La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

23 de mayo de 2009

Socialismo y libertad, de Vanguardia Socialista

La Guerra Civil española puso a prueba la solidez de las ideas y la fidelidad a las organizaciones de los responsables y de los militantes de la izquierda. La antigua familia socialista, siempre firmemente unida bajo la batuta de Pablo Iglesias, comenzó a desintegrarse durante la Segunda República y quedó definitivamente rota al terminar el conflicto fratricida. Los sectores moderados, liderados por Indalecio Prieto desde el exilio, se hicieron con el control de la mayoría de la organización, y las corrientes próximas a los comunistas, con personajes como Amaro del Rosal o Julio Álvarez del Vayo, quedaron progresivamente marginadas. Todavía en los años sesenta Álvarez del Vayo alentaba un grupo socialista que se expresaba en el periódico Vanguardia Socialista y que, finalmente, se integró en el Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP). En 1969 editaron un folleto del que publicamos uno de sus artículos dedicado a los orígenes del PSOE.

Tras la Restauración, el movimiento obrero se dispersó o se replegó, según las características de sus organizaciones de base. Todas fueran puestas fuera de la ley con las solas excepciones de la Asociación del Arte de Imprimir de Madrid, la Federación de las Tres Clases del Vapor de Barcelona y alguna que otra sociedad aislada. Las dos primeras serán esenciales como gérmenes del sindicalismo contemporáneo en sus dos grandes proyecciones al comenzar el siglo XX. La de Madrid, será el embrión del movimiento socialista; la de Barcelona, que durante largo tiempo guarda un matiz “trade-unionista” converge al cabo de los años con el movimiento anarquista (refugiado primero en la organización clandestina de la Sección Española de la Internacional bakuninista, con brotes luego de terrorismo) para servir de punto de arranque al anarcosindicalismo.
La Asociación del Arte de Imprimir había sido creada en 1872, precisamente contra el criterio de miembros del oficio como Pablo Iglesias y Anselmo Lorenzo, que veían en ella una organización de colaboración de clases. Sin embargo, cuando llego la Restauración, y con ella los tiempos difíciles, la Asociación pudo sobrevivir en el marco de la legalidad y adquirió así gran importancia como obra de continuidad, a la par que como núcleo de organización. Comprendiolo así Pablo Iglesias, que se consagró a ella y fue su presidente desde el 10 de mayo de 1874 hasta enero de 1885. La Asociación contaba al principio con 249 miembros, y de ella surgieron grandes organizadores del movimiento obrero socialista, como Antonio García Quejido y Matías Gómez Latorre.
Pero la fecha en que el movimiento obrero comienza otra curva ascendente es la de Mayo de 1879, en que se crea en Madrid el Partido Socialista. La legalidad de las asociaciones, obtenida con el Gobierno Sagasta en 1881 (¡paradojas de la Historia!) permitirá un trabajo en más amplia escala nacional, que culminará en la constitución del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores en 1888. Con anterioridad a 1879 pueden señalarse los contactos que tuvo el grupo pre-socialista madrileño con el núcleo conspirador que dirigía Ruiz Zorrilla desde el exilio. Éste, en un llamamiento fechado en 1877 llamaba expresamente a los obreros a tomar las armas para conquistar el sufragio universal y las libertades de reunión y asociación. Ese llamamiento coincide con la preparación de una insurrección republicana, por Ruiz Zorrilla y sus amigos, que debía tener lugar ese mismo año. El golpe no llegó a producirse, pero al parecer los grupos obreros habían aceptado colaborar en él. Mesa se había entrevistado en Paris con Salmerón, con ese fin. Hubo también, en 1877, una huelga de albañiles en Madrid, pero no es posible ponerla en relación con la existencia de este embrión del Partido Socialista.
En el banquete del 2 de Mayo de 1879, celebrado en una fonda de la madrileña calle de Tetuán, quedó fundado el Partido Socialista Obrero Español. De sus 25 fundadores, 20 eran obreros (16 tipógrafos, 2 joyeros, 1 marmolista y 1 zapatero) y 5 intelectuales. Nombróse una Comisión para redactar el programa y trazar las bases de organización, compuesta por Pablo Iglesias, Victoriano Calderón, Alejandro Ocina, Gonzalo Zubiarre y Jaime Vera. La primera asamblea del nuevo partido se celebró el 20 de julio del mismo año en una taberna de la calle de la Visitación.
