sus conocimientos y entró en el Cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, siendo luego catedrático de Arqueología y Ordenación de museos en la Escuela de Diplomática; fue individuo de número de la Academia de la Historia y cronista de la provincia de Guadalajara.
Escribió, entre otras obras, Ensayo de una tipografía complutense, premiada por la Biblioteca Nacional en el concurso de 1887; El libro de Guadalajara y la Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara y bibliografía de la misma hasta el siglo XIX, premiada por la Biblioteca Nacional en el concurso de 1897; también publicó, en el Memorial Histórico Español, Las relaciones de pueblos que pertenecían a la provincia de Guadalajara, con notas y aumentos que él redactó
Falleció Juan Catalina García en Madrid el 18 de enero de 1911, y el Ayuntamiento de Guadalajara, para perpetuar su memoria, puso su nombre al antiguo callejón de la Piedad, de esta ciudad.
Contreras (Bibiano)
Nació en Bujarrabal (provincia de Guadalajara) el 2 de diciembre de 1832; se matriculó por primera vez en este Instituto el curso de 1841 a 1842 y estudió en él la Segunda enseñanza, y después se trasladó a Madrid, donde cursó Medicina, licenciándose en esta Facultad el año 1853.
Concluida su carrera regresó Contreras a la provincia de Guadalajara; fue médico de las minas de Hiendelaencina y alcalde de esta localidad; residió varios años en Brihuega, y por conveniencia de su profesión se trasladó a Jadraque, donde ejerció el cargo de médico, y reunió una colección de antigüedades y curiosidades alcarreñas.
En 1885, cuando el cólera hizo tantos estragos en España, Contreras luchó contra la epidemia asistiendo solícitamente a los invadidos en Jadraque, y allí murió a principios los del siglo actual. Perteneció a varias corporaciones científicas nacionales y extranjeras, y entre otros trabajos publicó, en 1905, El país de la plata. Apuntes históricos del descubrimiento de la mina Santa Cecilia, sita en Hiendelaencina; también escribió Apuntes para una Memoria sobre hidrografía de la provincia de Guadalajara.
Fernández Iparraguirre (Francisco)
Nació en Guadalajara el 22 de enero de 1852; a los diez años ingresó en este Instituto, donde estudió el Bachillerato con notable aplicación, figurando cuatro cursos en el Cuadro de Honor. Pasó después a Madrid, donde cursó la carrera de Farmacia, obteniendo la licenciatura en esta Facultad a los diez y ocho años de edad, y se doctoró en ella; estudió la carrera de Maestro Normal y la enseñanza de sordos, mudos y ciegos, y ganó, por oposición, una cátedra de Lengua francesa, alcanzando el número 1 entre 120 opositores, y fue propuesto, por unanimidad, para la cátedra de esta asignatura, que estaba vacante en el Instituto de Guadalajara, que ya venía desempeñando interinamente desde el mes de noviembre de 1880.
El Dr. Fernández Iparraguirre estudió la flora de esta localidad, y formó una Colección de plantas espontáneas en los alrededores de Guadalajara, que presentó y fue premiada en la Exposición provincia] celebrada en esta capital el año 1876; representó, a sus expensas, a la clase farmacéutica española en el VI Congreso Internacional Farmacéutico reunido en Bruselas el año 1885, del que fue nombrado vicepresidente, y al que presentó una Memoria titulada Causas y remedios del menosprecio con que se mira en todas partes a la clase farmacéutica.
También se dedicó con entusiasmo a los estudios gramaticales, publicando, entre otras obras, Concepto general del verbo y explicación racional del mecanismo de su conjugación; Método racional de la Lengua francesa (en dos volúmenes); Conjugación en las seis lenguas neolatinas, y en colaboración con el Sr. Escriche publicó algunos trabajos y artículos científicos.
Además fue infatigable propagandista del Volapük o lengua universal, que inventó Schleyer; publicó una Gramática de Volapük, un Diccionario Volapük-Español y una revista internacional titulada Volapük, que se unió con la del Ateneo Caracense al fusionarse esta sociedad con el Centro Volapükista Español, que había fundado Fernández Iparraguirre con D. Nicolás de Ugarte el año 1886.
Varias sociedades científicas y artísticas nacionales y extranjeras contaron entre sus miembros al doctor Fernández Iparraguirre, que falleció en esta capital el 8 de mayo de 1889, a los treinta y siete años de edad. El Ayuntamiento de Guadalajara, como homenaje a los méritos de tan insigne hijo de esta ciudad, puso su nombre al que hasta entonces se llamaba Paseo de las Cruces, uno de los más concurridos de la población.
Fernández Navarro (Lucas)
Nació en Guadalajara el 3 de enero de 1869, y heredó la afición a las ciencias de su padre, D. Inocente Fernández Abás, catedrático de Matemáticas de este Instituto, en el que el joven Lucas estudió el Bachillerato con tal aprovechamiento que figuró en el Cuadro de Honor cuatro cursos por haberse destacado en diferentes asignaturas; después en Madrid siguió la carrera de Ciencias, en la que se doctoró, y poco más tarde obtuvo, por oposición, la cátedra de Historia Natural del Instituto de Linares; también logró, por oposición, la cátedra de esta asignatura, que estaba vacante, en el Instituto de Almería, y en 1902 la de Cristalografía en la Universidad Central, a la que se acumuló, en 1911, la de Mineralogía descriptiva,
Fernández Navarro fue también profesor de la Escuela de Altos Estudios del Ateneo de Madrid, donde explicó cursos de Geografía física de la Península Hispánica y de otras interesantes materias; en el mismo Ateneo presidió la Sección de Ciencias Naturales, Físicas y Matemáticas.
