La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

28 de diciembre de 2010

¡Dios, Patria, Rey!: un manifiesto de 1869

El Sexenio Revolucionario hizo renacer la esperanza de un Carlismo que estaba atravesando una gravísima crisis dinástica y política. Con Isabel II destronada y con un joven pretendiente con carisma, los carlistas pudieron reverdecer antiguos laureles y volvieron a ser refugio de todos aquellos que, como el ministro y amante de la reina Luis González Bravo, no habían estado incómodos en la corte isabelina mientras pudieron defender sus ideas conservadoras y sus intereses particulares. Con la religión como bandera, nutrieron las filas carlistas para instrumentalizar a un pueblo que, en buena parte, aún fiaba en las clases superiores y confiaba ciegamente en la Iglesia. El presente manifiesto, muy poco conocido, resume el ideario del Carlismo en esos primeros momentos, antes de que la evolución política española impulsase una primera renovación ideológica de los carlistas, que se puso en evidencia a partir de 1872.

Un solo Dios en el cielo: un solo culto en la tierra. En esta verdad irreplicable se funda la existencia religiosa y política de la nacionalidad española. Romper su unidad católica, conquistada a costa de tanta sangre durante siete siglos, es dar un paso gigantesco, no hacia delante, sino hacia atrás, lo menos hacia la época de Leovigildo. Retroceder hasta el tiempo de los arrianos no parecerá a nadie seguramente un progreso envidiable. España ha conocido ya la pluralidad de cultos, pero antes de ser cristiana por completo.
Volverla a conocer hoy, cuando ni la solicita ni la ha menester, es retroceder, no progresar. Imponérsela al país, es tiranizarle.
Veáse por donde en nombre del progreso se retrocede, y en nombre de la libertad se levanta la más brutal de las tiranías; la tiranía de la conciencia. Dícese: ¿Y por qué se ha de impedir que los extranjeros tengan en España templos propios de su culto? ¡Cómo! ¿Se habla de que el pueblo pide libertad de cultos y se presenta como argumento la conveniencia de los extranjeros? Las leyes de España, ¿se hacen para los españoles o para los extranjeros? Si éstos deben tener derecho a erigir templos no católicos, ¿por qué no han de tenerle también para ejercer los cargos públicos, para ser electores, diputados y ministros? Pues qué, si las leyes españolas exigen a los extranjeros que renieguen de su patria para obtener derechos políticos, ¿no pueden exigir también que los extranjeros abandonen sus sectas para gozar de los derechos religiosos? Ni en Francia, ni en Inglaterra, ni en ninguna parte se ha establecido más que a favor de los nacionales que renegaban de su religión. Cuando un número considerable de españoles deje de ser católico y se afilié a las sectas, entonces podrá haber motivo para tolerarlas. Pero hasta entonces, la pluralidad de cultos, impuesta por el gobierno, será un ataque a los derechos de los españoles, una verdadera traición a la patria, una tiranía insoportable.
¡Y se pide y se sanciona en documentos oficiales, no la tolerancia, sino la libertad de cultos! Entiéndase que se trata de poner a España en iguales condiciones que los Estados Unidos. Entiéndase que se trata de quitar al Estado toda religión, de hacer que prescinda hasta de la existencia de Dios, y un Estado que prescinde de Dios, prescinde de la justicia, de la moral, del bien; prescinde de toda idea elevada, de todo móvil generoso, y llega a hundirse en el embrutecimiento de la adoración a la materia. ¿Qué son los Estados Unidos? ¿Qué es esa nación, modelo de nuestros reformadores extranjerizados? Un inmenso bazar, una gran fábrica, un templo levantado al Dios materia. No es más; y si es otra cosa, muéstrese la historia de su literatura, de sus bellas artes, de sus ciencias morales. Todo pueblo tiene como expresión inmortal de su grandeza, de la elevación de su espíritu, un poema. España, esta nación heroica, tan vilipendiada por sus revolucionarios, posee su Romancero y su Quijote. ¿Dónde está el poema de los Estados Unidos?, ¿dónde sus Velázquez, sus Murillos, sus Juanes, Herreras? ¿Dónde sus Suárez, sus Vives, sus Granadas? Es un país sin arte y sin filosofía; es un país de fabricantes; es un país de materia, no de espíritu. ¡Este modelo nos ofrecen nuestros ardientes patriotas!  En nombre del católico pueblo español, en nombre mismo de la dignidad del entendimiento humano, rechazamos con todas nuestras fuerzas modelos semejantes; y ates que la pérdida de nuestra unidad religiosa, lo preferimos todo, no la pobreza, ¿qué es la pobreza?, la muerte, mil muertes que fuera necesario arrostrar.
