La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

23 de mayo de 2010

Isabel Muñoz Caravaca y la masonería

Vista de Atienza (Archivo La Alcarria Obrera)

Nicolás Díaz Pérez escribió varios artículos bajo el título común de "Datos para escribir la Historia de la Orden de los Caballeros Francmasones en España", que fueron publicados en la madrileña Revista de España. En uno de ellos, que se puede leer en su número de marzo de 1891, insertaba una carta de Isabel Muñoz Caravaca en respuesta a una pregunta del autor sobre una casa, propiedad de ésta, en la que pudo tener su taller la primera logia de la capital de España. La respuesta de Isabel Muñoz Caravaca muestra su carácter inquieto y erudito y es prueba de esa facilidad que tenía para convertir un asunto menor en un tratado científico; en 1890 y antes de enviudar de Ambrosio Moya de la Torre, ya se traslucía todo su potencial intelectual, que a la menor oportunidad se evidenciaba más allá del discreto ámbito doméstico, como se pudo en evidencia muy poco después, al hacerse cargo de la Escuela de Atienza. Además, nos ofrece pistas sobre la ideología progresista y la desahogada economía de su padre y, justo es decirlo, también da cuenta del derroche que ella y su marido hicieron de sus respectivas herencias, según decía la tradición familiar.

