La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

30 de marzo de 2009

Estado higiénico de Iriepal en 1917

Mitin popular, España, hacia 1917 (Archivo La Alcarria Obrera)

El 26 de febrero de 1917 el Inspector de Sanidad de la provincia de Guadalajara, el doctor Julián Muñoz Atienza, realizó una vista de inspección a la localidad de Iriepal para analizar el estado higiénico del pueblo, según lo establecía la Real Orden del 7 de abril de 1915. Este estudio, aunque breve, nos muestra las difíciles condiciones de vida que soportaban los habitantes del ámbito rural de la provincia alcarreña y, por extensión, de la mayoría de nuestro país. La falta de agua corriente, de alcantarillado, de recogida de basuras, de matadero y de otros servicios básicos ofrecía mil peligros para la salud pública de una localidad situada a pocos kilómetros de la capital de la provincia; es fácil imaginar cual sería la situación en otras comarcas de Guadalajara más remotas y aisladas. Ofrecemos aquí un breve extracto de este documento.

Abastecimiento de Agua.-
Se ve por el resultado de este análisis que el agua de la Fuente del Lavadero, aunque contiene demasiado Ácido Nítrico y demasiada Magnesia, es de excelente potabilidad por su constitución química, confirmando la opinión popular que de ella hay.
También es de buena potabilidad el agua de la Fuente Vieja, aunque no tan buena como la de la Fuente del Lavadero, a juzgar por los buenos resultados que ha dado y da en la salud de los habitantes de este pueblo, que la usan desde tiempo inmemorial, y por el tanteo de análisis que al lado de sus caños hice, pues la cantidad de sulfatos y de cloruros que mostró no son suficientes para influir dañosamente sobre la salud humana.
Se halla pues, Iriepal, muy bien surtida de agua potable, por la cantidad que recibe, por su constitución química, por su resguardo de impurificaciones.
Vigilancia sanitaria municipal de alimentos.-
Se halla desatendida, como ocurre en todos los pueblos y, casi, en todas las ciudades. No hay matadero público.
Limpieza domiciliaria y pública.-
La domiciliaria es pasable, en general.
La pública se halla en muy mal estado, pues careciendo el pueblo, en absoluto, de medio higiénico para evacuación de inmundicias, resulta que todas las humanas, las de los animales, las de cualquier otra procedencia y las aguas residuales, se arrojan o depositan al aire libre, dentro de la población, en los corrales de las casas, en las afueras del pueblo y hasta en las calles, constituyéndose así grave estado sanitario, pues cada estercolero y cada excremento abandonado constituye un foco de infección, cuyos gérmenes llegan a invadir a las personas por distintas vías, especialmente por intermedio del viento y de las moscas que son, en Verano, enjambre que todo lo invade, transportando la infección, en las patas y en la trompa, a los alimentos y a los utensilios de cocinar, por los que, comúnmente, se las deja pasear.
Aconsejé que procuraran evitar este origen de daño sanitario, el abandono al aire libre de inmundicias, teniendo gran limpieza en cuadras, corrales y calles en toda la población, llevando diariamente, en la estación calurosa por lo menos, los excrementos humanos, que son los más peligrosos, a estercoleros apartados del pueblo, cubriendo con tierra cada vaciado en ellos.
Desgraciadamente es un problema semi-irresoluble el de evacuar sanitariamente la inmundicia en los pueblos rurales. Hay que confiar en que poco a poco corregirá sus costumbres la sociedad urbana, el progreso sanitario, que, aunque parsimoniosamente, va infiltrándose por todas partes. Para lavadero público se utilizan los grandes pilones inmediatos a la Fuente del lavadero, surtidos por el excedente de la Fuente, sin condiciones sanitarias, pues en ellos se lava en común.
Cementerio. Policía mortuoria.-
El cementerio público es capaz, en terreno permeable y con depósito para cadáveres.
Industrias insalubres.-
No las hay, pues excepto la agrícola, ninguna otra industria que merezca atención sanitaria hay en este pueblo.
Prevenciones municipales contra males contagiosos.-
El Ayuntamiento no cumple con lo que le ordena la legislación respecto de local para aislamiento de enfermos de mal epidémico y de aparatos y sustancias desinfectantes, Cuando es necesaria una desinfección, el Sr. Médico municipal se sirve para hacerla de utensilios caseros y de sustancias desinfectantes que le suministra la oficina de farmacia.

28 de marzo de 2009

El PCE y la Revolución soviética

Lenin en una pegatina del PCT y PCE (VIII y IX Congreso), 1979, (Archivo La Alcarria Obrera)

El Partido Comunista de España nació en 1921 de la fusión de dos grupos que se escindieron del PSOE, precisamente, por discrepar de la valoración que hacían los socialistas de la Revolución Rusa de octubre de 1917. Si en sus primeros años, la Revolución soviética fue el banderín de enganche del PCE, durante la Guerra Civil fue el ejemplo a imitar y la fuente de esperanza que los comunistas ofrecieron al pueblo español. En la posguerra, la Unión Soviética de Iosif Stalin fue el refugio de los cuadros comunistas y el protector de los militantes del PCE dentro y fuera de España. Pero a partir de 1968 el partido comunista se fue distanciando progresivamente del régimen soviético, sufriendo las escisiones del PCE (VIII y IX congresos) dirigido por Eduardo García y Agustín Gómez y del PCOE, encabezado por Enrique Líster. Aquí ofrecemos el Manifiesto que el PCE hizo público en octubre de 1967, pocos meses antes de que la invasión de Checoslovaquia enfriase su entusiasmo por la Rusia soviética.