El pueblo español ha sentido así siempre, y así continúa abrigando los mismos sentimientos que ayer. El pueblo no ha gritado en ninguna parte ¡Viva la libertad de cultos! Han sido los revolucionarios ilustrados, ha sido el gobierno: el pueblo no ha arrojado a los jesuitas y a las monjas de su seno; ha sido el gobierno; el pueblo no ha arrebatado a las Conferencias de San Vicente de Paúl sus fondos, destinados a los pobres; ha sido el gobierno. Del gobierno ha procedido toda arbitrariedad y toda persecución religiosa. Por eso nosotros, al proclamar la unidad católica como base y fundamento de la sociedad española, combatimos al gobierno, sí, pero haciéndonos eco de los sentimientos populares.
Está tan íntimamente ligada España a esa unidad de creencias, que el día que la perdiera España dejaba de ser fuerte, dejaba de ser España para convertirse en una sucursal mercantil de Francia e Inglaterra, como es hoy Portugal.
Quede, pues, sentado que es imposible transigir en este punto con nadie. Dar a Dios lo que es de Dios, esto es, el culto debido. No hay más que un culto verdadero, como no hay más que un Dios verdadero. La fe heredada de nuestros padres nos impide conceder derechos a dioses falsos. Lo falso no tiene derecho a nada. Esta es nuestra íntima convicción: esta es la convicción del pueblo español.
La segunda palabra de nuestro lema, el segundo grito de nuestro corazón es patria. Después de Dios, la patria; después de nuestra religión, nuestro hogar; después del amor al Ser Supremo, el amor a nuestros hijos, a nuestros padres y a nuestros conciudadanos.
En la tierra de Guzmán el Bueno no ha habido patriotas vocingleros hasta que la raza de los Guzmanes ha desaparecido. El amor a la patria no se manifiesta en destemplados gritos, ni en asesinatos fratricidas, ni en los repartimientos de bienes, ni en el insaciable afán de medrar, ni en sostener nueve ministerios centralizadores que tienen tras de sí un innumerable ejército de empleados holgazanes que se renuevan a cada variación de gobernantes.
Otro es nuestro amor a la patria, y consiste no sólo en sacrificar por ella vida y hacienda, sino en gobernarla conforme a su manera de ser, a sus necesidades verdaderas y a las circunstancias de la época.
¿Cómo se ha gobernado hasta hoy? Dígalo la historia de los siete lustros que acaban de transcurrir. Treinta y cinco años de una inmoralidad escandalosa, confesada por los mismos que a ella han contribuido, hablan más alto que todas las teorías y todas las elucubraciones políticas.
Respecto del orden material, dígase si hemos gozado de un solo día de paz y sosiego. En unas épocas el motín diario, según confesión de un ministro progresista; en otras el amago constante de la Revolución, la frase eterna ¡se va a armar! ha venido a perturbarnos en nuestras tareas, a paralizar los negocios, a matar a la industria, y lo que es peor, a hacer que la sangre española haya corrido a torrentes, sin más causa que la ambición de algunos hombres, o ese juego feroz de los partidos en el poder, origen de toda discordia y de todo desorden.
El charlatanismo parlamentario ha aniquilado nuestras inteligencias, enervado nuestras fuerzas y agotado nuestra riqueza. La compraventa de hombres, erigida en sistema por ministros, diputados y electores nos ha traído al precipicio y nos puede llevar a inevitable muerte.
En treinta y cinco años de constitucionalismo liberal, España ha vivido en estado de guerra casi la mitad del tiempo, y el resto haciendo caso omiso de la Constitución.
El mantenimiento de una Constitución que no se ha cumplido nunca, ha costado seguro a España más sangre y más dinero que todas las guerras internacionales que ha tenido de dos siglos a esta parte.
Y nótese bien: no es sólo en España donde esto ha sucedido; en todos los países constitucionales, o se prescinde absolutamente de la Constitución escrita, como acontece en Francia y en Prusia, o se vive en un perpetuo desorden, en una vergonzosa anarquía, como acontece en Italia, donde tampoco la Constitución es absolutamente respetada.