Madrid, 14 de Diciembre de 1890.
Ilmo. Sr. D. Nicolás Díaz y Pérez.
Muy señor mío y de mi mayor distinción: He recibido con gran retraso su muy grata del día 6; me encontraba en el campo y hasta hoy no he regresado á Madrid.
Me pide usted unos datos que apenas puedo darle; pero con buena intención no hay montaña tan inaccesible que no pueda subirse siquiera hasta la mitad. Poco sé de "Duendes"; nada sabía de francmasones; pero tengo sin igual complacencia en ocuparme de este asunto. Diré á usted lo que creo saber y si es útil, desde luego me felicito, y si no, no será por lo menos completamente estéril que hablemos del asunto, pues mejor sabe usted que yo cuánto alumbran las más pequeñas luces en las investigaciones históricas, con lo cual me tomo la licencia de distraer sin remordimientos su atención.
La casa calle de la Princesa (ó del duque de Liria, como entonces se llamaba) núm. 6, fue adquirida por mi padre de la venta de los bienes del patrimonio real, cuando el célebre Rasgo de doña Isabel de Borbón. Los títulos de propiedad de la misma, que siempre poseí, fue la escritura de compra-venta, otorgada ante el notario D. Claudio Sanz y Basea, en Agosto de 1865, los pagarés firmados por mi padre al otorgamiento del contrato y recogidos á los vencimientos de los plazos, y... aquí paz y después gloría; el patrimonio se reservó (si los tenía) los antiguos títulos; la finca fue enajenada en virtud de una ley hecha para el caso; no hubo cuentas que dar á los nuevos poseedores y el vendedor no era un contratante cualquiera que debía darlas. Por consiguiente, anterior á la fecha de la escritura, no sé nada; carencia de datos; oscuridad total; silencio completo; esa realidad brusca que de tal modo desespera á los investigadores.
La primera pregunta que surge después de esto es la siguiente: ¿Desde cuándo y por qué género de adquisición pertenecía la finca al Patrimonio?
Debía ser la posesión antigua, los moradores que nosotros hallamos en la casa éranlo también en su mayor parte, siempre fueron inquilinos del Patrimonio y sus antecesores inquilinos del Patrimonio igualmente. Era aquella casa, y ha seguido siéndolo hasta su demolición, como propiedad de sus habitantes; se casaba la hija de uno de ella, y se la acomodaba en un cuarto de la misma; y allí había padres é hijos, nietos y abuelos, tíos y sobrinos, amoríos entre la vecinita A y el hijo del vecino B, se cuidaban en sus dolencias, se consolaban en sus aflicciones, se cuidaban mutuamente la habitación y los alimentos en las forzosas ausencias del trabajo, se tiraban del moño cuando tenían sus razones para ello, y aquella vida casi en común era antigua, era inmemorial. La casa, pues, venía siendo constantemente del mismo dueño, pues que la sociedad que cobijaba no conoció uno anterior. Aquella sociedad debía contar algunas generaciones, pero ¿cuántas? Esa es la cuestión.
Todos sabían del Duende; á todos oí hablar de él en las visitas que hice con mi padre en la toma de posesión del inmueble, pero sabían poco y sabían por tradición: nadie le había conocido.
Se aceptaban allí dos cosas con autoridad de cosa juzgada: la antigua presencia del Duende y la existencia actual de un tesoro. ¡Un tesoro! Siempre creí en él, solo que las comadres, nuestras nuevas inquilinas, le creían compuesto de doblones y yo le creí siempre compuesto de recuerdos, y con la triste evidencia de que se perdían sin conocerlos; y así, cuando un contratista de derribos hizo caer los viejos muros, me consta que más de una y más dé dos de las desahuciadas vecinas venían rondando alrededor de la valla: yo había buscado antes que ellas.
Había buscado el origen de la casa. Tengo un plano (mejor un borrador) hecho por mí misma de lo que fue la casa. Era una antigua vivienda de inmensos salones, atestiguados por la moldura que decoraba sus techos, divididos después por los administradores del Patrimonio sin duda, y aun por mi mismo padre, para convertirla en cuartos pequeños; aquellas señales no dejaban lugar á la más leve duda, como su escalera grande, espaciosa, toda de piedra; su piso principal, su construcción, en fin y su mal gusto denunciaban que se hizo aquella casa en el siglo XVII, cuando vino aquí la corte y Madrid dejó de ser un lugar de cuatro chozas. Adquirí el convencimiento de que no se hizo para casa de vecindad como yo la conocí; sirvió para albergar grandezas de aquellas que se contentaban con muros cubiertos de yeso y embaldosado de ladrillos, pero al fin grandezas: cada época tiene las suyas.
Dije antes que los vecinos á quienes yo hablé no conocieron personalmente al Duende: le conocieron de oídas, y este es un detalle importantísimo para usted, como voy á demostrarle. Susurrábase que por tradición sabían que el Duende era una asociación de “monederos falsos”, y esto es para usted también otro detalle de importancia. Allí sin duda se tomaba á los francmasones por monederos. ¿Por qué no? ¿Es cosa imposible? La sociedad secreta, fuera de la ley, toleraría inevitablemente que así se la calumniase, porque no se podía defender. Que no conocían el Duende mis primitivos inquilinos es importante, lo repito. Yo conocí la casa en 1865; de esta época á la de 1853 sólo van doce años; allí tenía yo inquilinos de 1840 y “no conocieron personalmente al Duende”. Aún me parece próxima la fecha de 1817, y creo, como usted, que los francmasones pudieron reunirse allí (pasando por monederos falsos, como decían las comadres) mucho antes de 1809.
La casa se llamó del Duende en nuestros días; tenía cierta fama y no hay escritos antiguos (dentro de la antigüedad del repetido inmueble) que mencione la casa con esa denominación; yo los he buscado. Luego la denominación es moderna; el Duende no había nacido en el siglo XVII, cuando se alzaron aquellos muros que ya no existen, y ellos solos supieron la parte de verdad en que se fundaron las antiguas narraciones.
La casa tenía un sótano con galerías de varias dimensiones, y allí pudo esconderse ¡sabe Dios quién! Parecía predestinada aquella mansión: yo misma he conocido unas sombras que se escondieron en el referido sótano huyendo de la muerte: eran quince ó veinte hombres vestidos de soldados, y entre ellos uno con las insignias de teniente general, escapados del cuartel de San Gil el 22 de Junio de 1866. Y al fin, siendo propiedad mía heredada de mi padre, porque tenía una fachada en mal estado de conservación y nuestro Ayuntamiento no tenía plano de alineaciones y no quería darme líneas para una nueva fachada, me obligó á derribarla el año 1883.
Antes de entregarla á la piqueta levanté un plano de ella (como antes dije); penetré en una tienda y me llamaron la atención dos pilastras de piedra embebidas en una traviesa; mandé hacer un boquete, y penetrando por él llegué á un local, en aquel tiempo carbonería, pero que había sido una capilla expresamente construida al efecto. Si en vez de historia escribiese usted una novela, yo le aconsejaría que colocase allí el lugar secreto donde la Logia se reunía; pero esto no lo sabemos y no lo podemos afirmar y yo soy escrupulosa hasta el extremo cuando de verdad histórica se trata. He dicho eso porque aquel lugar era de sombras, de tinieblas, de recogimiento religioso ó á propósito para morada de los duendes. Sentí tener que abandonarla, pero cada tiempo, cada época tiene sus exigencias, y había llegado la hora de que la casa del Duende pagase todas las que debía, y las pagó en efecto.
He hablado mucho y he dicho muy poco. Eso es lo que sé y eso es lo que sospecho. ¿Quiere usted que tratemos de investigar en los archivos de Palacio? Estoy dispuesta á ayudarle en todo.
Y ahora perdóneme usted el dolor de cabeza que le habré causado; y tengo el gusto de repetirme su muy afectísima segura servidora, que besa su mano.
Isabel Muñoz Caravaca.

Añade Nicolás Díaz Pérez: "La carta anterior es un documento curioso que no hemos querido despreciar al tratar de uno de los edificios que tantos recuerdos reúne para la historia de la Francmasonería española".

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