Allí se nombró, con carácter secreto, la primera Comisión Ejecutiva, así compuesta: Secretario, Pablo Iglesias; Tesorero, Inocente Calleja; Contador, Alejandro Ocina; Vocales, Victoriano Calderón y Gonzalo Zubiarre. En el acta de constitución se dice que se leyó una carta de Francia -probablemente sería de Mesa- y otra de Inglaterra -¿de Engels o de Lafargue?-, y que con la carta de Francia venía el manifiesto de los socialistas franceses. En el Manifiesto que encabeza el programa se dice que “...el Partido Socialista Español declara que su aspiración es: la abolición de clases, o sea la emancipación completa de los trabajadores; la transformación de la propiedad individual en propiedad social o de la sociedad entera; la posesión del Poder político por la clase trabajadora”.
EN EL PROGRAMA SOCIALISTA SE PRECONIZABA:
Entre los objetivos más inmediatos que se proponía elaborar el Partido, figuraban los derechos de asociación, reunión, petición, manifestación y coalición, el sufragio universal, la libertad de prensa, la abolición de la pena de muerte, la reducción de la jornada de trabajo, la prohibición del trabajo de niños y mujeres en malas condiciones, etc.
En 1884 la Agrupación Socialista Madrileña había accedido a la petición de Moret de presentar un Informe a la Comisión de Reformas Sociales. De ahí surgió el famoso “Informe” redactado por Jaime Vera, probablemente el único texto de la época en que se enfoca la realidad española con un criterio marxista y en que se emplea el razonamiento dialéctico que solía faltar incluso en los documentos más sólidos de la Internacional. El “Informe” de Vera no se puede resumir. Sin embargo, es indispensable reseñar su importancia, en contraste con la pobreza ideológica que caracterizó un tiempo en que los militantes socialistas dedicaron abnegadamente sus esfuerzos a la tarea organizadora. La cuestión queda ahí planteada: ¿Hasta que punto se produjo o no en España la conjunción del movimiento obrero con el socialismo científico?
El movimiento socialista había ido tomando cuerpo desde el punto de vista orgánico, creándose.
Por otra parte, las huelgas menudearon a partir de 1880, pero sobre todo en Barcelona. En Madrid tuvo lugar en 1882 la huelga de tipógrafos. Iglesias, García Quejido y otros directivos obreros fueron encarcelados y defendidos en el proceso por Pi y Margall. Ese mismo año se crearon en Madrid otras organizaciones de resistencia, como la de herradores y la de obreros del hierro.
En Barcelona, el Centro Federativo de Sociedades Obreras convocó aquel mismo año un Congreso Obrero, “a fin de -decía la convocatoria- lograr el bien común uniendo las diferentes tendencias que existen en el seno de la clase obrera”.
Al Congreso acudieron delegados de 88 sociedades obreras, la mayoría de Cataluña. También acudió Pablo Iglesias, en nombre de la Agrupación Socialista de Madrid.
El Congreso acordó crear una Asociación Nacional de Trabajadores a base de aceptar el principio de la lucha de clases y cuyo objeto seria “Reunir a todos los trabajadores de España, a fin de que, aunando sus esfuerzos, puedan mejorar progresivamente sus condiciones sociales y oponerse a la creciente explotación de la burguesía”.
La forma de organización seria por secciones locales de oficio y por Federaciones provinciales.
Se acordó igualmente pedir la reglamentación del trabajo de las mujeres, la promulgación de leyes determinando la jornada máxima de trabajo y protegiendo la vida y la salud de los trabajadores. En el aspecto político se decidió que: “La clase trabajadora debe organizarse en partido político distinto e independiente de los demás partidos burgueses para conquistar el Poder de manos de la burguesía”, aconsejando a los obreros que ingresasen en el Partido Socialista Obrero. Esta resolución fue tomada por 73 votos a favor, 7 en contra y 9 abstenciones.
Sin embargo, la proyectada Asociación no llegó a tener auténtica vida y sólo siguieron existiendo ciertos núcleos en Cataluña. Uno de ellos, el Centro Obrero de Mataró, tuvo la idea, en 1887, de llevar a la práctica las decisiones del Congreso de 1882. Y ese fue el punto de partida para convocar el Congreso constitutivo de la UGT.
IGLESIAS SE MANTUVO INTRANSIGENTE
En 1885, algunos socialistas de Madrid tuvieron que abandonar la capital, porque los patronos se negaban sistemáticamente a darles trabajo. Salieron, pues en busca de trabajo, pero al mismo tiempo como propagandistas y organizadores, hacia las provincias decisivas para el movimiento obrero. El tipógrafo Antonio García Quejido fue a instalarse en Barcelona, y Facundo Perezagua, metalúrgico, que había nacido en Toledo, fue a Bilbao, de cuya organización obrera estaba llamado a ser el primer propulsor y la primera personalidad durante largos años.