No se nos cite a Inglaterra en contrario; es un país excepcional, enclavado en las tradiciones de la Edad Media, con su feudalismo y todo; es un país gobernado por el sistema oligárquico, que no se parece en nada a nuestro moderno constitucionalismo. ¡Ojalá que la España católica pudiera ser regida más por la costumbre que por la ley escrita, como lo es la Inglaterra protestante!
Es pues inútil, y será funesto, porque así lo demuestra la experiencia, volver a hacer alardes de un ridículo constitucionalismo parlamentario, que ni garantiza la libertad de los pueblos, ni sirve más que para encender la discordia intestina y agotar los recursos morales y materiales del país.
Y es cosa indudable que los pueblos tienen derecho a ser libres, no oficial y teóricamente, sino de hecho.
La libertad, esa gran palabra de que tanto se abusa, no debe ser escrita en las Constituciones; sino practicada en la esencia social: no ha de ser letra muerta, sino obra viva, condición práctica.
¿Y quién que ame a su patria no ha de amar la libertad? ¡Mal haya los pueblos que engendran tiranos! ¡Mal haya reyes o gobiernos que, como Luis XIV, dicen “El Estado soy yo”! No y mil veces no.
EL Estado no es el rey; el rey es sólo una parte del Estado; es la representación viva de la autoridad; es el centro del Estado, pero no es el Estado, como el centro del círculo no es el círculo.
Pero, ¿es libertad esa vocinglería populachera que blasfema de Dios; que pide el reparto de los bienes del prójimo; que asesina a ciudadanos indefensos; que quema el Concordato, un tratado internacional, a los pies mismos del Nuncio de la Santa Sede? ¿Cuándo ha sido libertad el robo, el despojo, el asesinato, la profanación? Nunca: los mismos diarios liberales de España, ahora que gozan del poder, han dicho que no debe libertad para el mal. ¡Y no ha mucho la pedían para esos mismos asesinos y repartidores de bienes que hoy la usan conforme ellos la entienden! Y cuenta que los tales diarios llaman mal a la defensa de la religión cristiana, que prefieren esclavizar y aniquilar, si eso fuera posible.
Debe España ser libre, tiene derecho a serlo, y lo desea; lo desea con ansia, porque desde que la libertad está en boca de todo el mundo, la libertad ha dejado de estar en nuestras instituciones.
Pero, ¿cómo será libre España? ¿Volviendo al sistema que la Revolución ha devorado, o resucitando añejos regalismos y monarquías que digan: El Estado soy yo? Ni lo uno, ni lo otro. España, para ser libre, necesita, primero de todo, un gobierno esencialmente descentralizador. Expliquémonos.
Carlos I de España, matando las Comunidades de Castilla, y Felipe II, quitando a Aragón sus fueros, inauguraron una política centralizadora que había de ser funesta para la administración de aquellos reinos. Lo decimos sin inconveniente y sin temor: no vamos a resucitar lo pasado; vamos a echar los cimientos para lo porvenir. Lo pasado lo recibimos a beneficio de inventario, como una herencia de donde hay mucho bueno que recoger y mucho malo que rechazar. Rechazamos pues, francamente, el centralismo de la monarquía absoluta. Tal vez Carlos I y Felipe II fueron movidos por un interés superior al interés de la administración; pero, sea de esto lo que quiera, el hecho es que política y administrativamente hicieron mal, y mal hicieron también sus sucesores en continuar con semejante sistema.
¿Ha descentralizado más que el absolutismo el gobierno parlamentario? No: ha centralizado más; ha dado vida a nueve ministerios, centros absolutos de toda la administración, focos de interminables expedientes, vientres hidrópicos donde yace aniquilada la vitalidad del país.
No hay remedio, pues es necesario dar a las provincias y al municipio la libertad que han menester para administrarse a sí mismos; es necesario devolver a las provincias sus fueros y franquicias, admirable conjunto de las libertades patrias.
Independencia e inviolabilidad de la familia, de la familia brotando el municipio, del municipio la provincia, de la provincia el Estado; tal es la armonía de nuestro sistema.
La provincia, el municipio y la familia tienen sus intereses propios y derecho a administrárselos libremente sin mutua colisión. Los intereses generales del país deben ser representados en Cortes, o Estamentos o Estados Generales, que expondrán al gobierno superior las necesidades de la patria, los recursos con que cuenta y la manera de aprovecharlos.