En 1922 asistió como delegado del Ministerio de Instrucción pública y Bellas Artes al XIII Congreso Geológico Internacional celebrado en Bruselas; formó parte de numerosas comisiones y exploraciones en España y en el extranjero; fue miembro de diversas corporaciones científicas y fue elegido individuo de número de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en abril de 1923, de cuya plaza tomó posesión en 1925, leyendo un notable discurso, en el que rechazó toda posibilidad científica de la existencia de la Atlántida. Discurso que fue contestado, en nombre de la Academia, por D. Ignacio Bolívar.
Fernández Navarro recorrió minuciosamente el archipiélago canario, pasando el verano de 1917 en la zona del Teide, a 3.200 metros de altura sobre el nivel del mar. Aplicado también a estudios hidrográficos dirigió la construcción de los pozos artesianos de Melilla, y además formó parte de una expedición científica que reconoció gran parte del territorio de la zona del protectorado español en Marruecos. El 31 de octubre de l930 falleció repentinamente en Madrid Lucas Fernández Navarro, habiendo dedicado su existencia por entero al estudio, al trabajo y a las investigaciones científicas, dejando más de doscientas publicaciones de diferentes clases.
Fuente y Herrera (Federico de la)
Nació en Bilbao el año 1866; era hijo de D. José Julio de la Fuente, catedrático de Geografía e Historia de aquel Instituto, desde el que pasó a prestar sus servicios al de Guadalajara, donde Federico figuró entre los alumnos de Segunda enseñanza de este Centro, mereciendo por su aplicación ser incluido en el Cuadro de Honor en varias asignaturas durante los cursos de 1878 a 79, 1879 a 80 y 1880 a 81, y en este último curso se le concedió el premio extraordinario en la Sección de Letras del grado de Bachiller. Pasó después a Madrid, en cuya Universidad siguió las carreras de Derecho y Ciencias; en 1895 fue nombrado, por elección, Consejero de Instrucción pública; después ganó, por oposición, una cátedra en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, y llegó a ser director de la Escuela Superior de Trabajo de la capital de España.
Fuente y Herrera (Ramón de la)
Hermano del anterior; nació en Bilbao el año 1871 y cursó gran parte del Bachillerato en el Instituto de Guadalajara; después ingresó en la Escuela Naval Militar, cuyos estudios siguió con especial aprovechamiento; permaneció largos años en la Armada, donde prestó servicios de gran importancia, llegando a obtener el grado de contraalmirante. Publicó una Historia de la Marina española, premiada en un concurso para libros de texto de la Escuela Naval Militar, y un Tratado de Geografía Universal, obra declarada, previo concurso, de texto para las oposiciones a ingreso en la Escuela Naval Militar, de utilidad para la Marina, por Real orden de 26 de diciembre de 1921, y de texto para el ingreso en la Academia de Artillería de la Armada, por Real orden de 14 de agosto de 1922.
Hernando y Espinosa (Benito)
Nació en Cañizar (provincia de Guadalajara); estudió con gran aprovechamiento el Bachillerato en este Instituto, y en la Universidad de Madrid las Facultades de Medicina y Ciencias. Antes de cumplir los veintiséis años de edad ganó, por oposición, la cátedra de Terapéutica de la Universidad de Granada, y en 1887 fue nombrado catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Central, cargo que desempeñó hasta el año 1908, que se jubiló, y se retiró a vivir a Guadalajara, donde falleció el 24 de julio de 1916.
Fue el Dr. Hernando individuo de número de la Academia de Medicina, insigne médico, notable escritor, hombre de gran erudición y suma bondad. El Ayuntamiento de Guadalajara, para perpetuar su recuerdo, el 15 de abril de 1917 puso el nombre de Benito Hernando a la calle que hasta entonces se llamaba del Museo, en esta capital.
Jiménez González (Cayetano)
Nació en Guadalajara el año 1843; estudió el Bachillerato en este Instituto, y siguió la carrera eclesiástica en el Seminario Conciliar de Toledo, y terminada ésta fue nombrado capellán del Hospital civil de Guadalajara, cargo que desempeñó hasta el año 1869, en que marchó a la República Argentina, con objeto de emplear su actividad en trabajos más en consonancia con su temperamento emprendedor.
En 1887 se hallaba Cayetano Jiménez en la ciudad de Rosario dirigiendo un importante establecimiento literario, y desde allí, para contribuir a la celebración del 50 aniversario de la fundación del Instituto alcarreño, envió un premio de mil reales para el estudiante más aplicado y más falto de recursos del Instituto, premio que se repartió entre tres alumnos estudiosos y necesitados.
Con su trabajo honrado y constante logró Jiménez González labrarse una posición independiente, y por sus muchos merecimientos consiguió escalar puestos elevados de la Administración de aquella República, y hasta pocos años antes de su fallecimiento, ocurrido hace siete lustros, desempeñó una Dirección general en el Ministerio de Gracia y justicia. En Buenos Aires subsiste el recuerdo de tan ilustre alcarreño, que sin contar con más apoyo que el de su privilegiado entendimiento logró ser una de las figuras más salientes de la capital de la República Argentina.
Layna Serrano (Francisco)
Nació en Luzón (provincia de Guadalajara) el 27 de junio de 1893; cursó el Bachillerato en este Instituto, y Medicina en la Universidad Central. Apenas concluyó sus estudios facultativos se dedicó con afán a las enfermedades de garganta, nariz y oídos, en cuya curación no tardó en adquirir gran prestigio.