En el cincuenta aniversario de la Gran Revolución de Octubre
Declaración del Comité Central del P.C. de España
El próximo 7 de noviembre se cumplirá medio siglo desde que las salvas del crucero "Aurora" anunciaron el fin del poder de los capitalistas en la vieja Rusia. Gracias al Partido de los Bolcheviques, dirigido por Lenin, triunfó la Revolución Socialista. Una nueva civilización nacía en la sexta parte de la Tierra.
El triunfo de la Revolución Socialista en la Rusia atrasada, semifeudal y arruinada de 1917, no era “una revolución más” como las conocidas anteriormente en la historia humana. Durante milenios (con los regímenes esclavista, feudal, capitalista) ha predominado en la tierra la explotación del hombre por el hombre; la miseria, la opresión, la ignorancia, han sido la ley de la vida para los trabajadores, para la inmensa mayoría de los seres humanos.
La Revolución Socialista representa un salto cualitativo que conduce a una civilización enteramente nueva, de auténtica libertad, sin clases antagónicas, sin explotación del hombre por el hombre, sin las secuelas materiales y morales que ella acarrea. Tal es el camino inexplorado -y por ello repleto de dificultades- que la Unión Soviética comenzó a recorrer hace cincuenta años.
Encarnación de los más altos ideales de liberación humana, la Unión Soviética ha sido, desde su nacimiento, estimulo constante y poderoso para todas las clases explotadas y todos los pueblos subyugados.
Educados por Lenin en el espíritu del internacionalismo proletario, los pueblos de la URSS (que durante 30 años fue el único país socialista en la tierra) han ayudado siempre, con generosidad y entusiasmo, y han estimulado con su ejemplo, a las luchas emancipadoras de las fuerzas democráticas y revolucionarias.
Cuando el hitlerismo amenazó con sumergir a la humanidad en la barbarie, la Unión Soviética, a costa de inmensos sacrificios -más de 20 millones de soviéticos perecieron en la guerra-, fue el factor decisivo de la victoria de la democracia en la segunda guerra mundial.
Este hecho potenció extraordinariamente la influencia de las ideas del socialismo.
La derrota del hitlerismo y de sus lacayos hizo posible el triunfo de la Revolución Socialista en numerosos países de Europa y Asia. El socialismo se ha convertido en un sistema mundial y su peso se hace sentir cada vez con más fuerza en la arena internacional. En 1959, el pueblo cubano hizo la revolución y creó el primer Estado socialista de América.
Los avances del socialismo han dado extraordinario impulso al movimiento de liberación de las colonias. El sistema colonial del imperialismo se ha desfondado. En condiciones complejas, con avances y retrocesos, se han construido numerosos Estados nuevos, algunos de los cuales progresan por una vía no capitalista. La ayuda de la URSS y de otros países socialistas les permite hacer frente a las maniobras y presiones del neocolonialismo.
Los éxitos de la URSS y de los otros países socialistas son uno de los factores determinantes de la impresionante revolución científico-técnica que estamos viviendo y que incrementa, a un ritmo vertiginoso, el dominio del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza.
La existencia de la Unión Soviética, sus realizaciones socialistas, tienen repercusiones considerables en los países que siguen sometidos a la explotación capitalista, dando pujanza y perspectiva a las luchas de los trabajadores, ayudando a éstos a arrancar concesiones a sus opresores.
Recordemos lo que era el mundo hace cincuenta años. ¡Con qué fuerza sobresale la trascendencia histórica de la Revolución de Octubre de 1917! Con ello se inicia el cambio más radical en la historia de la humanidad: su ascenso a una formación social superior, su tránsito al socialismo.
Los trabajadores españoles al lado del proletariado ruso
Cuando a España llegó la noticia de que en Rusia consejos de obreros, soldados y campesinos habían tomado el Poder y proclamado el socialismo, se levantó una oleada de entusiasmo y solidaridad. Entre las masas obreras que, a pesar de su combatividad y heroísmo, acababan de sufrir una grave derrota en la huelga general de agosto de 1917, rebrotó el ánimo y la esperanza: el proletariado español sentía que la revolución rusa era algo suyo, entrañable, que le indicaba un camino nuevo para la lucha contra sus opresores; que daba a las ideas marxistas, falseadas por los líderes socialdemócratas, nueva savia creadora y revolucionaria.
La simpatía por la revolución rusa alcanzó extraordinaria amplitud.
Y cuando Alfonso XIII intentó incluir a España en la intervención militar de 14 potencias imperialistas para aplastar al Poder soviético, las masas populares se lanzaron a la calle en poderosas manifestaciones, expresando su solidaridad con Rusia. El Gobierno monárquico tuvo que dar marcha atrás y renunciar a sus propósitos.
Pero el acoso al que se vio sometida la Unión Soviética, no fue sólo militar. Lo mismo que en otros países, las clases dominantes españolas se volcaron en una campaña de calumnias y falsificaciones monstruosas contra el Poder soviético, lamentablemente coreada por algunos dirigentes del movimiento obrero.
Las masas proletarias españolas vieron en el camino de los bolcheviques, en la política leninista, el auténtico marxismo del siglo XX, las soluciones que ellas necesitaban para su propia lucha. La influencia de la Revolución de Octubre fue decisiva para la fundación del Partido Comunista de España en abril de 1920: partido surgido del árbol añoso del socialismo español, y a la vez partido de nuevo tipo decidido a superar los errores de la socialdemocracia y del anarquismo y a aplicar la política revolucionaria propia de la época contemporánea; en suma, a ser un partido marxista-leninista.
¿Quién tenía razón?
Al rememorar lo que ha sido la Revolución Socialista de 1917 surge inevitable la pregunta: ¿Quién ha tenido razón? ¿Aquella atronadora propaganda burguesa (coreada por algunos, incluso en el campo obrero) que presentaba a los soviets rusos como una excrecencia efímera de la historia, o la firme e inalterable confianza de los comunistas y de amplias masas obreras que vieron en la revolución rusa el inicio de una revolución universal, de la liberación de todos los explotados y oprimidos?
El veredicto de la Historia es inapelable. Bastan pocas palabras para recordarlo: Rusia era un país agrario y atrasado cuando los comunistas tomaron el Poder; la Unión Soviética es hoy la segunda potencia industrial del mundo y la primera en una serie de aspectos claves de la producción y de la técnica moderna. El socialismo ha mostrado que asegura un ritmo de crecimiento económico superior al de los países capitalistas más avanzados.
Ayer sumidos en el analfabetismo, los pueblos de la URSS disponen hoy del sistema de enseñanza más avanzado del mundo, tienen una cultura científica y técnica de vanguardia cuya superioridad se manifiesta en la empresa más audaz de todos los tiempos, la conquista del Cosmos por el hombre.
La Unión Soviética ha eliminado el paro y la explotación; en ella los trabajadores de la ciudad y del campo son dueños del país y de todas sus riquezas. Las barreras de clase han desaparecido y cada ciudadano es lo que es por su capacidad y por su trabajo, y no por la ley del dinero y del privilegio. La mujer, liberada de discriminaciones oprobiosas, ha conquistado su igualdad real con el hombre.
La Unión Soviética dedica sumas ingentes a garantizar la salud y el descanso de los trabajadores, mediante la medicina gratuita y un sistema amplísimo de servicios de sanidad, hospitales, sanatorios y casas de reposo.
La Unión Soviética, que por primera vez en la historia ha resuelto el problema nacional sobre la base de la aplicación efectiva del derecho de autodeterminación de cada nación, es hoy una verdadera unión fraternal de pueblos libres e iguales.
El pueblo soviético ha logrado estas conquistas grandiosas en condiciones extraordinariamente duras: avanzando solo por una ruta inexplorada; cercado, agredido y acosado por los imperialistas; y partiendo, además, de una base económica muy atrasada. Ello ha facilitado que en un periodo se hayan manifestado fenómenos negativos en la dirección del Estado y del Partido. Pero la prueba más evidente de que esos errores eran pasajeros y ajenos a la naturaleza del régimen socialista, es que ha sido el propio Partido Comunista de la URSS quien, en su XX Congreso, con gran valentía autocrítica, los ha denunciado, abriendo con ello una etapa de superación y progreso de la democracia socialista.
Las realizaciones de 50 años de socialismo en la URSS han colmado y superado las esperanzas e ilusiones que su nacimiento despertó entre las masas trabajadoras españolas y son hoy poderoso acicate al florecimiento de las ideas del socialismo en nuestro país.
Fidelidad al internacionalismo proletario
Desde que existe la Unión Soviética, las clases explotadas y los pueblos oprimidos han contado, en la lucha por su liberación, con algo que antes era inimaginable: un país, un Estado que estaba a su lado, que les ayudaba de las más diversas formas, moral y políticamente y, en una serie de ocasiones, con apoyo material y militar.
El Partido Comunista de la Unión Soviética ha sido siempre fiel al marxismo-leninismo, al internacionalismo proletario. Su política internacionalista recorre como un hilo rojo los 50 años de vida de la URSS.
De esa realidad somos testigos de excepción los revolucionarios españoles: cuando en 1936 la República española, agredida por el fascismo interior y extranjero, era abandonada por las potencias llamadas democráticas y por los líderes de la II Internacional el único Estado que nos ayudó con sus armas, con sus aviadores, sus tanquistas, sus oficiales, fue la Unión Soviética.
En unas condiciones diferentes, en un mundo donde el peso del socialismo es mucho mayor, la Unión Soviética sigue aplicando una política internacionalista consecuente de apoyo a los pueblos que luchan por su libertad.