A esto se reduce en breves palabras todo nuestro sistema de administración. Con él se sofocan ambiciones desmedidas e infundadas, se salva la Hacienda, porque se economizan ministerios y empleados; se da impulso a la riqueza pública, fomentando en primer lugar la agricultura, base de la prosperidad material, y se concede al pueblo toda la libertad a que tiene derecho y toda su influencia en el gobierno del Estado.
En cuanto a la parte moral, sólo una palabra tenemos que decir: dentro del respeto debido a la unidad católica, libertad absoluta de enseñanza, de imprenta y de asociación. Enseñe y aprenda el que quiera, lo que quiera y como quiera. Escríbase y discútase acerca de todo lo que se refiere al orden moral y material de los pueblos. Excítese la actividad intelectual; asóciense los hombres para discurrir, para orar y para explotar la riqueza de la tierra. ¿Puede otorgarse más omnímoda, más sincera y más fecunda libertad a los pueblos? ¿Mereceremos después de esto ser motejados con esos ridículos motes que inventa el liberalismo vergonzante?
No; ¡paso a la libertad de España! ¡Paso a la libertad de los hombres de bien!
Inútil es que hablemos de la autoridad como principio esencial y natural de toda sociedad. No escribimos un libro: escribimos un breve bosquejo de nuestro sistema político, simbolizado en el grito nacional de ¡Dios, Patria, Rey!
Que España deje de ser monárquica es punto menos que imposible por hoy.
Todas las tradiciones, todas las glorias de este país están unidas a la monarquía.
El carácter español se ha distinguido siempre por su independencia, en primer lugar, y en segundo por su amor y su veneración al rey, representante supremo de la autoridad.
Sólo un destronamiento ha habido en España, verificado, si no por el impulso, al menos por la indiferencia popular.
Ese destronamiento ha sido el de doña Isabel II de Borbón: ¡el único monarca que en España ha reinado y no ha gobernado! Este fenómeno es digno de estudio, y lo abandonamos a la ilustrada consideración de nuestros lectores.
El Rey, depositario del poder sumo, representante de la fuerza pública y ordenador general de la sociedad política, reina y gobierna por derecho y por naturaleza. Digámoslo mejor: reina por naturaleza y gobierna por deber.
Monarca que reina y no gobierna no es monarca; es un ridículo espantajo, que sólo sirve de juguete a las ambiciones y los caprichos de los ministros.
El Rey reina y gobierna, pero ¿cómo gobierna? No tiemblen los que se asustan del absolutismo. No somos absolutistas. El Rey gobierna entre dos límites insuperables; por cima de sí tiene la justicia de Dios; por bajo de sí las libertades, fueros y franquicias inviolables de los pueblos.
El Rey no administra en realidad; los pueblos se administran solos; el rey dirige, encamina, arregla y mantiene el orden general, siendo más bien el padre que el rey de su pueblo.
No admitimos el derecho de insurrección. Pero sabemos nosotros, y los reyes no ignoran, que cuando faltan la justicia divina o atentan a las libertades legítimas de los pueblos, se exponen a perder la corona, si es que con la corona no pierden también la cabeza.
No temamos pues, la tiranía de un rey. Los reyes son tiranos cuando el pueblo los engendra.
Los pueblos honrados son libres siempre, porque espantan a los déspotas. Si el pueblo español tiene seguridad de su honradez, abra los brazos a un rey que lleva sobre su frente el sello de la legitimidad, y en su corazón un amor profundo a su patria, aumentado y nutrido por la amargura de un destierro impuesto por la usurpación.
Carlos VII de España, aleccionado en la desgracia y conocedor de las necesidades de la patria, es el rey que debe y puede, y quiere darnos el gobierno que la patria necesita.
El emblema del derecho es también emblema de los principios que acabamos de exponer.
Sabe la época en que vive, y sabe también que el rey y el pueblo, estrechamente unidos para evitar la injerencia de esos reyezuelos espurios que tratan de arrebatar al monarca su soberanía y de chupar la sangre al pueblo, pueden alcanzar para nuestra patria la gloria de marchar, como en otro tiempo, a la cabeza de todas las naciones del mundo, con la santa enseña de ¡Dios, Patria y Rey!