Entusiasta el Dr. Layna de las investigaciones históricas, empleó en ellas el tiempo que le dejaba libre el ejercicio de su profesión, y publicó, entre otras obras, El monasterio de Ovila, interesante estudio acerca de este convento español expatriado; Los Castillos de Guadalajara y La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara, etc.
En mayo de 1934 la Diputación provincial de Guadalajara le nombró cronista de la provincia; las Academias de la Historia y de Bellas Artes le eligieron su correspondiente; el Ministerio de Instrucción pública le nombró delegado de Bellas Artes en la provincia de Guadalajara, y el Museo del Pueblo Español le designó como su delegado en la misma.
Mayoral y Medina (Miguel)
Natural de Guadalajara, en cuyo Instituto se matriculó el curso de 1842 a 1843, y, después de estudiar en este Centro el Bachillerato, cursó en Madrid la carrera de Medicina, y concluida ésta se trasladó a Guadalajara, donde se distinguió como médico y publicista. En 1892 fundó, con Alfonso Martín, Marcelino Villanueva e Inés Cordavias, el semanario literario y de noticias titulado Flores y Abejas, que se publicó hasta fines de julio de 1936, y fue el periódico más popular de cuantos han visto la luz pública en Guadalajara.
Mayoral fue alcalde-presidente del Ayuntamiento de esta capital, y médico titular de los Baños de Arnedillo (provincia de Logroño), donde falleció, y sus restos mortales fueron trasladados a Guadalajara. Al morir legó su biblioteca al Instituto de esta población, y sus manuscritos, referentes a la historia de la provincia, al Ayuntamiento de su ciudad natal, el cual, para perpetuar su memoria, dio el nombre de Miguel Mayoral a la antigua Cuesta del Reloj.
Pareja Serrada (Antonio)
Natural de Brihuega (provincia de Guadalajara); estudió en el Instituto de la capital de la Alcarria, y en él obtuvo el título de Bachiller el 4 de octubre de 1861. Fue periodista y escritor, distinguiéndose por su afición al estudio de la historia de Guadalajara, por lo que el año 1911, la Diputación provincial le nombró su cronista a la muerte de Juan Catalina García, que desempeñaba este cargo.
Entre otras obras de carácter histórico, Pareja Serrada publicó las siguientes: Diplomática arriacense, La razón de un centenario, Brihuega y su partido, Guadalajara y su partido, etc.
El Ayuntamiento de Brihuega, por acuerdo tomado el 12 de julio de 1924, puso el nombre de Pareja Serrada a una calle de la citada población, y el mismo homenaje le rindió el de Guadalajara, poco después de su fallecimiento, ocurrido en Madrid el 4 de septiembre de 1924, cuando Pareja Serrada tenía ochenta y dos años de edad, siendo su cadáver enterrado en el cementerio de la Almudena de la capital de España.
Sepúlveda y Lucio (Fernando)
Nació en Brihuega el año 1825, y estudió Filosofía en el Instituto de Guadalajara el curso de 1843 a 1844; después siguió en Madrid la carrera de Farmacia, concluyéndola, con gran aprovechamiento, el año 1849, y desde esta fecha hasta- 1851 regentó en Guadalajara la farmacia de D. Melitón Gil, y fue ayudante de la cátedra de Física y Química de la Academia de Ingenieros militares, en la que se le encargó de la instalación y arreglo de los gabinetes de las citadas asignaturas.
Después se estableció en Humanes, y se dedicó al estudio de la botánica de la provincia, ayudado por su hermano José, formando un herbario de ella, que presentó en la Exposición Agrícola de Madrid de 1857. Por este tiempo la Asociación de Ganaderos del Reino premió con 10.000 reales a Fernando Sepúlveda, por haber descubierto un medicamento para curar el mal del bazo del ganado lanar, que dio excelente resultado.
En 1858 se trasladó a Brihuega, donde continuó sus estudios de botánica, que hizo compatibles con los arqueológicos y numismáticos, por lo que el Ayuntamiento briocense le nombró su cronista, y andando el tiempo fue elegido alcalde de Brihuega, cargo que desempeñó muchos años con satisfacción de los vecinos de esta localidad.
Prosiguió con su hermano, ya citado, el estudio de la vegetación de la tierra alcarreña, y en la Exposición provincial de Guadalajara, celebrada el año 1876, presentaron el bosquejo de la flora de esta provincia, que fue premiado con medalla de plata; continuaron este trabajo, completándole, y le presentaron también en la Exposición Farmacéutica que se celebró en Madrid en 1882, obteniendo un gran éxito con él; Fernando Sepúlveda falleció en Brihuega el 10 de junio de 1883, después de dedicar su vida a los estudios científicos.
Sepúlveda y Lucio (José)
Nació en Brihuega el 15 de marzo de 1837; estudió el Bachillerato en el Instituto de Guadalajara, obteniendo las mejores calificaciones en los exámenes; cursó en Madrid la Facultad de Farmacia, obteniendo el grado de Licenciado con nota de sobresaliente. Ejerció la carrera en Humanes durante veintiún años, y al fallecimiento de su hermano Fernando, en 1883, pasó a ocupar su puesto en Brihuega, donde estuvo tres años, y en 1886 se trasladó a Madrid, y allí obtuvo, por concurso, el desempeño de la botica de un patronato benéfico.
En Humanes y en Brihuega instaló estaciones meteorológicas, agregadas al Observatorio Astronómico de Madrid; trabajó en la formación del Diccionario de Farmacia que compuso el Colegio de Farmacéuticos de Madrid, del que fue socio de mérito, y contribuyó con su hermano Fernando a la formación del herbario de la provincia de Guadalajara.