Ayer la URSS ayudó a la liberación de Argelia. Su sostén es decisivo para la defensa de Cuba. En su lucha heroica contra la agresión criminal del imperialismo yanqui, el pueblo del Vietnam cuenta con la ayuda generosa de la Unión Soviética y en todos los terrenos.
Como reiteradamente lo han proclamado los dirigentes vietnamitas, toda la ayuda pedida por ellos les es facilitada por la URSS.
En el Oriente Medio, frente a la agresión de Israel manejado por los imperialistas, la justa causa de los pueblos árabes recibe el pleno apoyo de la URSS y de otros países socialistas.
En la actual coyuntura internacional, la Unión Soviética, con su potencia económica, política y militar, es un factor de primera magnitud para poner coto a los planes y acciones agresivas del imperialismo. La política de la URSS en pro de la paz y de la coexistencia pacífica de países con distinto régimen social, es condición decisiva para impedir una hecatombe nuclear que, lejos de favorecer el progreso revolucionario, causaría la muerte de la mayoría de la humanidad.
Mantener su potencial defensivo al nivel técnico imprescindible representa para los pueblos de la URSS sacrificios considerables. Sacrificios que los ciudadanos soviéticos realizan con plena conciencia, sabiendo que con ello no sólo fortalecen su propia defensa, sino que ayudan a todos los pueblos, contribuyen de un modo esencial al mantenimiento de la paz.
En las condiciones presentes, frente a la agresividad de los imperialistas, la política del grupo de Mao, la división provocada por él en el movimiento comunista internacional y en el frente de las fuerzas antiimperialistas, sus posiciones antisoviéticas sólo benefician al enemigo de clase, al imperialismo; causan graves daños -como lo demuestra una serie de hechos- a los movimientos revolucionarios y progresistas.
El Partido Comunista de la URSS, fiel a su trayectoria leninista, ha luchado y lucha en pro de la unidad del movimiento comunista y obrero internacional.
El Partido Comunista de España reafirma en este cincuenta aniversario su apoyo a la política de la Unión Soviética de lucha por la paz y la coexistencia pacífica, contra la agresión imperialista, y de ayuda a las luchas liberadoras de los pueblos. Proclama asimismo su firme voluntad de luchar sin desmayo por la unidad del movimiento comunista internacional.
Enseñanzas del leninismo
Gracias a las duras batallas y a los incontables sacrificios de los pueblos de la URSS, el marco mundial de nuestra lucha es hoy más favorable; ante nuestro propio combate se abren vías más fáciles y más variadas. Pero ello en nada disminuye nuestra responsabilidad de comunistas españoles. Porque la revolución en España es cosa nuestra, del pueblo español. La revolución ni se exporta ni se copia. Nos corresponde a nosotros, como Partido profundamente nacional y partiendo de las condiciones concretas de nuestro país, elaborar una política independiente, española, capaz de movilizar a las más amplias masas en la lucha por la democracia hoy, por el socialismo, mañana.
Al elaborar nuestra política independiente y precisamente para aprovechar las posibilidades nuevas que para avanzar hacia el socialismo se dan en un mundo tan diferente al de 1917, es condición clave guiarse por las ideas del leninismo. Es en la escuela de Lenin donde aprendemos a huir de los esquematismos dogmáticos y a aplicar los principios del marxismo de forma dinámica y creadora.
Las experiencias del Partido bolchevique, la obra genial de Lenin, encierran enseñanzas de valor universal y que, cuando las recordamos en este cincuentenario, conservan extraordinaria lozanía.
De esas enseñanzas leninistas destaca la idea fundamental de que la revolución no la hacen pequeñas minorías, sino las grandes masas trabajadoras y explotadas. De que, por ello, es misión decisiva del Partido Comunista orientar, unir y organizar a las masas, ayudarles a tomar conciencia de su propia fuerza y de sus objetivos, encabezar sus acciones y sus luchas hasta la conquista del Poder por la clase obrera y sus aliados, hasta el triunfo de la Revolución.
De ahí la importancia -tantas veces subrayada por Lenin en los meses que precedieron a la Revolución de Octubre- de llevar a cabo, de acuerdo con las condiciones existentes, una política de alianzas amplia y audaz que permita ensanchar al máximo el frente de las fuerzas revolucionarias.
De ahí también la necesidad, ineludible para un partido verdaderamente revolucionario, de tener en cuenta cualquier contradicción que se produzca en el campo de las clases dominantes y de aprovechar las convergencias que puedan surgir., aunque sea para una fase corta, pasajera, entre algunos sectores de las clases dominantes y las fuerzas obreras y populares de la sociedad.
El leninismo, con la experiencia viva de la Revolución de Octubre nos enseña que el Partido Comunista debe saber marchar con flexibilidad e inteligencia, tanto por las vías de la revolución armada como por los caminos, cuando son posibles, de un cambio revolucionario no violento. Lenin, hasta días antes de la insurrección del 7 de noviembre, se esforzaba por aprovechar todas las posibilidades de efectuar una revolución no violenta, aunque entonces esas posibilidades eran mínimas. En las condiciones españolas de la época actual, nosotros consideramos que existen posibilidades mucho mayores de que el proceso revolucionario en nuestro país discurra por un cauce no violento y que evite la guerra civil.
En los aspectos indicados más arriba, como en tantos otros, el Partido Comunista de España se esfuerza por plasmar en su propia política la médula teórica de las experiencias leninistas. Estudiar a Lenin, aprender de Lenin, tal es una de las conclusiones fundamentales que los comunistas españoles hemos de sacar de esta celebración del 50 aniversario de Octubre de 1917.
¡Celebremos el 50 aniversario de la Revolución de Octubre!
Dura ha sido la lucha de las fuerzas obreras y progresistas españolas en los 50 años que nos separan del triunfo de la I Revolución socialista. Salvo cinco o seis años de la II República, las organizaciones revolucionarias han vivido ese medio siglo condenadas a la ilegalidad y a la persecución policíaca; y en los últimos decenios al feroz terror fascista. El antisovietismo ha sido bandera común de todos los regímenes reaccionarios: del último Borbón, Alfonso XIII; de Primo de Rivera; del Bienio Negro 1934-35. Con esa misma bandera implantó Franco a sangre y fuego, ayudado por Hitler y Mussolini, la dictadura que aún nos oprime.
Pero frente a la reacción, los sentimientos de cariño y simpatía hacia la Unión Soviética, surgidos en lo más hondo del alma popular desde que llegaron a España las noticias de la Revolución de Octubre, jamás han podido ser extirpados. Esos sentimientos cobraron extraordinaria fuerza durante la guerra 1936-39.
Recordemos lo que escribía en ese periodo el gran poeta Antonio Machado, en un texto dedicado al vigésimo aniversario de la Revolución de Octubre:
“Mas la Rusia actual, la Gran República de los Soviets, va ganando, de hora en hora, la simpatía y el amor de los pueblos: Porque ella está consagrada a mejorar las condiciones de la vida humana, al logro efectivo, no a la mera enunciación, de un propósito de justicia... Mi tesis es ésta: la Rusia actual, que a todos nos asombra, es marxista, pero es mucho más que el marxismo. Por eso el marxismo, que ha traspasado todas las fronteras y está al alcance de todos los pueblos, es en Rusia donde parece hablar a nuestro corazón”.
El mejor homenaje que podemos rendir al recuerdo de la Revolución de Octubre es el balance de nuestras propias luchas, de las luchas de nuestra clase obrera y de nuestro pueblo.
En los años trágicos del terror fascista, miles de comunistas han proclamado frente a sus verdugos y torturadores, su fidelidad al internacionalismo proletario, su amor por la Unión Soviética.
Hoy la situación es otra:
España vive un auge poderoso del movimiento democrático que se plasma en las Comisiones Obreras, el sindicato estudiantil, las acciones de los campesinos, de intelectuales y profesionales, de las capas medias, etc.
Asistimos a la descomposición política e ideológica del régimen fascista y reaccionario. Todo observador imparcial puede percibir el retroceso, el fracaso del antisovietismo.
En el mundo de hoy, la comprensión del papel de la Unión Soviética como factor de paz y de progreso a escala internacional, el reconocimiento de sus éxitos y de sus conquistas, deviene un componente lógico y necesario de una política democrática, de una actitud objetiva y progresista ante los problemas del hoy y del mañana. Y en España se manifiesta, entre las más amplias capas de la población, y muy particularmente entre los jóvenes, una gran admiración por la URSS y un enorme deseo de conocer la realidad soviética. Esta amplitud que alcanzan hoy los sentimientos de simpatía y respeto por la Unión Soviética es un factor político importante del actual momento español.
En estas condiciones, el Partido Comunista piensa que la celebración en España del 50 aniversario de la Revolución de Octubre, no será sólo cosa nuestra, de los comunistas. Podrá ser una celebración abierta y amplia, que tome formas públicas, diversas y flexibles, en fábricas, universidades, barriadas, aldeas, centros culturales, etc., etc., con la participación, a nuestro lado, de extensos sectores sociales resueltos a afirmar su simpatía y respeto por el primer país que ha realizado la Revolución Socialista.
Al saludar al pueblo soviético, al Comité Central y a los miembros del PCUS -el Partido de Lenin, el Partido que con su victoria de hace 50 años ha abierto para toda la Humanidad la ruta del futuro- les expresamos la admiración y el cariño de los comunistas y de millones de trabajadores españoles; les deseamos nuevos éxitos en su obra grandiosa de construcción del comunismo; les enviamos un abrazo fraternal y entrañable.
El Comité Central del P.C. de España
Octubre de 1967