¡Viva la unidad católica!
¡Vivan las libertades patrias!
¡Viva Carlos VII!

27 de diciembre de 2010

El plan absolutista del cura de Tamajón

Matías Vinuesa era el sacerdote del pueblo alcarreño de Tamajón en los primeros años del siglo XIX. Durante el Trienio Liberal (1820-1823) se hizo célebre por haberle sido descubierto un plan exhaustivo, pero fantasioso, para reintroducir el absolutismo en España por medio de un golpe de Estado palaciego, para el que creía contar con el apoyo del rey Fernando VII, del infante Don Carlos y del duque del Infantado. Más allá de las posibilidades reales de triunfo de un plan como éste, y de la capacidad del cura de un pueblo de Guadalajara para cambiar por sí solo el curso de la Historia de España, el proyecto del párroco de Tamajón tiene el interés de mostrar con toda claridad el sustrato religioso del absolutismo hispano y cómo la alianza entre el Altar y el Trono no pasaba de ser una plena subordinación del segundo ante el primero. Reproducimos lo esencial de aquel proyecto, que costó al autor su vida.

Plan para conseguir nuestra libertad.
Este plan solo deberá saberlo S. M., el serenísimo señor infante D. Carlos, el excelentísimo señor duque del Infantado, y el marqués de Castelar. El secreto y el silencio son el alma de las grandes empresas.
La noche que se ha de verificar este plan hará llamar S. M. á los ministros, al capitán general y al Consejo de Estado, y estando ya prevenida, entrará una partida de Guardias de Corps, dirigida por el señor infante D. Carlos, haciendo que salga S. M. de la pieza en que estén todos reunidos, en la que quedarán custodiados. En seguida pasará al cuartel de Guardias el mismo señor infante, y mandará arrestar a los Guardias poco afectos al rey. El duque del Infantado debe ir aquella misma noche á Leganés, á ponerse al frente del batallón de Guardias que hay allí, llevando en su compañía á uno de los jefes de dicho cuerpo. A la hora de las doce de la noche, deberá salir de allí aquel batallón, y á las dos, poco más, deberá entrar en esta Corte. El regimiento del Príncipe, cuyo coronel debe estar en buen sentido, se pondrá de acuerdo con el duque del Infantado, y a las tres de la mañana saldrán tropas á ocupar las puertas principales de la Corte.
A las cinco y media deberán empezar la tropa y el pueblo a gritar: viva la Religión, viva el Rey y la Patria, y muera la Constitución. Aquel día deberá arrancarse la lapida, y se pondrá una gran guardia para defenderla, con el objeto de que no se mueva algún tumulto al arrastrarla. En seguida saldrán el mismo ayuntamiento constitucional y la diputación provincial en procesión, y llevará la Constitución para que en este acto público sea quemada por manos del verdugo. Se cerrarán las puertas de Madrid, excepto las de Atocha y Fuencarral, para que no salga nadie, aunque se dejará entrar á los que vengan. Se deberá tener formada una lista de los sujetos que se haga ánimo de prender, y los dueños de las casas donde estén deberán salir responsables. Luego que esto se verifique, deberán salir las tropas á las provincias con un manifiesto para que obren de acuerdo con ellas. Se mandará que todas las armas de los cívicos las lleven á las casas de ayuntamiento, y se prohibirá la reunión de muchos hombres en un punto. Estarán nombradas las autoridades para que empiecen á obrar inmediatamente, y los presos de consideración serán conducidos, por de pronto, al castillo de Villaviciosa con una escolta respetable.
Ventajas de este plan.
1 La sencillez y poca complicación de él.
2 Que únicamente lo deberán saber cuatro o cinco personas á lo más.
3 Mayor proporción para el secreto y el sigilo, que es lo que ha faltado hasta ahora, y por esto no han tenido efecto las tentativas hechas hasta aquí.
4 El que se puede nombrar para la ejecución de este plan las personas más adictas al rey y á la buena cansa.
5 Que S. M. hará ver que tiene espíritu para arrostrar los peligros.
6 No quedará el rey obligado á muchas personas, estando en plena libertad para obrar como le parezca.
7 Dar un testimonio á toda la nación y á la Europa entera, de que la dinastía de los Borbones es digna de empuñar el cetro.
8 Impedir que los enemigos traten tal vez de realizar el plan de acabar con la familia real y con todos los demás que sostienen sus derechos.