Serrano y Sanz (Manuel)
Nació en Ruguilla (provincia de Guadalajara) el 1 de junio de 1866; estudió el grado de Bachiller en el colegio de las Escuelas Pías de Molina, incorporado al Instituto de Guadalajara, y en el curso de 1880 a 1881 obtuvo el premio en las asignaturas de Historia Natural y de Agricultura Elemental; siguió después con gran aprovechamiento la carrera de Filosofía y Letras, concluida la cual logró, previa oposición, la cátedra de Historia Universal de la Universidad de Zaragoza, que desempeñó hasta que se jubiló, demostrando en ella su mucha erudición.
Incansable investigador, escribió numerosas obras, en las que se destacan sus grandes conocimientos científicos, que le colocan entre los primeros polígrafos de la España actual. En 1924, la Diputación provincial de Guadalajara le nombró cronista de la provincia; la Academia de la Historia le eligió individuo de número de la misma, y murió en Madrid el 6 de noviembre de 1932 sin tomar posesión de dicho puesto. El 23 de julio de 1935 el Ayuntamiento de Sigüenza puso una lápida en la casa en que vivió en esta ciudad Serrano y Sanz, y dio su nombre a la calle donde está situada la citada casa.
Vela y Herranz (Antonio)
Nació en Pardos (provincia de Guadalajara); estudió el Bachillerato en este Instituto, figurando en el Cuadro de Honor el curso de 1878 a 1879 como alumno de Retórica y Poética, de Historia Universal y de Aritmética y Álgebra; en 1879-1880, como alumno de Psicología, Lógica y Ética y de Geometría y Trigonometría; en 1880 a 1881 obtuvo el premio extraordinario en la Sección de Ciencias, y figuró en el Cuadro de Honor en Física y Química, en Fisiología e Higiene, en Historia Natural y en Agricultura Elemental.
Pensionado por la Diputación provincial en atención a sus excepcionales cualidades, hizo los estudios en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, y pronto se distinguió en ella por su clara inteligencia y su intuición científica.
En 1884 ingresó, por oposición, como auxiliar en el Observatorio Astronómico de Madrid, y después de nueva oposición obtuvo el título de astrónomo en 1889. Desempeñó este cargo hasta 1919, año en que pasó a jefe del Establecimiento; en noviembre de 1890 fue nombrado auxiliar de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, y con tal carácter explicó cátedras de casi todas las asignaturas. A propuesta del Claustro de Profesores de la Facultad se le dio la cátedra de Astronomía Física, cátedra que regentó durante diez y nueve años.
El año 1895 obtuvo, por elección, el cargo de Consejero de Instrucción pública, que ocupó tres años, tras de una campaña muy reñida, en que brillaron sus talentos de escritor y polemista vivo e ingenioso. Su labor científica, desarrollada principalmente en el campo de la Astronomía, queda consignada en las publicaciones del Observatorio Astronómico y en las Revistas científicas similares españolas y extranjeras.
Tomó parte Antonio Vela en las expediciones que se mandaron, en 1900 y en 1905, a Plasencia y Burgos respectivamente, para determinar las coordenadas geográficas necesarias en la observación de los eclipses de sol ocurridos en dichos años.
Falleció Vela y Herranz en Madrid el 8 de julio de 1927 a los sesenta y dos años de edad, y con su muerte perdió la ciencia española una figura de gran relieve.
Verda del Vado (Tomás)
Natural de Cabanillas del Campo (provincia de Guadalajara); estudió parte del Bachillerato en este Instituto, e ingresó después en la Academia de Infantería de Toledo, de donde salió con el grado de alférez; tomó parte en la campaña de Marruecos, y murió gloriosamente el 18 de enero de 1922 en el territorio de Larache, en la posición que desde entonces se llama Verda, en honor suyo.

En el homenaje que el Instituto de Guadalajara dedica a sus alumnos más aventajados al celebrar el primer centenario de la fundación de este Centro, no figuran todos los que debían figurar en él, por la dificultad con que se ha tropezado en las circunstancias actuales para reunir algunos datos biográficos de ellos; queden, por tanto, representados todos los que hubiéramos deseado incluir en el presente trabajo por los que aparecen en él, porque a todos alcanza por igual el recuerdo que les tributa el Establecimiento docente de Guadalajara en que cursaron la Segunda enseñanza.
Si se fija la atención en los apuntes biográficos que forman este homenaje se observará que entre los naturales de la provincia de Guadalajara ha tenido y tiene la Medicina insignes cultivadores, conservándose entre ellos la afición a estos estudios, representada en el siglo XVI por el célebre Luis de Lucena, que vivió largos años en Roma, y fue médico del papa Pío V; por Antonio Aguilera, médico del conde de Cifuentes y autor de varias obras de Medicina; por Andrés Alcázar, que escribió seis libros de Cirugía, y, a fines de la citada centuria, D. Francisco Pérez Cascales, que se distinguió como especialista en enfermedades de los niños.
Representa la tradición médica, entre los alcarreños del siglo XVIII, Gaspar Casal, que ejerció con gran éxito la Medicina en Asturias; en el siglo XIX se destaca Juan Creus, eminente cirujano y catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Central, de la que fue Rector, y en lo que ha transcurrido del siglo actual merecen un recuerdo, como médicos distinguidos, los que fueron discípulos de este Instituto José Palancar y Tejedor, que ha logrado justo renombre ejerciendo la Medicina en Madrid, y Juan Manuel Ortega, médico militar, especializado como oculista.