En 1886 aparece, con periodicidad semanal, “El Socialista”, proyecto que acariciaba la Agrupación Madrileña desde 1882. El primer número apareció el 12 de marzo de aquel año. En una reunión celebrada el 27 de enero se aprobaron unas bases o declaración de principios para el periódico, que suscitaron el primer problema interno.
En estas bases de orientación del periódico se establecía, en primer lugar, la difusión de las doctrinas del Partido, el apoyo a las luchas de resistencia, a las huelgas, al “principio de asociación entre los obreros”, procurando llegar a una Asociación Nacional (es decir, a una central sindical), etc. En la base tercera se acusaba a los partidos republicanos de querer utilizar la clase obrera para conquistar el Poder, sin atacar el régimen de propiedad, pero el Partido optaba por el régimen republicano por cuanto “el planteamiento de los derechos individuales ha de otorgar mayores garantías al desarrollo de la propaganda socialista”. Por fin, la base cuarta, que fue la manzana de la discordia, establecía que se combatiría “a todos los partidos burgueses y especialmente las doctrinas de los avanzados, si bien haciendo constar que entre las formas de gobierno republicana y monárquica, El Socialista prefiere siempre la primera”.
DISTINCION ENTRE PARTIDO Y SINDICATO
Discrepó Vera, apoyado por Mora, por estimar que se debía combatir preferentemente a los gobiernos y a los partidos de oposición en cuanto propulsasen ideas reaccionarías, pero no a los republicanos, junto a los cuales quedaba una etapa por recorrer conjuntamente.
Aunque García Quejido intentó llegar a una transacción, Iglesias y la mayoría se mantuvieron intransigentes. Vera y Mora abandonaron el Partido, al que volverían ocho y quince años después respectivamente.
La primera redacción de “El Socialista” estuvo formada por Iglesias, Gómez Latorre, Garcia Quejido, Pauly y Diego Abascal. El periódico estaba compuesto gratuitamente por tipógrafos socialistas, y era vendido por afiliados al Partido.
En 1887 había Agrupaciones socialistas en 28 ciudades, cuyo único vínculo de coordinación era “El Socialista”, que ya en aquellos tiempos mostró que un periódico puede desempeñar la función de “organizador de la clase obrera”. Sin embargo, se hacía sentir la necesidad de una estructuración nacional. Por su parte, el Centro Obrero de Mataró se dirigió -también en 1887- al Centro Obrero de Barcelona, pidiéndole la convocatoria de un Congreso obrero que coincidiese con la Exposición Universal que debía celebrarse en aquella ciudad al siguiente año. García Quejido se encargó de la organización, y el Congreso fue convocado para el mes de agosto por los Centros de Mataró y Barcelona, la Federación Tipográfica (que reunía once sociedades) y la sociedad obrera de Vich.
En cuanto al Congreso del Partido fue convocado por la Agrupación Madrileña, para celebrarlo también en Barcelona y pocos días después del otro congreso.
El 12 de agosto de 1888, mientras en Barcelona se celebraba la Exposición Universal, se abrían las sesiones del primer Congreso de la Unión General de Trabajadores, en la casa número 29 de la calle de Tallers de la capital catalana. Veinticinco delegados presentes representaban a cuarenta y una sociedades: 26 de Cataluña, las 13 que formaban la Federación Nacional del Arte de Imprimir, los carpinteros de Madrid y los panaderos de Castellón.
Las sesiones duraron hasta el 14 de agosto y dieron por resultado el nacimiento de la U.G.T., que quedó integrada por 27 secciones (las sociedades restantes hasta 41 no se decidieron a integrarse en la organización naciente) con un total de 3.355 afiliados. La U.G.T. se distinguía, por definición, del Partido de la clase obrera y se presentaba como organización de resistencia al capital, de defensa de las condiciones de vida y trabajo de los obreros, esto es, como organización sindical. De agosto de 1888 data pues, en la historia de España, la distinción entre lo que es un partido de la clase obrera, que pretende agrupar a lo más avanzado de la misma para conquistar el poder político, y una organización sindical, que postula la adhesión de todos los asalariados para la defensa de sus intereses en las relaciones de producción (conflictos con el capital) y, en general, de sus condiciones de vida. Teóricamente, la central sindical nacía como independiente del Partido Socialista; en la práctica, su vinculación con éste fue estrechísima, no sólo en cuanto a orientación sino también en cuanto a las personas que ocuparon indistintamente las direcciones de una y otra organización.