Inconvenientes de este plan.
1 El temor que es consiguiente á una empresa como esta, de que peligre la vida de Su Majestad y demás personas que han de realizarlo;
2 La poca gente con que se cuenta al efecto y luego la desconfianza en algunos sujetos.
A lo primero digo, que en circunstancias extraordinarias, consta en las historias haberlas tomado varios emperadores y generales. Por otra parte, el peligro de perder la vida tomando las medidas indicadas, es muy remoto, y el perecer a manos de los constitucionales es casi cierto.
Además, de que ocupados los puestos principales por las tropas con que contamos para la empresa, las demás de la guarnición se estarán en sus cuarteles y quedarán puramente pasivas, pues también temerán muchos de los oficiales el salir con ellas y contra todo el pueblo.
El tercer inconveniente, que consiste en que este plan se descubra antes de tiempo, es el menor, porque contándose para él con pocas personas, no hay que recelar que los enemigos lo sepan y tomen precauciones para impedirlo; por fin, las preciosas vidas de S. M. y del señor Infante don Carlos peligran, como también la del Infantado; así, pues, no queda otro arbitrio que arrostrar los peligros y llevarlo á efecto, poniendo nuestra confianza en Dios, porque el remedio de estos males con el auxilio de tropas extranjeras, es muy aventurado.
Medidas que deberían tomarse luego que se verifique.
1 Se volverán las cosas al ser y estado que tenían el 6 de marzo de este año;
2 Convendrá indicar en la proclama que se haga, que además de la celebración de Cortes por estamentos, debe también celebrarse un concilio nacional, para .que así como en las primeras se han de arreglar los asuntos gubernativos, económicos y políticos, se arreglaran los eclesiásticos por el segundo;
3 Todos los empleos deberán proveerse interinamente, para dejar lugar á premiar con ellos á los que se averigüe después que son adictos á la buena causa;
4 Convendrá dar la orden para que los cabildos corran con la administración del noveno y escusado;
5 Se circulará una orden á todos los arzobispos y obispos para que en tres días festivos se den gracias á Dios por el éxito dichoso de esta empresa
6 Se harán rogativas públicas para desagraviar á Jesucristo por tantos sacrilegios como se han cometido en este tiempo;
7 Se encargará á los obispos y párrocos que velen sobre la sana moral, y que tomen las medidas convenientes para que no se propaguen los malos principios;
8 Se rebajará desde luego por punto general la tercera parte de la contribución general por ahora;
9 Convendrá que las personas que estén encargadas de cooperar á este plan, estén alerta algunas noches;
10 Se nombrarán las personas convenientes que se encarguen de dirigir la opinión pública por medio de un periódico;
11 Se concederá un escudo de honor á todas las tropas que concurran para tan gloriosa empresa con el premio correspondiente, y se ofrecerá además licenciarlas para el tiempo que parezca conveniente;
12 Se mandará que los estudiantes gocen de los fueros que han gozado antes de ahora, y se les había quitado por la facción democrática;
13 Convendrá mandar que todos los que no estén empleados en la corte salgan de ella y se vele mucho su conducta donde quiera que fijen su residencia;
14 Siendo muy interesante que en Mallorca haya un obispo de toda confianza, será menester ver si convendrá que vuelva allí el actual;
15 También se deberá disponer, por los medios que parezcan convenientes, que el señor arzobispo de Toledo nombre otro auxiliar en lugar del actual, y lo mismo deberá hacerse con el vicario eclesiástico y demás de su dependencia;
16 Los canónigos actuales de San Isidro deberán quedar despojados como se supone;
17 Todos los que han dado pruebas de su exaltación de ideas, deberán quedar sin empleos;
18 Debe aconsejarse á Su Majestad que en orden á los criados de su servicio, se renueve la mayor parte, y lo mismo puede aconsejarse á los señores Infantes.