Como complemento de este homenaje se incluyen dos Apéndices: en el primero figuran los Directores y Catedráticos que ha tenido el Instituto de Guadalajara desde su fundación hasta el día, y en el segundo los que forman el Profesorado de este Centro en la actualidad, para que los que quieran puedan conocer los que con su esfuerzo y amor a la enseñanza han contribuido a que salgan del mismo gran número de alumnos, que son la honra del Establecimiento donde cursaron los estudios de Bachillerato.

14 de febrero de 2010

Reapertura del Instituto de Guadalajara en 1858

El 16 de septiembre de 1858 se celebró la solemne apertura del nuevo curso escolar en el Instituto de Segunda Enseñanza de Guadalajara, del que era director el presbítero Manuel Mamerto de las Heras; este acto revestía un carácter muy especial pues se celebraba la recuperación del centro, que había sido, seguramente, el primero de estas características en el España contemporánea. Con ese motivo, Zacarías Acosta y Lozano, que luego fue catedrático de Matemáticas en el Instituto Alfonso X de Murcia, pronunció un interesante discurso que resume perfectamente el espíritu de la época: una fe inquebrantable en la ciencia y en su progreso, confianza ciega en el hombre y su voluntad, certeza de que la ciencia moderna resolvería los males que aún sufría la doliente humanidad... Aquí lo reproducimos íntegro, tal y como se publicó en un librito publicado en 1887 por el Instituto con motivo del cincuentenario de su fundación.

Señores:
La filosofía nos persuade, y la religión (que vale más que la filosofía) nos enseña, que el hombre es un compuesto de dos elementos esencialmente distintos: el primero la materia, descomponible y frágil; el segundo el espíritu, simplísimo e indestructible. EN ninguna sociedad es desconocido este sublime principio, y en él han de estar basadas todas las leyes que tengan por objeto la conservación, aumento y felicidad de la especie humana.
Pero si todas las leyes (siendo justas) tienden hacia alguno de tan importantes fines, ningunas tienden más directamente ni tienen una influencia más poderosa en la suerte de las naciones, que aquellas que se dirijen a estender y perfeccionar la instrucción pública. A medida que estas leyes son más acertadas, los hombres se mejoran; y bastaría que por espacio de algunos años rigiese en la sociedad más embrutecida y desmoralizada un excelente plan de instrucción pública, para que gradualmente se mejorase y quedase por último convertida en una sociedad ilustrada y benéfica: no de otra suerte si en un estanque de aguas turbias y corrompidas se hace entrar una corriente cristalina y pura, vemos el antes sucio depósito cambiar poco a poco, hasta quedar transformado en limpio y luciente espejo del cielo.
No han faltado sin embargo filósofos (con este nombre se les ha honrado) que consideren la instrucción de los pueblos como perniciosa a su felicidad, y que volviendo atrás la vista suspiren por aquella dichosa edad y siglo dichoso en que el hombre usurpaba su habitación a las fieras y disputaba al jabalí el áspero fruto de la corpulenta encina. Muchos de estos filósofos han deseado de buena fe el bien de sus semejantes; por esta razón son dignos de indulgencia, y aún me atrevería a decir que de aprecio: pues a la verdad, una locura filantrópica, por más que no deje de ser locura, es una locura apreciable.
Mas ¿qué diremos y que concepto formaremos de otros hombres, no llamados filósofos, sino políticos, que viendo en una instrucción franca y leal la más firme garantía de los derechos humanos, y el más fuerte dique contra las avenidas de todo poder, han procurado anular estos saludables efectos, disponiéndola de modo que sea ineficaz para producirlos? Estos hombres ni merecen perdón, ni lástima, ni excusa: conocen el mal, y conociéndole le obran; para ofender a sus semejantes les privan de la defensa; para satisfacer los caprichos de unos pocos, hacen desgraciada a toda una nación.
Afortunadamente, nos hallamos en el caso de no tener que temer ni a las arengas y declamaciones de los unos, ni a las cábalas y maquinaciones de los otros.
Algunas veces, tocándose una cuestión de sumo interés para la humanidad, y recordando los tiempos en que las naciones más civilizadas fueron invadidas por numerosas huestes de feroces guerreros, que hacían desaparecer el saber de la faz de la tierra difundiendo la barbarie, a la manera de un río turbio y desenfrenado convierte en espantoso pantano una fértil y hermosa campiña, he oído preguntar a personas muy instruidas, si estas asoladoras invasiones podrán repetirse, y si nuestros nietos estará condenados a presenciar y sufrir transformación tan horrorosa. Para mí es claro y brillante como la luz del sol que el hombre no puede ya retroceder al embrutecimiento, y que, cualquiera que sea la suerte que por los impenetrables designios de la Providencia le esté destinada, esta se ha de cumplir avanzando siempre en el camino que en el vasto campo de las ciencias al través de tantos siglos y a costa de tantos desvelos y fatigas se ha trazado: no, no es ya posible que las aguerridas y bárbaras huestes de un nuevo Atila eclipsen el vivo resplandor del saber en la moderna Europa. La ciencia es en nuestro siglo la defensa de la sociedad, su guía, su luz, su bien, su esperanza; ella es la palanca poderosa que remueve todos los obstáculos que se oponen a la felicidad del hombre; sin ella la agricultura es un trabajo casi bruto, prácticas rutinarias las artes y un juego de azar el comercio.