25 de marzo de 2009

El atentado contra Ángel Pestaña y los Libres


Portada de Unión Obrera, 9 de septiembre de 1922 (Archivo La Alcarria Obrera)

El atentado fallido, por fortuna, contra Ángel Pestaña rompió el velo de silencio con el que la patronal y sus cómplices en las instituciones del Estado habían ocultado el pistolerismo de los Sindicatos Libres de Barcelona y la cruel aplicación de la Ley de Fugas sobre los militantes de la CNT, que eran detenidos, a veces, sin otra acusación que la de defenderse contra el acoso asesino de la burguesía catalana. La impunidad de los matones de la patronal, que esperaban tranquilamente en la puerta de la clínica a que los médicos diesen de alta a Ángel Pestaña para rematar su criminal misión, fue denunciada en el Congreso y en la prensa, obligando al gobierno a tomar medidas y a los sectores políticos y sociales progresistas a denunciar la caza del hombre que los cenetistas sufrían. Ofrecemos la versión que los Sindicatos Libres ofrecieron del atentado a Pestaña, publicada en el periódico Unión Obrera del 9 de septiembre de 1922, en el que acusan del atentado a los propios compañeros de la CNT.

¡Solidaridad!
A los sindicalistas libres de Cataluña y de España.
Desde el fondo de mi modesto hogar, rodeado de mis hijos y esposa; sobreponiéndome al ambiente y saltando. por encima del mismo, cojo mi pluma tosca y sin floreos literarios, para hacer un llamamiento a vuestros nobles y recios corazones de sindicalistas libres, de hermanos en la gran batalla empezada contra todos los enemigos nuestros que se oponen contumaces, traidoramente..., en nuestro camino de emancipación proletaria, de redención humana.
En la cárcel de Manresa, gime un hermano nuestro: ¡Isidro M. Viñals, Presidente de los Libres de Manresa!
La turbamulta manresana lo moteja de asesino. A él que daría cien vidas, si las tuviera, por esa turbamulta que lo censura y escarnece. A él que despreciando dádivas, bienestares, la tranquilidad de su hogar y su vida misma, empuñó resuelto y con la voluntad de un convencido, la bandera sindical que en medio del arroyo dejaron, mancillada, los secuaces del Sindicalismo Único, que mangoneaban en los destinos de las clases obreras manresanas.
La traición que cometieron el 25 de Agosto contra Ángel Pestaña, se la quieren cargar a nuestro admirable compañero.
La Ley fría como losa de mármol lo retiene entre barrotes, aunque su conciencia honrada esté libre de todo pecado. La turbamulta y la Ley se equivocan.
Isidro M. Viñals es inocente. Si no lo fuera, no se hubiera presentado voluntariamente ante los encargados de administrar esa Ley.
Y es que existe una conspiración malvada de doble juego. El primero, hacer desaparecer del mundo a Ángel Pestaña, por oponerse resueltamente, documentalmente, a que prevaleciera entre las clases jornaleras españolas el Régimen Soviético. Segundo, cargar esa desaparición a Isidro M. Viñals que con su constancia y firme voluntad iba cerrando las puertas a sus concupiscentes mangoneos por estas cuencas de los ríos Llobregat y Cardoner. Los baluartes sindicalistas libres de Suria y Figols-Las Minas han sido dos espadas que se han clavado en el corazón de estos malvados. Porque ya no pueden cotizar pesetas para gastarlas en orgías lujuriosas y desenfrenadas. Porque ya no pueden huir a esconderse, cuando las Autoridades los llaman al cumplimiento de las Leyes legisladas sobre el Trabajo en España.
He ahí, compañeros Libres de Cataluña y de España, explicada sin rodeos ni retóricas, la conspiración que motivó el atentado contra el buen Ángel Pestaña.
Los hombres viles son los que adulan a las masas ignaras para después pisotearlas. Aunque sea arrastrado por ellas, quiero y puedo apartarme de esa vileza, sencillamente... Porque me creo en un nivel superior a las mismas. Porque siento sus dolores, sus sufrimientos y la explotación inicua que contra ellas se ejerce por todos los que detentan el sagrado derecho a la vida. Y soy desheredado, y con mi vista en diez y ocho dioptrías, ciego...
Pero me resta un tanto de dignidad para empuñar la pluma y salir en defensa de este hombre honrado; de este padre de familia, de este compañero de la causa de Justicia y Libertad. Y la suficiente energía para decirle a estas masas manresanas, a esta turbamulta sin pulso, arrastrada por cuatro vividores sin alma sindicalista. ¡Reflexionad! Isidro M. Viñals no es asesino; es un hombre que siente como propios los dolores vuestros, y desinteresadamente, os llama para acabar con esos dolores. Porque tiene una grandiosidad de alma, puesta a prueba por nuestros hermanos mineros de Figols, víctimas de la insaciable voracidad de un patrono que decretó hace tres meses el pacto del hambre a 700 mineros con sus hijos y compañeras.
Y un hombre así, no tiene alma de asesino. ¡Viñals ha dado su pan a los demás!
¡Sindicalistas Libres de Cataluña y de España! Este colaborador de vuestra obra, os pide Solidaridad moral y material para nuestro compañero Isidro M. Viñals. La Corporación General de Trabajadores, esa madre amantísima nuestra, está vigilante para que no se consume una injusticia. Pero se desangra, porque toda su sangre la da a borbotones a sus hijas, las Profesiones. Para que se críen sanas y robustas.
Ayudemos todos a la Madre y ella cuidará de sus hijos: entre ellos de Isidro M. Viñals.
¡Solidaridad!
Manuel Hernández Cortés

21 de marzo de 2009

Carta-consejo a Isabel II, de S. Pérez Alonso

La Flaca, Madrid, 30 de julio de 1871 (Archivo La Alcarria Obrera)

En los períodos revolucionarios el Carlismo fue refugio de muchos personajes que, si bien pasaron cómodamente instalados las etapas de monarquía liberal, corrían hacia las filas carlistas cuando nuevos aires de democracia o revolución ponían en peligro su bienestar material o sus privilegios sociales. Una situación que se dio en el Sexenio Revolucionario (1868-1874) y en la Segunda República (1931-1936), nutriendo las filas del partido carlista con aliados e ideas ajenas: preocupaciones religiosas y afinidades dinásticas que llevaban al Carlismo a muchos que siempre le habían combatido; no hay mejor ejemplo que Luis González Bravo, que en 1868 era primer ministro de Isabel II, y amante de la reina, pero que se incorporó al Carlismo cuando la monarquía moderada fue derribada con estrépito. Ofrecemos otro ejemplo de 1870, con la Carta-consejo del canónigo Sebastián Pérez Alonso, del arzobispado de Toledo al que entonces pertenecía buena parte de la provincia de Guadalajara.