19 Todos los que se hayan alistado en concepto de cívicos, continuarán sirviendo por ocho años en la milicia, y el que quiera libertarse de este servicio satisfará 20.000 reales;
20 Para evitar gastos, se procurará, que las fiestas é iluminaciones que se hagan por este suceso, tanto en las provincias como en la corte, sean muy moderadas, pues ni la nación ni los particulares están para gastos;
21 Se tomarán todas las medidas convenientes para que no salgan de la nación los liberales, de los cuales se harán tres clases; los de la primera deberán sufrir la pena capital corno reos de lesa majestad; los de la segunda serán desterrados ó condenados á castillos y conventos, y los de la tercera serán indultados para mezclar la justicia can la indulgencia y clemencia;
22 Será muy conveniente que el obispo de Ceuta forme una memoria que sirva como de apéndice á la «Apología del altar y del trono» y es de todo punto necesario que se ponga en las universidades un estudio de derecho natural y político, para lo que podría bastar por ahora la obra, intitulada Voz de la naturaleza. Con esto se podrían fijar las ideas equivocadas del día en esta materia, y se evitaría que este estudio se hiciese por libros extranjeros que abundan de falsas máximas. Convendría también que por cuenta de la nación se impriman á la mayor brevedad las obras siguientes: Voz de la naturaleza,- Apología del altar y del trono, las Cartas del P. Rancio, y la Pastoral de Mallorca. Que se nombre en esta corte una persona que tenga el encargo de rever los informes que vengan de las respectivas provincias, y ninguna pretensión podrá ser despachada sin que el memorial pase á esta persona y ponga un signo que está ya convenido para graduar el mérito de los pretendientes.
Son incalculables las ventajas de este plan; S. M. asegura por este medio su conciencia, y los nombramientos no pueden recaer sino en personas fieles. Los políticos atribuyen al acierto que tuvo Felipe II en escoger buenos ministros y empleados la prosperidad de su reinado.
Puesto que el ilustrísimo señor obispo auxiliar, acompañado del ayuntamiento de esta corte, condujo la Constitución como en triunfo público, deberá el mismo, con los mismos que componían el ayuntamiento, sacar la Constitución de la casa consistorial, y conducirla a la plaza pública para que sea quemada por mano del verdugo, y la lápida será hecha pedazos por el mismo.
Puesto que los comerciantes han sido los principales en promover las ideas de la facción democrática, se les podrá obligar á que entreguen algunos millones por vía de impuesto forzoso, para emplearlos en el socorro de los pobres y otros objetos de beneficencia. Lo mismo deberá hacerse con los impresores y libreros por las ganancias extraordinarias que han tenido en este tiempo.
Igual medida se tomará con los grandes que han mostrado su adhesión al sistema constitucional.
Se mandará que los monjes vuelvan á sus monasterios, y las justicias les entregarán los efectos y bienes que les pertenecen.
Todos los oficiales del ejército, de quienes no se tenga confianza, se licenciarán y enviarán á pueblos pequeños, permitiendo á los que tengan familia y hacienda se vayan á sus casas, pero obligando á todos que aprendan la religión.
Se continuarán las obras de la plaza de Oriente, ya por ornato necesario á la inmediación de palacio, como para dar ocupación á los jornaleros de esta Corte; y en el sitio destinado para teatro se levantará una iglesia con la advocación de la Concepción, y se construirán casas á su rededor para habitación del señor patriarca y de los capellanes de honor.
Sería muy conveniente que se hiciese venir á esta corte al señor obispo de Ceuta.
NOTA. Con los afrancesados se tomarán las providencias correspondientes.

24 de diciembre de 2010

El Frente Democrático de Izquierdas

Propaganda electoral del FDI, 1977 (Archivo La Alcarria Obrera)

En las elecciones legislativas celebradas el 15 de junio de 1977, las primeras después de la muerte del general Franco y, por eso mismo, las primeras democráticas desde la Segunda República, la izquierda radical y aquellos grupos políticos que planteaban una alternativa a la monarquía del rey Juan Carlos (republicanos y carlistas) no pudieron concurrir libremente con sus propias candidaturas. Se incumplía así una de las condiciones que la oposición democrática había exigido para que se considerasen plenamente democráticas; nada nuevo, pues tampoco se había decretado la amnistía total que el pueblo llevaba años reclamando en las calles. PSOE, PSP, PCE y los pequeños partidos de la burguesía liberal y nacionalista se convertían así en jugadores de ventaja y se ofrecían como privilegiados herederos de una oposición democrática mucho más plural. Los partidos de la izquierda tuvieron que presentar sus listas camufladas, como hizo el Partido del Trabajo de España con la denominación de Frente Democrático de Izquierdas.

¿Quiénes forman el Frente Democrático de Izquierdas?