Pero acaso, ¿el conocimiento de las importantes verdades que hacen al hombre rey de la creación, es privativo de nuestra época? ¿No se dedicaron los antiguos con un ardor y una sagacidad de que apenas puede darse ejemplo en nuestros días a la investigación y resolución de los más sublimes problemas? ¿Las artes necesitaron de los descubrimientos modernos para brillar en su más alto esplendor? ¿Todos los esfuerzos de la estética moderna han bastado para darnos aquel delicado sentimiento de la belleza, aquel elevado concepto de la sublimidad que transpiran las inimitables producciones de la culta de la sabia, de la inmortal Atenas? Por otra parte, ¿qué prodigio de nuestros días puede compararse al de ver un anciano decrépito rechazar por la sola fuerza de su genio y de sus recursos científicos y mecánicos, toda la potencia romana, y obligar a los enemigos a recurrir a un ardid para poder apoderarse de una ciudad defendida por un solo hombre? Ya comprendéis que os hablo del famoso sitio de Siracusa, sitiada por la armada de Marcelo y defendida por Arquímedes. Tan grande, tan maravillosos fueron los inventos de este hombre, verdaderamente divino, que no pudiendo comprenderlos algunos de los modernos geómetras, y no queriendo confesarse vencidos, tomaron por partido negarlos: otros han sido más justos, esforzándose a demostrar la posibilidad de haber sido el sol reflejado por poderosos espejos ustorios el arma de que se valió Arquímedes para reducir a cenizas muchas de las naves romanas. No puede negarse que todo esto que dejamos apuntado a favor de los antiguos, no es más que una mínima parte de lo mucho que pudiera decirse para apreciar debidamente el alto punto de perfección a que elevaron las artes liberales, las letras y las ciencias. Y a la verdad, los monumentos científicos, artísticos y literarios que de los griegos se conservan, son en el concepto de muchos hombres eminentes, creaciones tan sublimes y acabadas, que no han dejado a las generaciones venideras otra gloria que la que puedan alcanzar acercándose a tan perfectos modelos.
Yo no tributo idolatría, pero si veneración a la sabia antigüedad. Por esta razón no he podido al tratar de los progresos que el saber humano ha hecho en estos últimos siglos, y del grande influjo que estos progresos han tenido en la suerte de la sociedad, desentenderme de pagar el debido tributo de gratitud a los grandes maestros de cuyos aciertos y errores han sacado las sociedades modernas todo el fondo de sus conocimientos.
Ahora, la ventaja que llevan las sociedades modernas a las sociedades antiguas, no consiste en que aquellas posean más ni mayores genios que estas: en mi concepto, ni Bacon vale tanto como Aristóteles, ni Newton vale más que Arquímedes, ni Kant vale tanto como Platón; y en cuanto a esos hombres de talento extraordinario, llamados genios, quizá porque la influencia que ejercen en el destino de sus semejantes es superior a lo que pudiera esperarse de un débil mortal, siempre han sido muy escasos, y tanto más deben serlo cuanto más avance la sociedad hacia ese punto de su perfección que el entendimiento concibe, sino como una realidad, como una idea por lo menos que no está fuera de la circunferencia de los posibles.
La verdadera ventaja que llevan las sociedades modernas a las sociedades antiguas, y el motivo porque hemos afirmado y afirmamos de nuevo que no es posible ya retroceder en el camino de las ciencias, es que estas son en la actualidad el fundamento de todas las operaciones a que podemos recurrir a fin de proporcionarnos todo lo que pueda ser agradable, útil o necesario para nuestra subsistencia. La guerra misma, ya como arma de la ambición, ya como escudo de la justicia, no puede hacerse en nuestros tiempos, sin el poderoso auxilio de las ciencias: estas son en nuestro siglo una imperiosa necesidad de todo el pueblo; el que a ellas renunciase, renunciaría su poder y dignidad y conspiraría contra sí mismo.
De la acción ilimitada que hoy ejercen las numerosas aplicaciones de la ciencia en el bien y prosperidad de las naciones, ha nacido la necesidad de generalizarla: a lo cual ha contribuido poderosamente primero como causa y ahora como medio el arte de la imprenta: y he aquí otra diferencia sumamente notable entre las sociedades antiguas y las sociedades modernas. Pasaron aquellos tiempos en que patrimonio de unos pocos los conocimientos humanos, los envolvían en un lenguaje misterioso y simbólico para hacerlos impenetrables al pueblo. Alejandro escribía a su maestro Aristóteles quejándose de que hubiese publicado una de sus obras, y el filósofo le tranquilizaba contestándole que sólo podían comprenderla los que hubiesen asistido a sus lecciones; ¡ojalá que sólo retrocediendo a tan lejanos siglos pudiésemos hallar ejemplos del más inicuo y perjudicial de todos los monopolios!
Alguna vez afligido el hombre con la consideración de los males que presencia, o herido por la rudeza de los que sufre, y debilitados en él, a causa del mal presente, los sentimientos y razones que debiera sugerirle la historia, suele exagerar los males de la sociedad actual y suspira envidiando la suerte de las que fueron. Mas si preguntásemos al que así se lamenta, si, puesto que está contento de la sociedad en que vive, le bastaría escogerla a su gusto, sin necesidad de detenerse a escoger el individuo que en ella debía de representar, seguramente que esta pregunta le haría volver en sí; y si por ventura le agrada aquel siglo en que la potencia romana pesaba sobre todo el orbe conocido, no elegiría sin duda ser esclavo, sino patricio; y si, acercándose más a nuestros días, se fijase en aquel brillante periodo de nuestra historia cuando la pujante España pudo poner en su envidiado blasón dos hemisferios, escogería ciertamente haber nacido español, pero no indio. Para mí, lo digo con una profunda convicción, con una satisfacción completa, es un hecho que la instrucción se va perfeccionando y difundiendo, y que en consecuencia de esto la condición de la especie humana se va mejorando.