Carta-Consejo a Doña Isabel de Borbón por Don Sebastián Pérez Alonso, Canónigo Penitenciario de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo.
Un oscuro y desconocido español, pero amante como el que más de nuestra desgraciada y querida patria, ha pensado y resuelto escribiros una carta, desde el borde del sepulcro donde se halla.
El borde del sepulcro, que es el valle más profundo de la vida humana, es también el punto de vista más elevado del país de la verdad. En esta región sin nubes, y que tiene la virtud de hacer caer las escamas de los ojos, se ven con más claridad todos los objetos. El lenguaje de los que por ella transitan es más leal, más sincero, más persuasivo; sus consejos más sanos y acertados. Como nada temen ni esperan de los poderosos de la tierra, ni adulan ni engañan á los poderosos de la tierra. Leed, pues, con atención estas líneas que escribe un moribundo al pasar el puente de la eternidad, sin otro objeto que el de procurar la felicidad de nuestra desventurada España.
Habéis tenido, Señora, la desgracia de tocaros un reinado el más turbulento, el más revolucionario, el más funesto de cuantos registran los anales españoles. A pesar de la decadencia de la España en los dos anteriores reinados, aun conservaba la Nación á la muerte de vuestro augusto Padre robustísimas fuerzas vitales, merced á las cuales no ha muerto en vuestro tempestuoso reinado. Durante este agitadísimo reinado, la España, que en otro tiempo hizo tributarias á todas las naciones, se ha hecho tributaria de todas las naciones. Durante vuestro reinado, la España que dominaba las islas y los mares, se ha visto insultada y escarnecida por las islas y los mares..... Durante vuestro reinado, las conmociones populares, las discordias civiles, los pronunciamientos y los motines, las borrascosas elecciones de Diputados á Cortes y Ayuntamientos y las frecuentes insurrecciones militares han hecho de nuestra España un inmenso campamento de guerra, y convertídola en un vastísimo cementerio. Durante vuestro reinado, proclamándose toda clase de libertades, se han puesto cadenas á los pies y á las manos, y mordazas á las bocas de los Obispos católicos y predicadores evangélicos. Durante vuestro reinado, se ha permitido la franca introducción de las más impías doctrinas y disolventes principios, que han ido minando el magestuoso edificio de la unidad católica, causa y símbolo de nuestras glorias. Durante vuestro reinado, se ha despojado á la Iglesia de todos sus bienes, patrimonio de los pobres y de los necesitados. Durante vuestro reinado, la Deuda ha subido tanto, que es imposible pagarla; el crédito ha descendido tanto, que ya no es posible otro descenso, que el descrédito de la más afrentosa bancarrota.
Fruto necesario de los vientos, que se sembraran durante vuestro reinado, ha sido la tempestad revolucionaria de Setiembre, que os arrastró con toda vuestra real familia en su furioso torbellino, que ha derrumbado y barrido las mas santas y respetables instituciones, que ha cubierto de cieno, insectos y sabandijas las hermosas campiñas de la Iberia.
Injusto fuera, quien de tan funesto reinado hiciese responsable á Doña Isabel de Borbón, que, inocente subió al trono, y calumniada ha sido arrojada de él. Habéis podido, Señora, ser el ciego instrumento ó cómplice involuntaria de tantas iniquidades como se han cometido; pero los verdaderos autores, los cómplices criminales han sido los hombres, que prepararon vuestro reinado, tal como ha sido, los consejeros de la corona, que han regido los destinos de la Nación. Inviolable por la Carta constitucional, en vuestros actos públicos, actos de Reina, habéis manifestado siempre más generosos y levantados sentimientos, más amor al pueblo, mayor adhesión á los principios católicos, mayor respeto y devoción más sincera al Supremo Gerarca y Príncipes de la Iglesia, que todos aquellos vuestros consejeros; y sin embargo, habéis cargado con la responsabilidad de los pecados é iniquidades de todos ellos; todos ellos han atribuido á vuestra real persona los males todos, de que ellos solos han sido los causantes.
Los hombres de Setiembre, para justificar el despecho que les roía y la ambición que les devoraba, para ponerse á cubierto de la nota de perjuros y rebeldes, se han escudado con el puro amor de la patria, por vos deshonrada, (así lo aseguran) con la santa bandera de la libertad, por vos hecha trizas.... Os han acusado de crímenes, que no habéis cometido; de haber sido dominada por la influencia teocrática; de opresora del pueblo; sanguinaria por instinto; liberticida por sistema; ingrata para con ellos, vuestros más fieles servidores..... Acusaciones injustas, cargos de que os disculpan los hombres imparciales y desapasionados.
Porque no: no ha sido, no ha podido ser dominada por la influencia teocrática una Reina, durante cuyo reinado se ha empobrecido, calumniado, perseguido y martirizado al clero: durante cuyo reinado ningún consejero de la corona ha tropezado en su marcha política con un Cisneros, con un jesuita, ni siquiera con un Escoiquiz.
No ha sido, no ha podido ser opresora del pueblo una Reina, en cuyo pecho late un corazón tan hermoso como el de Doña Isabel de Borbón.
No es, no puede ser sanguinaria una Reina, que, sin ser cruel, y si solo justiciera, ha podido hacer rodar sobre el cadalso las cabezas de algunos de sus acusadores.
No ha sido, no ha podido ser liberticida una Reina cuyas mayores faltas, quizá y sin quizá, han consistido en haber transigido con las ideas liberales, y haber satisfecho con demasiada docilidad las exigencias revolucionarias.
No merece, no ha merecido el cargo de ingrata una Reina, que ha prodigado gracias y condecoraciones á todos sus servidores; y que, si en ocasiones, á la peligrosa política de algunos de ellos ha preferido la que juzgaba menos peligrosa de otros más antiguos y fieles servidores, fue impulsada á ello consultando los intereses generales de la Nación.
Y, no obstante; habéis cargado con la responsabilidad de acusaciones tan injuriosas, de los crímenes y desaciertos de todos los partidos liberales.
Ved, Señora, en esto, como veo yo, la providencia y la justicia de Dios, que pasa por los Reyes y por los pueblos, castigando sus delitos y los de sus antepasados hasta la cuarta y sétima generación, He apuntado, Señora, algunos de los males, que han afligido á la España durante vuestro reinado; referirlos todos con extensión es imposible; pero es tres veces imposible describir los desastres y calamidades, que ha producido la desatentada é injustificable revolución septembrina.
Desde que vi asomar por sobre las aguas de Cádiz la cabeza del horrendo monstruo, repugnante engendro de nefanda unión, vaticiné las defecciones y apostasías de antiguos y viles aduladores, el abandono en que os veríais, la solitaria fuga que á tierra extraña emprenderíais, y el diluvio de desgracias, de que se vería inundada nuestra desgraciada y querida patria. En la imposibilidad de pintar el estado lastimoso á que se ve reducida, me limitaré á consignar un hecho, que caracterice la situación actual, y retrate al vivo la degradación a que ha llegado.
Han arrojado del trono á Doña Isabel II, su Reina y bienhechora; desechan y desprecian á todos los individuos de la primogénita rama Borbónica; y ofrecen la corona que más ha brillado en el mundo á los Príncipes más pobres y miserables del mundo.
La han ofrecido á un caprichoso Príncipe alemán, viudo de la Reina de Portugal, liliputiense Nación, que ha sido, y debe ser provincia de España: á ese caprichoso Príncipe alemán, casado en segundas nupcias con una bailarina portuguesa...
La han ofrecido á un imbécil Príncipe de la casa Saboya, usurpadora de tronos; sacrílega usurpadora del patrimonio de San Pedro.
Se la han ofrecido á un codicioso Príncipe francés, que borraría del calendario de nuestras glorias el gloriosísimo Dos de Mayo; á un individuo de la señalada raza de los Orleans; al hijo de Luis Felipe, que por ser Rey de los franceses, sacrificó á tres Reyes de Francia y dio infame tortura á la heroína Duquesa de Berri; al nieto de Felipe Igualdad, juez inicuo, que votó la muerte del mártir Luis XVI; á Don Antonio María de Orleans; á ese fratricida Caín, que varias veces os llamó al campo de la libertad para asesinaros traidoramente.
¿Cabe, Señora, más degradación? Más degradación no; más humillación, sí: y es, el desprecio con que dos de los Príncipes más pobres y miserables del mundo han rechazado la corona que más ha brillado en el mundo.