El Frente Democrático de Izquierdas es una alternativa electoral formada para ofrecer una opción de unidad que de solución a los problemas más graves e importantes del pueblo trabajador.
Se ha formado con el concurso y apoyo de diversas fuerzas políticas, sindicales, feministas, juveniles y ciudadanas que son:
Bloque Democrático y Social Independiente, Partido Socialista Independiente, Partido del Trabajo de España, Partido de Unificación Comunista de Canarias, Unificación Comunista de España, Federación de Asociaciones Democráticas de la Mujer, Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores, Confederación de Sindicatos de Enseñanza Media, Sindicatos de Campesinos, Congreso de la Juventud, Joven Guardia Roja de España, personalidades democráticas independientes y asociaciones ciudadanas de ámbito local.
En Catalunya se ha formado Esquerra de Catalunya (Front Electoral Democràtic), y en él participan, junto a las fuerzas antes mencionadas, Esquerra Republicana, Estat Catalá y Associació Catalana de la Dona, además de personalidades democráticas catalanas.
El FDI no pide un voto para un partido, ideología o creencia sino para tomar las medidas políticas, económicas y sociales que el pueblo hoy necesita; y ha defendido y defiende el único medio de hacerlas realidad: la unidad de todas las fuerzas democráticas, obreras y populares. El Frente Democrático de Izquierdas presenta candidaturas en 45 provincias.
¿Qué defiende el Frente Democrático de Izquierdas?
El pueblo necesita que las libertades fundamentales de asociación, reunión, manifestación y expresión no estén restringidas. Los trabajadores necesitan la libertad sindical plena y el derecho de huelga para defender salarios justos, puestos de trabajo, precios justos para los campesinos, cooperativas democráticas… los vecinos necesitan el reconocimiento de sus asociaciones y la democratización de los Ayuntamientos, y lo mismo las amas de casa; la mujer necesita que se reconozca la igualdad ante la ley y una ley de divorcio justa, la juventud la mayoría de edad a los dieciocho años y el reconocimiento de sus organizaciones… las nacionalidades y regiones necesitan de la autonomía que reclaman para gestionar sus asuntos. Nos asiste el derecho a que sea el pueblo quien determine la forma de gobierno que quiere España. En resumen, el pueblo necesita una Constitución que reconozca los derechos políticos y sociales de los ciudadanos, sin ningún tipo de restricciones.
Es acuciante resolver la crisis económica pero no congelando los salarios y disparando los precios, sino controlando los beneficios de los poderosos, dirigiendo la inversión de los grandes capitales hacia los sectores que proporcionan más puestos de trabajo y mediante una reforma fiscal para que los fondos públicos se obtengan principalmente de los que más tienen; de la renta y no del trabajo.
El programa del Frente Democrático de Izquierdas defiende todas estas medidas tanto progresistas como posibles para dar solución a los problemas más importantes del pueblo trabajador en la España de hoy.
El Frente Democrático de Izquierdas es la solución.
Ante las elecciones hay tres caminos:
-El de la derecha, que es el camino de los mismos que ahora nos gobiernan. Por experiencia, sabemos lo que son.
-El de los partidos democráticos que han preferido ir cada uno por su lado, anteponiendo sus intereses de partido a la unidad necesaria para cortar el paso a la derecha.
-Y el camino de la unidad y soluciones que ofrece el Frente Democrático de Izquierdas que está por encima de ideologías e intereses estrechos partidistas.
La única solución es el Frente Democrático de Izquierdas.
Los diputados del Frente Democrático de Izquierdas serán la voz insobornable para la defensa en las Cortes de los intereses del pueblo como lo han venido demostrando en la lucha por la libertad y como lo demuestran hoy defendiendo la unidad para vencer sin doblegarse por las presiones y chantajes de los poderosos, ni caer en egoísmos de grupo.
Votando al Frente Democrático de Izquierdas respaldas a las fuerzas que actúan con realismo progresista; que ofrecen las soluciones concretas y los medios necesarios para hacerlas posibles. Votar al Frente Democrático de Izquierda es respaldar a los hombres y mujeres que mañana seguirán laborando por ampliar la unidad ya conseguida a fin de conquistar mayores victorias.
Dar tu apoyo al Frente Democrático de Izquierdas es lo mismo que dárselo a la unidad, a la libertad, al pan y al trabajo.
Unidos para vencer con el Frente Democrático de Izquierdas.