El primer Comité Nacional de la U.G.T. quedó así compuesto: Presidente, Antonio García Quejido; Vicepresidente, Salvador Ferrer; Tesorero, Ramón Colado; Secretario, Ramón Ciuró; Vicesecretario, Juan Graells; Vocales, José Carnicer y Basilio Martín Rodríguez. El Comité Nacional fijó su residencia en Barcelona, donde permaneció hasta 1899, fecha de su traslado a Madrid.
Del 23 al 25 de agosto se reunió el primer Congreso del Partido Socialista. 18 delegados (que ya habían asistido al Congreso de la U.G.T.) representaban a 20 Agrupaciones. (Los viajes de Iglesias por Andalucía tras la salida de “El Socialista”, y luego por Cataluña, en unión de los forzosos desplazamientos de Perezagua y Quejido, habían contribuido a crear este primer armazón del Partido).
Además de numerosas agrupaciones de Cataluña, estaban representadas las de Madrid, Guadalajara, Bilbao, Valencia, Játiva, Linares y Málaga (seguramente había otras agrupaciones en Andalucía que no estuvieron representadas).
EL SINDICATO SOCIALISTA PEDÍA:
El Congreso decidió el programa del Partido, cuyos puntos básicos eran los siguientes:
1º La posesión del poder político por la clase trabajadora.
2º. La transformación de la propiedad individual y corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la sociedad entera (se entienden por instrumentos de trabajo “la tierra, las minas, los transportes, las fábricas, las máquinas, el capital moneda”).
3º. La organización de la sociedad sobre la base de la federación económica, el usufructo de los instrumentos de trabajo por las colectividades obreras, garantizando a todos sus miembros el producto total de su trabajo; y la enseñanza integral a los individuos de ambos sexos en todos los grados de la ciencia, de la industria y de las artes.
4º. La satisfacción por la sociedad de las necesidades de los impedidos por edad o padecimiento.
“En suma: el ideal del Partido Socialista Obrero es la completa emancipación de la clase trabajadora; es decir, la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores libres e iguales, honrados e inteligentes”.
Marxismo y utopismo no estaban aún enteramente diferenciados; la “federación económica” era probablemente un residuo proudhoniano más que una interpretación de la tesis de Engels sobre la etapa superior de desaparición del Estado; también pertenecía a la imprecisión del socialismo premarxista la afirmación del “producto integro del trabajo”. En cuanto al moralismo de “honrados e inteligentes”, ¿cómo no ver en él una continuación del espíritu de la Constitución de Cádiz, cuyo artículo 6º prescribía a los españoles “ser justos y benéficos”?
El Congreso estableció también un detallado programa de medidas democráticas de las libertades y derechos habituales, figuraba la “supresión de los ejércitos permanentes y el armamento general del pueblo” y la “abolición de la Deuda pública. Las reivindicaciones de orden social eran muy detalladas y entre ellas figuraban la jornada legal de ocho horas (y de seis para los menores de 14 a 18 años), el salario mínimo legal “determinado cada año por una comisión de estadística obrera, con arreglo a los precios de los articulas de primera necesidad”, el salario igual para trabajo igual en ambos sexos y la creación de comisiones de vigilancia elegidas por los obreros para inspeccionar las condiciones de vida y trabajo de los mismos.
El programa pedía también la enseñanza gratuita y laica en los grados primario y secundario, la abolición de los impuestos indirectos y la transformación de los directos en un impuesto general progresivo sobre la renta.
Se mantenía el sentido extremadamente crítico contra todos los “partidos burgueses, llámense como se llamen” y la actitud de apoyo a las organizaciones obreras de resistencia.
Como puede verse, y a pesar de matices de utopismo aquí y allá, el conjunto programático atestiguaba un estado de madurez y una visión general de la política que superaba en mucho la fase de simple agitación. Las reivindicaciones de lo que hoy llamamos “salario mínimo con escala móvil”, de las comisiones de vigilancia nombradas por los obreros, etc., demuestran una comprensión de la lucha obrera y sindical cuya validez no se ha extinguido casi ochenta años después. Es digno de observar que los aspectos sindicales parecen más elaborados que los estrictamente políticos donde hay todavía cierta tosquedad; en el primer caso, los militantes obreros poseían ya una experiencia, a veces de veinte años, mientras que en el segundo, como organización política de la clase obrera, se estaba en los primeros pasos.
El Congreso nombró un Comité Nacional (de cuya designación fue encargada la Agrupación de Madrid) que quedó así compuesto: Presidente, Pablo Iglesias; Secretario, Francisco Diego; Tesorero, Francisco Carrero; Vocales, Marino Rodríguez y Antonio Atienza. Todos tipógrafos, menos el Tesorero que era encuadernador. La sede del Comité Nacional quedó fijada en Madrid.

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