La España llora lágrimas de sangre por tan humillante abyección y por los estragos que ha causado el huracán revolucionario. Vos, que sois española, que habéis sido Reina de España, y os veis azotada por el viento de la tribulación y la lluvia de la adversidad, tendréis escaldados los ojos, las mejillas y el corazón por el continuo llanto. Pero esas lágrimas, expresión de vuestra honda pena, y natural desahogo á la amargura, que del alma rebosa, nada levantan de lo que ha caído; no remedian los males que se lloran. Es preciso obrar; es preciso pensar y buscar pronto el remedio; menester es hacer grandes sacrificios; y si necesario fuese, amputar un miembro para salvar la vida.
Os hago la justicia de creer, que no os habréis limitado á exhalar sentidas quejas contra vuestros antiguos servidores, ni averiguar los hombres y las cosas, que más ó menos directamente han influido en vuestra caída; que no habréis permanecido en la inmovilidad, que enfría, y en la inacción que mata; que no se habrá separado vuestro espíritu de la infeliz España; que continuamente habréis pensado en ella; que con afán de madre habréis también pedido consejos para proporcionarla el remedio que necesita. Pero es lo cierto, Señora, que hasta el presente, ninguna prenda de esperanza habéis ofrecido para salvarla; ninguna resolución definitiva y bien pronunciada habéis tomado; y el monstruo de la Revolución vive; y se mueve; y devora; y engorda; y se fecundiza; y engendra monstruos aún más horrendos, que todo lo inficionan con su venenoso aliento: y la anarquía se perpetúa; y la Deuda sube; y el crédito baja; y la miseria espanta; y el socialismo amenaza; y la sociedad se disuelve e indefectiblemente se arruinaría la España, si no viniera muy pronto el que muy pronto ha de venir, y ha de tener la gloria de salvarla. Y yo deseo que vos tengáis alguna parte en ella. Pero el tiempo pasa… un tiempo, medio tiempo más.... y nada podréis hacer en favor de la España, ni en provecho vuestro. Por eso, humilde y oscuro Sacerdote, me introduzco oficiosamente en vuestro consejo privado, y os escribo esta carta. Leed; leed.
No creo equivocarme al asegurar, que en vuestros consejos, conferencias y deliberaciones habrá dominado alternativamente uno de estos tres pensamientos;-vuestra restauración completa y restablecimiento de las cosas al estado en que se encontraban en Setiembre de 1868; abdicación en vuestro hijo con el apoyo y bajo la dirección del llamado partido conservador; capitulación con los hombres más importantes de la Revolución sobre la misma base de abdicación. Pensamientos irrealizables; remedios ineficaces; caminos de perdición, Señora.
Vuestra restauración tropieza con obstáculos invencibles, dificultades insuperables. Vuestro sexo, vuestro funesto reinado, el algo que siempre queda de la calumnia, lo poco que puede esperarse de los hombres, que necesariamente habíais de llamar á vuestros consejos, lo mucho que debe temerse de los doctrinarios, que ni están por la libertad de Dios ni por la del Diablo, aunque siempre más inclinados á la de este, han hecho imposible vuestra restauración.
La parte del pueblo español, que abiertamente no es hostil á ella, es cuando menos indiferente. Los infortunios de la Señora son objeto de compasión: la Reina no inspira simpatías. El nombre de Isabel ll no electriza; no entusiasma; repele; no por la persona que lo lleva, sino por lo que ha representado, representa y necesariamente ha de representar. Los partidos de acción son contrarios á vuestro segundo reinado Para los republicanos todos los Reyes son detestables.
Los radicales han puesto un veto absoluto á todos los Borbones.
Los unionistas decretaron en Julio de 1866 vuestro destronamiento, y en Setiembre del 68 han dado exacto cumplimiento á lo· decretado. La noble, honrada y magnánima comunión carlista, que os respeta y sabe vindicar vuestra honra mancillada, tiene su Rey.
Resta el ejército, y el proscrito partido moderado: ¡débil é inseguro apoyo!, ¡escasísimas y no seguras fuerzas para una obra tan ardua!!
El ejército de hoy no es el de 1868. Aquel se mantuvo fiel en su mayor parte; el de hoy es en su mayor parte el ejército creado por la Revolución. El fiel ejército de Setiembre no pudo sostener vuestro trono; el de hoy no está dispuesto a levantado.
En cuanto al partido moderado, sin Jefe reconocido desde la muerte del enérgico y activo general Narváez, debilitado por la división, espantado por vuestra caída y la suya, no es posible luche con tantos y tan poderosos enemigos.
Quiero empero suponer realizado aquello mismo, que no creo posible. Quiero suponer que, saliendo de su estupor y haciendo un supremo esfuerzo, con el apoyo de la parte del ejército fiel á sus antiguos juramentos, que aguarda el santo y seña para levantar la bandera de Isabel II, consiguiese hacer la contrarrevolución, y en marcha triunfal conduciros á Madrid, y reconquistaros el trono. Y ¿después? Después sería preciso obrar y gobernar. El partido moderado obraría y gobernaría; y haría lo que siempre: gobernaría con los principios de siempre: so pretexto de quitar pretextos á la revolución, reconocería como siempre la mayor parte de los hechos consumados; dejaría circular por las venas del cuerpo social el corrosivo virus de la inmoralidad; y, como siempre, con tenaz obcecación se empeñaría en curar al enfermo con paliativos y paños calientes. Y vos, Señora, después de haber habitado unos cuantos días en el Tabor, rodeada de algunos fugaces resplandores de gloria, por segunda vez os veríais obligada á descender de aquella montaña; por segunda vez tendríais que recorrer la vía dolorosa; penosamente subiríais la pendiente del Gólgota, y en la cima del Calvario apuraríais el cáliz de la pasión, sin que vuestra pasión y muerte tuviera la virtud de redimir al desventurado pueblo español.
Con los mismos inconvenientes, con los mismos obstáculos, con la misma imposibilidad que la vuestra tropezaría la restauración del Príncipe D. Alfonso. Los mismos enemigos se opondrían á ello. Cuatro ó seis generales más, desacreditados por su versátil política, acusados por algunos de haber favorecido positiva ó negativamente el triunfo de la Revolución, un grupo de .ciegos é incorregibles doctrinarios, guiados por otro doctrinario incorregible y ciego, que lleva el título de Marqués de Miraflores, ninguna fuerza considerable añadiría á la causa de vuestro hijo, ningunas simpatías le atraería. Aun suponiendo que, á fuerza de astucia diplomática, halagos y promesas, lograse vencer todas las dificultades y hacer aceptable el reinado de vuestro hijo, seria este tan ineficaz, más funesto que el vuestro. Gobernaría con los principios del partido moderado; y sembrando á veces vientos más revolucionarios, la cosecha de tempestades sería mucho más abundante: y un día no lejano á la subida de vuestro hijo al trono, la madre y el hijo bajarían por última vez los escalones del regio alcázar, ó quedarían sepultados bajo sus escombros.
Vuestra abdicación en el Príncipe Alfonso, para coronar la Monarquía democrática, capitulando con los hombres que os arrojaron del trono y os obligaron á salir de España, sobre ser la solución más opuesta á los intereses de la Nación, es de lo más repugnante y vergonzoso que ha podido excogitarse. El corazón de la Madre, el decoro y dignidad de la Señora, la religiosidad de la Reina hacen imposible transacción tan ignominiosa.
Doña Isabel de Borbón, en cuyo pecho arde vivísimo el sagrado fuego del amor á la patria y al catolicismo, ¿sancionaría, por ver adornado á su hijo con una corona de espinas, un cetro de caña y un andrajo de púrpura, sancionaría, digo, los sacrílegos atentados á la unidad católica y á la independencia de la Iglesia, las impías profanaciones y violentos ataques dirigidos á instituciones benéficas y sagrados asilos de la virtud y de la ciencia? ¡Imposible! ¡imposible! ¡imposible!
La dama ultrajada, la Señora deshonrada ¿se deshonraría á sí misma, descendiendo de la altura á que la han elevado a sus infortunios al cenagoso charco, del que se ha sacado tanto lodo para mancharla? Imposible, imposible, imposible.
Una madre tan tierna y cariñosa ¿entregaría atado de pies y manos al hijo de sus entrañas, para que fuese editor responsable de un Gobierno revolucionario, y víctima de las alteradas muchedumbres, que á gritos pedían la muerte del inocente? ¡Jamás!, ¡jamás!, ¡jamás! ¡Montpensier! ¡Serrano! ¡Prim! ¡Topete! ¡Olózaga! ¡Figuerola!..,...; ¡que nombres estos!; ¡cuán dolorosamente deben resonar en vuestro lacerado corazón! Podéis, Señora, y debéis perdonar á estos hombres; pero capitular con ellos con vergonzosas alianzas… ¡jamás!, ¡jamás!, ¡jamás! Si algunos malvados ó ilusos os propusieran transacción tan deshonrosa, rechazadla con noble v santa indignación. Si fuerais capaz de oírla con serenidad, y de aceptar el odioso pacto, yo, Señora, no os odiaría; no puedo odiar á las personas; pero en verdad os digo, que ante los ojos de los honrados y de los buenos quedaríais rebajada hasta el nivel de… de… no encuentro en la historia nivel tan bajo. Basta; ni una palabra más; que á la habitual palidez de mis mejillas ha sustituido el carmín de la vergüenza á la sola idea de suposición tan infamante.