Pero así como una nación no puede ser feliz ni por la aglomeración ni por la igualación de los capitales, pues el primero de estos estremos conduce a una miseria casi general, y en el segundo (suponiendo su posibilidad) en vez de verificarse la igualdad de fortunas, solo podría tener lugar la igualdad de miserias, del mismo modo, la instrucción que reciban sus individuos, si bien general en ciertos puntos, no puede ser una misma para todos. Proporcionar a los individuos que componen la masa general, las luces que indispensablemente necesitan; designar no solo las materias, sino la extensión y orden en que han de estudiarlas los que se dedican a ciertas carreras; crear aquellas enseñanzas que reclame el estado de la nación; escoger los puntos que han de servir como de focos principales para la más cómoda y conveniente propagación de los conocimientos; combinar los estudios de manera que al mismo tiempo se dé impulso a la agricultura y al comercio, no desfallezcan las bellas artes, se dé pábulo a la amena literatura, y no se entibie el amor a la ciencia, es un problema cuya completa solución conduciría a incalculables beneficios. Pero si la importancia de resolver este problema es suma, la dificultad de resolverlo es inmensa, y considerada esta dificultad, no debemos seguramente estar quejosos del estado actual de nuestra enseñanza. Se notan, es cierto, en las leyes de instrucción pública ciertas oscilaciones cuyos inconvenientes no se descuidan algunos en exagerar. Yo convengo en que un plan de estudios perfectos y que siempre rigiese, sería lo mejor que podríamos desear. Pero esto no es posible en el estado presente de nuestra nación; y no puede notarse por otra parte y no es poco consolatorio, que la amplitud de aquellas oscilaciones es bastante reducida, y que en medios de ellas la instrucción va progresando.
Guadalajara ha sentido a su vez los beneficios de las nuevas leyes de instrucción pública, y tanto más debe agradecerlos cuanto que por la posición que muy pronto ocupará puede considerarse como formando parte de la capital del reino. No hace muchos años que un célebre Magistrado, cuyas luces y cuyo amor por los adelantos de su país os son bien conocidos, hizo resonar su voz en este recinto, anunciando a los habitantes de esta capital que quedaba abierto este Instituto, y haciéndoles concebir por ello las más lisonjeras y fundadas esperanzas. Demos en tan solemne momento este recuerdo de gratitud al Excmo. Sr. Don Pedro Gómez de la Serna, el primero que tuvo el placer de anunciaros que se levantaba en Guadalajara un nuevo templo a la instrucción. De la estabilidad y lustre de este Instituto, a los sucesores de tan celosa Autoridad toca la gloria; y yo sé que de esta cabrá no pequeña parte a… no me toca a mi decirlo: ¡dichoso aquel de mis compañeros a quien quepa en suerte espresar el voto de gracias que en este momento nace en mi corazón y espira en mis labios!
Aquí, señores, daría fin a este breve y mal compaginado discurso, si no me punzase el deseo de buscar en la poesía algún desahogo al entusiasmo de que me siento poseído. Esa juventud llena de vida y de esperanza que me escucha, no tanto ama la instrucción por convencimiento como por instinto; siente mucho, y discute poco; más que el interés, la despierta la gloria. Animarla quiero al estudio hablándola en el idioma del corazón. Permítase al que cultiva el árido campo de las matemáticas, coger una flor en el risueño valle de la poesía, para suavizar por un breve espacio siquiera el molesto afán de su penosa tarea;

ODA A LA INSTRUCCIÓN
Mirad aquel que cruza presuroso
Las espantables fieras persiguiendo
De América los bosques, en la mano
El arco poderoso,
Que nunca flechó en vano,
Pronto ya a despedir el dardo horrendo.
Su planta endurecida
Huella segura el pedernal cortante;
En su desnuda piel, al sol curtida,
Los abultados músculos resaltan
El esfuerzo pujante
Del salvaje mostrando, y su fiereza
Se pinta en su semblante
Que colores ridículos esmaltan…

6 de febrero de 2010

El socialismo anarquista, de Azorin

José Martínez Ruiz, más conocido por su seudónimo literario de Azorín, fue uno de los escritores más famosos y reconocidos de su tiempo, aunque con el paso de los años su obra haya ido quedando en el olvido popular y cada vez esté más recluida en el ámbito académico; lejos de la popularidad que aún gozan Antonio Machado, Ramón del Valle Inclán, Miguel de Unamuno o Pío Baroja. Como el resto de sus compañeros de la llamada "generación del 98", Azorín tuvo en su juventud una identidad política muy acusada; él fue rabiosamente anarquista aunque en su madurez se convirtiera al más rancio conservadurismo. De ese pasado ácrata, rescatamos este artículo, que se publicó originariamente en La Tribuna de Barcelona el 28 de diciembre de 1906 y que fue reproducido por el semanario libertario Tierra y Libertad en su primer número del año 1907.

El socialismo se divide en dos grandes ramas: autoritario, inautoritario; gubernamental, anarquista; uno que propugna la autoridad para conseguir sus fines; otro que la combate.
Hablemos del anarquista.