No hay pues esperanza, no hay probabilidades, no hay posibilidad de restauración para la rama Borbónica, que cayó en Setiembre. Y, si por un conjunto de circunstancias inesperadas, el liberalismo volviese á encumbraras en el Capitolio, volvería a formar de él una roca Tarpeya, de la que os precipitaría entre frenéticos silbidos, y satánicas carcajadas.
Ya que tal vez he afligido vuestro angustiado corazón, voy á ver si puedo derramar en él algún consuelo. A pesar de vuestros terribles infortunios, aun podéis prometeros días tranquilos en nuestra amada patria. Hay un medio seguro de salvación para ésta, y en él abierta una puerta por la que podéis entrar circundada de inmarcesible é imperecedera gloria, contribuyendo a levantarla de la humillante degradación en que está sumida. Atended.
La Divina Providencia tenía reservado para los tiempos mismos, en que fueseis arrojada del trono, al hombre que ansiosamente buscaba la España; al Rey que necesita la España; un joven y robusto piloto, que, empuñando el timón con mano fuerte y poderoso brazo, condujese la nave del Estado á seguro puerto de salvación. Este hombre providencial es el magnánimo Duque de Madrid, legítimo heredero de la Corona de Felipe V.
El estudio profundo, imparcial y concienzudo sobre la cuestión dinástica, ha demostrado, que, cuando vos subisteis al trono, el derecho era de Carlos V, vuestro santo tío que está en el cielo; y en la actualidad es de Carlos VII, vuestro simpático sobrino, que está en la tierra para reconquistar, restaurar y regenerar la España.
Este Rey providencial reúne en su persona todas las brillantes cualidades con que se han distinguido algunos de sus gloriosos predecesores: el valor y actividad del Emperador Carlos V; la prudente política y enérgico carácter de Felipe II; la constancia y ánimo esforzado de Felipe V; la sólida piedad de su abuelo, que con santa resignación murió en el extranjero, y cuyo sepulcro está vacío en el regio panteón del Escorial.
El nombre de Carlos VII entusiasma y electriza. En cualquier punto de Europa donde resida, le rodea un ejército de héroes, acaudillados por el valiente de los valientes. En cada provincia de España hay otro ejército de héroes, que lo esperan con impaciencia. No pocos batallones del partido liberal, que, habiendo probado por más de cinco lustros el fruto del árbol de la libertad, siempre lo han hallado amargo y venenoso, están dispuestos á pasarse con armas y bagajes al campo católico-carlista. Multitud de compañías republicanas, que, deslumbradas por halagüeñas ilusiones, cándida é inconscientemente gritan hoy «viva la República», siendo como son sinceramente católicas en su mayor parte, mañana á los mágicos nombres de Religión, Patria y Rey, aclamarán á Carlos VII con adhesión más entusiasta. Las clases conservadoras, ansiosas de orden y de paz, con hambre y sed de justicia y moralidad, vuelven sus ojos hacia la monarquía tradicional, como la única que puede poner á cubierto sus haciendas v sus vidas.
El Duque de Madrid, valiente, intrépido y arrojado, como Enrique IV de Borbón, se haría amar de cualquier ejército que lo conociera. Si el valiente intrépido y arrojado ejército español y la benemérita Guardia civil conocieran bien al Duque de Madrid, y pudieran disponer de una corona, por unánime y entusiasta aclamación ceñirían con ella su augusta frente.
El Duque de Madrid, conocedor del espíritu y tendencias de su siglo, y que con juicioso discernimiento sabe distinguir entre lo bueno y lo malo que hay en la civilización moderna, tiene firme resolución de conservar todo lo útil en España, y arrancar todo lo nocivo que en ella se ha introducido. Lo que en vano ha pedido España á todos los Gobiernos liberales, lo que desea y necesita, eso es lo que le promete solemnemente el Duque de Madrid en su brillantísimo y notable manifiesto político-administrativo; eso es lo que religiosamente cumplirá en su día.
El Duque de Madrid dará con el concurso de las Cortes generales una Constitución puramente española, que tenga por bases fundamentales la unidad religiosa y la monarquía tradicional: dará omnímoda libertad para el bien; sólidas garantías á todos los derechos legítimos; independencia y libertad á la Iglesia, para que pueda ejercer su moralizadora influencia sobre todas las clases de la sociedad; gloria y honor al ejército, dignidad á la magistratura; vida propia al municipio y á la provincia; respeto y fuerza al principio de autoridad; pan y trabajo á los pobres; defensa al débil contra las violencias injustas del fuerte; amparo á los ricos contra los feroces instintos de la demagogia; premio y estímulo á las ciencias y á las artes; protección á la agricultura, industria y comercio nacionales; moralidad á la Administración; economías al presupuesto; crédito á la Hacienda; justicia igualmente recta para todos; prosperidad y grandeza á la España.
Y todo esto lo hará con vos ó sin vos, con vuestra ayuda ó sin ella; pero con vuestra cooperación, más rápida y eficazmente; con mas satisfacción y júbilo del Duque de Madrid; con más gloria y provecho vuestro; sin derramamiento de sangre Española.
He llegado, Señora, al objeto final de mi carta-consejo, que no es otro sino reclamar vuestra ayuda generosa en beneficio de nuestra desventurada patria; el inclinaros á que contribuyáis á la completa regeneración de España.
Ya habréis adivinado el medio más seguro para conseguir tan patriótico fin. Es el mismo que más de una vez os ha indicado uno de los talentos más claros de España, uno de sus más eminentes repúblicos, un español honrado, que con los más nobles y levantados sentimientos trabaja incesantemente por el bien de la patria, y ardientemente desea ver unidos con estrechos lazos á todos los individuos de la real familia.
Acercaos, Señora, á vuestro joven sobrino: mirad en él al Rey de España; al único Rey que puede elevarla á la altura de la que ha descendido, al Rey amado de la inmensa mayoría de los Españoles. Dadle vuestro apoyo moral y material; decid dos palabras, no á la Nación, no á la Europa, esto no es necesario ni será conveniente, sino al oído de vuestros más fieles servidores, tanto civiles como militares, que acaso lo desean; y con esto habéis ganado cien batallas contra la Revolución; habéis tomado la más noble venganza de la Revolución; así adquirís renombre inmortal en las páginas de la historia, y reparáis las males que durante vuestro reinado han afligida á la infeliz España. Y con esta, reunidas todas las fuerzas católico-monárquicas, llega el Duque de Madrid á España; vence sin empeñar una batalla y sin derramamiento de sangre; y llevando en sus victoriosas manos el rama de olivo, símbolo de paz, de unión y de concordia, sube al trono de S. Fernando y, Rey y padre de todos, absolutamente de todos las españoles, que no quieran abandonar la casa paterna, emprende la grande abra de la regeneración española.
Y vos, Señora, sois llamada cariñosa é incondicionalmente á vivir junto á las gradas del trono, á tomar parte en las modestos regocijos y elevados consejos de los Reyes. Y sin las tribulaciones y amarguras de Reina, gozareis de las distinguidas consideraciones de Reina; y aliada de Carlos VII el grande, y de la angelical Margarita, que os mirará y respetará como madre, disfrutareis la tranquilidad, sosiego y ventura que hasta ahora no habéis podido disfrutar; y los hijos de vuestros hijos, por medio de futuros enlaces, serán los legítimos Reyes de la España regenerada.
Hacedlo así, Señora; esto os aconseja; á esto os conjuro; esto os pide España, á la que tanto amáis: esto os suplican arrepentidos vuestro padre Fernando y vuestra tía Carlota; esto os pide, ó al menos os debe pedir con más encarecimiento, empeño é importunidad que nadie vuestra madre Doña Cristina.
Si, escuchando todas estas súplicas, y consultando el bien de la patria, vuestros propios intereses y vuestra gloria, así la hiciereis, Dios os lo premie; Dios os bendiga. Pero si, prestando oídas á torcidos consejos ó deslumbrada par peligrosas ilusiones, así no lo hiciereis, Dios os lo perdone, Señora, Dios os perdone.
Tiene el honor etc.
S. P. A.

Logroño 10 de Febrero de 1870.
P.D. Señora: con valar cristiano os he dicho algunas verdades: he hecho vuestra defensa con valor político: con valor político cristiano os he dado un consejo. Tened vos la amabilidad de leer cuatro líneas más.
Asegurase estos días con insistencia que, importunada, estrechada, forzada por sofísticas razones de estado, habéis cejado en la noble y digna resistencia que veníais oponiendo, y os habéis por fin decidido á abdicar la corona en vuestro hijo el príncipe Alfonso. ¡Pobre Señora! ¡Cuánto se abusó de vuestra posición de Reina constitucional, para obligaros á marchar por el escabroso sendero que os condujo al precipicio! ¡cuánto se abusa de vuestra posición de Reina destronada para obligaros á dar pasos que cada día os alejen más y más del perdido trono y de la patria amada! ¡Abdicar!.... Y ¿porqué? y ¿para qué?
O es para dar un Rey á la revolución, ó para oponerlo al Rey de la revolución. Lo primero es imposible; porque es imposible, que una madre, una Señora, una católica española, acepte una corona de serpientes para su hijo, una corona de deshonra para sí misma y una corona de oprobio para la católica España.
Si el consejo de .abdicación tiene por objeto oponer un Rey conservador al Rey democrático ¿porqué los consejeros no se aconsejan á sí mismos lo que evidentemente sería más justo y más natural?, ¿por qué no reúnen sus fuerzas para reponer en el trono á D. Isabel.de Borbón, que es su Reina, que es la injuriada y que se halla en toda la madurez de su juicio? ¡Pues qué! ¿La política conservadora que piensen adoptar reinando Alfonso XII no podrá ser adoptada y practicada reinando D. Isabel II? Las intrigas, rivalidades y ambiciones ¿no serían mayores y de más fatales consecuencias durante la minoridad del hijo que durante el reinado de la madre? Todo esto, que está al alcance del más vulgar político, no puede ocultarse á vuestra ilustración y experiencia.
No se os puede ocultar, que la abdicación ni desarmará á vuestros enemigos, ni dará fuerzas, popularidad y simpatía á vuestro hijo.
Desengañaos, Señora; la política del partido llamado conservador, que ha perdido vuestra causa y arruinado la España, nada puede hacer para salvar á esta ni en favor vuestro. El único medio de salvación para la Nación y para vos es Carlos VII. Si Carlos VII no os abre las puertas de la patria, siempre estarán cerradas para vuestra familia.
Aceptad pues el consejo que os he dado; porque si no lo aceptáis ¡pobre Señora!, ¡desgraciadísima Señora! aun cuando por una imprevista eventualidad volvierais á España Reina ó madre del Rey, el sol de la patria sería para vos un sol quemante; el trono sería para vos el foco de un inmenso espejo ustorio que os abrasaría.
Os lo repetiré; el Rey legítimo de España es Carlos 7º; el Rey amado de la inmensa mayoría de los españoles es Carlos 7º; el único Rey que quiere y puede regenerar la España es Carlos 7º; el que en este mismo año de 1870 ha de emprender la obra de la regeneración de España es Carlos 7°.
Os lo repetiré: vuestro porvenir y el de vuestros hijos, no aceptado mi consejo, será inquieto, azaroso é infortunado; pero si lo aceptáis, será venturoso y gloriosísimo para vos, gloriosísimo y venturoso para vuestros hijos. Vos sin las tribulaciones y amarguras de Reina tendréis al lado de Carlos 7º el Grande, las distinguidas consideraciones de Reina, y los hijos de vuestros hijos, por medio de futuros enlaces, serán los Reyes legítimos de la España regenerada.
Reitera etc.
S. P. A.