¿Cuáles son sus orígenes? ¿Quién es su fundador? Se ha dicho que La Boétie; se ha dicho que Proudhon, se ha dicho que Bakounine. No; el primero que se rebela contra una imposición ajena, contra una ley, contra un dogma, contra un prejuicio, ese es el primer anarquista. ¿Qué importa cómo se llamara, ni qué importa quién fuera? El socialismo anarquista no es algo concreto, definido, dogmático; es aspiración más bien que sistema; impulso personal más bien que escuela; es ideal, eterno en realización constante, en elaboración perpetua. Todo el progreso de la Humanidad, toda la lucha cruenta e incruenta, feliz o malograda, por el bienestar, por la paz, por la fraternidad universal es el anarquismo. Y es anarquista el inventor de una máquina, el descubridor de una ley, el explorador de una región ignota: Watt o Laplace, Legazpi o Pasteur; y es anarquista el obrero ignorado que abre las entrañas de la tierra y labora los campos; que labra la madera y forja el hierro, que tiende sobre los abismos los puentes y mueve los telares…
La protesta es de todos los tiempos. El cristianismo hace iguales a todos los hombres ante Dios. Ninguno de los modernos demagogos ha ido más allá en su radicalismo que los primitivos Padres de la Iglesia. Conocidos son de todos sus elocuentes apóstrofes contra los poderosos de la tierra, contra la propiedad, contra el privilegio, contra la ley misma. Poco a poco aquel gran espíritu va perdiéndose; los humildes crécense a prepotentes; los desamparaos, a señores. Apenas si de tarde en tarde resuena desde el fondo de un monasterio la voz de un varón austero que clama contra el mando y las riquezas. “Como el trato familiar con las espinas es peligroso, pues ordinariamente se quedan con algo de quien se les avecina –decía en el siglo XVI el ilustre agustino Fray Cristóbal de Fonseca en su Vida de Cristo- así la amistad estrecha con los ricos es peligrosa, porque al apartar pajuelas siempre se quedan con algo, y apenas veréis pobre que no llore algo que le haya robado el rico…”
La Humanidad avanza. Los nuevos tiempos llegan. ¡Qué fecundo el siglo XVIII! Todo se renueva, todo cambia, todo cobra vigorosas fuerzas. Descartes, renueva la filosofía; Montesquieu, la legislación; Laplace, las ciencias matemáticas; Rousseau, el arte literario; Voltaire, la crítica. De Descartes arranca un poderoso movimiento que repercute en todas las naciones. En España, el presidente del Consejo de Castilla, duque de Montellano (y esto lo cuenta el famoso doctor Zapata en su aprobación a los Diálogos philosóficos de Avendaño, o sea Fray Juan de Nájera), el presidente del Consejo reúne en su casa, en discreta tertulia, a los más espigados ingenios de la Corte, y en ella se confieren y debaten los sistemas de Cartesio y Maignan. Por todas partes se escribe y se discute; Madrid es un semillero de disputas y contumelias entre amigos y adversarios de Feijoo; propágase la prensa periódica; corren de mano en mano los libros extranjeros. La impiedad cunde; Capmany, en un folleto célebre ha hablado de la tertulia de Quintana, de lo que allí se defendía y afirmaba, en términos que sonrojarían a una estatua…
Entretanto en Francia el progreso continúa; los ideólogos echan las bases al positivismo contemporáneo. Y si se me pregunta cuáles son, a mi entender, los orígenes ciertos e indudables del anarquismo de nuestros días, del anarquismo sistemático –si puede ser- completo, doctrinal, yo diría que toda la doctrina arranca del famoso libro de Condorcet, Esquisse d’un tableau des progrés de l’espirit humaine.
Condorcet es el primero que proclama que sistemáticamente el progreso indefinido de la Humanidad. Todo es inestable, momentáneo, accidental: la moral, el derecho, las religiones; todo progresa. El autor, en las diferentes épocas en las que divide su libro, traza un cuadro amplio y exacto de las sociedades humanas. No se puede decir: “esto es definitivo” y “tal cosa perdurará a través del tiempo”. El hombre va poco a poco perfeccionándose, y si hoy la patria potestad, y el poder marital, y el derecho de propiedad, no son lo que eran en la antigua Roma, vendrá día en que dulcificándose las costumbres, amansada la bestia humana, no serán tampoco lo que son al presente; y llegará otro día, más lejano y suspirado, en que la autoridad desaparezca del concierto social y los hombres obren sencilla y rectamente, y todos los pueblos de la tierra sean una grande, alegre y laboriosa familia.
Sí el progreso es indefinido. La fórmula de Condorcet es la fórmula de los modernos anarquistas. Como partido, el anarquismo nace con Bakounine. Todos los proletarios de la tierra se agrupan en una inmensa sociedad: La Internacional. Carlos Marx la dirige; Bakounine figura en sus filas. Pero un día Bakounine se rebela contra la autoridad del jefe y se separa; y desde entonces el anarquismo militante, protesta contra la tiranía del patrono y la tiranía de la ley, queda fundado.
¿Cuál es la doctrina de Bakounine? Su vida es su doctrina. Gigantesco, fornido, luenga la barba, flotantes las melenas, Bakounine es un eterno rebelde. Condenado a muerte, proscripto, fugitivo de Siberia, recorre en peregrinación constante el mundo entero, protestando en libros, en discursos, en proclamas contra todas las instituciones, clamando por los tiempos futuros de bienandanzas. Y como las multitudes aman lo claro y terminante, lo que se afirma o se niega rotundamente, el Socialismo anarquista ha ido ganando prosélitos y esparciéndose por todo el mundo desde los días del apóstol ruso.
En Francia, la más brillante juventud intelectual simpatiza con la nueva filosofía. ¿Quién no conoce los nombres de Octave Mirbeau y Paul Adam –antiguos redactores de L’Endehors- de Lucien Descaves y Bernard Lazare, de Adolf Retté –el poeta de la anarquía- y de Hamon?
En España cuenta con espíritus tan ponderados y discretos como Ricardo Mella y Anselmo Lorenzo; considera como su órgano de batalla Tierra y Libertad.