La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

10 de diciembre de 2008

Sobre feminismo, de Isabel Muñoz Caravaca

Casa de Isabel Muñoz Caravaca en Atienza (Archivo La Alcarria Obrera)

Isabel Muñoz Caravaca fue una mujer adelantada a su tiempo. De raíces aristocráticas, creció entre la alta sociedad madrileña y fue educada en París, contrayendo matrimonio con Jorge Moya de la Torre, un eminente catedrático y científico. Al quedarse viuda, en el año 1885, lejos de acomodarse a una vida de recogimiento en la Corte sin más ocupación que el cuidado de sus hijos, Isabel Muñoz Caravaca marchó a Atienza para ejercer como maestra de niñas en la localidad, a pesar de que renunciaba a su generosa pensión de viudedad. Allí se implicó abiertamente en la lucha social y en la promoción cultural de la Guadalajara de su época y fue una propagandista incansable, hasta su muerte en 1917. Sus campañas a favor del feminismo, en contra de la pena de muerte y del maltrato a los animales, y su sintonía con la clase trabajadora dejaron un recuerdo que aún hoy no se apaga. El que aquí presentamos, Variaciones sobre feminismo, se publicó el 1 de octubre de 1905 en Flores y Abejas.

Han corrido impresas estos días pasados, unas opiniones sobre determinadas novísimas funciones femeninas: funciones intelectuales y sociales; y curiosas. Datos auxiliares para la resolución de un problema del porvenir.
El ilustre Janssen, en el banquete del Parque del Oeste, cuentan que dijo: “Las mujeres estudian ya también Astronomía: causa que las mujeres defiendan, causa ganada”.
En el Diario Universal apareció un artículo de la distinguida escritora que firma con el pseudónimo de Colombine. Se pregunta, es decir, nos pregunta a los lectores, que ocurriría si a las mujeres se extendiera el derecho electoral. Colombine no es feminista –no lo son en general nuestros talentos femeninos;- y supone que andarían las cosas peor que hoy; llevando la concesión del voto a las mujeres, tremendo contingente a la olla de grillos que se derrama cuando llega el caso, en mitins, colegios electorales, Cámaras legislativas, finalmente.
Yo –que no tengo talento- sí soy feminista: estoy en mi derecho. Y en la ocasión presente, me tomo la libertad de disentir de ambas opiniones.
No hay fundamento para considerar ganada la causa que defienden las mujeres: ¿qué es lo que llevamos defendiendo desde que el mundo es mundo hasta la fecha?
Hubo ocasiones en que ciertas mujeres pudieron influir en los actos de los hombres: aquellas espartanas que sacrificando sus hijos por la patria ahogaban sentimientos inmediatos en aras del fanatismo de las cosas remotas; aquellas mujeres de los bárbaros, que los acompañaban a la guerra, y escuchaban las decisiones en sus Asambleas primitivas; aquellas otras heroínas de la Caballería medioeval, medio señoras y semi esclavas de unos hombres forrados de hierro, que hasta en las estampas de la época da miedo verlos hoy…
Influir no es defender: esto último significa aquí la protección generosa de un individuo independiente y libre hacia una cosa justa; lo primero lleva consigo la intriga, un trabajo subterráneo, equívoco tal vez. Los seres superiores e inteligentes, defienden sus causas a la luz del día; los pequeños, los inferiores, los que desdeñan la conciencia de su propio valer, esos influyen cuando pueden y si un mezquino interés se lo aconseja: influyen esgrimiendo armas de todas clases, llegan al objeto deseado por sendas tortuosas, no importa cuales: el caso es llegar.
No asignaba el célebre astrónomo este papel subterráneo a las mujeres, lo sé: las igualaba a los hombres… ¡De esto se trata! La Naturaleza no nos ha dado a unos y otros capacidades mentales diferentes, por muchos y muy solemnes absurdos que se digan. Conviene, sin embargo, dar a las expresiones del pensamiento su completa significación; poner puntos sobre las íes y las jotas. Progresará la Astronomía si a ella se dedican las mujeres, no por ser mujeres, no por una condición habitual de vencedoras; sencillamente sí, porque se aumentará el número de ojos que se dirijan al cielo.
La Naturaleza exterior al mundo en que vivimos, inmensa, magnífica, esplendorosa, saldrá además ganando en admiración: ella seducirá más a las mujeres que a los hombres en la respectiva condición actual: somos más extrañas a los desatinos de las costumbres, más inocentes de las culpas sociales; ineducadas, sin grandes resabios atávicos, y por esto, fáciles de reformar. Nuestra pasión por los pingajos, nuestra sumisión a las contorsiones de salón, son superficiales… Demostradnos los que sabéis más que nosotras ignorantes, que esas cosas son ridículas, y las rechazaremos y de ellas no conservaremos nada. Los hombres, por el contrario, han hecho las leyes, han dividido a la Humanidad en clases o en castas, han matado y se han dejado matar en guerras estérilmente: esos son los ineducados: son mal educados; torcidos desde la primera generación que se dio cuenta de que, en general, tenían un poco más de fuerza física que nosotras.
Si fuéramos lectoras y elegibles, ¡quién sabe si reformaríamos o no la sociedad! Por lo menos, llevaríamos a ella en un momento crítico, un elemento nuevo. En los niños, en los habitantes de pueblos no civilizados, en todos los seres elementales cuya educación se emprende racionalmente, brota como primera manifestación moral un sentimiento de justicia intransigente y severa. Ese sentimiento pudiera quizás dirigir los destinos del mundo cuando las mujeres, dejando de ser objetos, conquistaran la categoría de seres humanos.
Y no vayan ustedes a creer que pido ahora, para mí y para las otras, sin más ni más, el derecho de sufragio: sobre este punto y en este país, tengo yo mis ideas particulares… Las expondré y así habremos hablado de todo.
Soy ultraradical; sólo me encuentro bien al lado de los que van los primeros camino de la revolución teórica; y a pesar de eso, si me preguntan qué sistema político conviene hoy a nuestro pueblo, diré que un gobierno absoluto: no el absolutismo de un rey; es poco: una oligarquía semejante a la de las antiguas repúblicas aristocráticas de Italia: dos docenas o tres de caballeros con unos cuantos cientos de satélites, que por arreglos o a farolazos se repartieran el poder: poder en toda su plenitud para esos pocos; y los demás, la muchedumbre inmensa, a vegetar, trabajar poco y mal, comer pan negro, ir a los toros… A mí, particularmente, esto me parece abominable; pero hace cuarenta años, desde mi obscuridad femenina, vengo observando: ese sistema es el espíritu nacional, el ideal no confesado, la aspiración inconsciente de la mayoría, casi puesto en práctica; con costumbres y hasta palabras propias: el santonismo, el caciquismo, los partidos turnantes, cosas y exclusivamente españolas, se cultivan aquí como los melones y garbanzos: y son ese espíritu, esa aspiración, y nada más.
Por cierto que son hombres los que bullen y arreglan al mundo de este modo; las mujeres, detrás, cosen calcetines, oyen malas razones o se pasan la vida en visita y paseo; llorando imposiciones, o discutiendo el modo de dejar la cucharilla en la taza de thé y demás trascendentalísimas cuestiones por el estilo.
¿Qué es feminismo? Es una de tantas manifestaciones revolucionarias: revolucionarias de verdad. No es el sueño de la Isla de San Balandrán con las actuales condiciones recíprocas invertidas; es la aspiración a un estado más perfecto, dentro de lo que permite la imperfección humana, en el que la mitad del género humano no se dedique especialmente a hacer disparates y la otra mitad exclusivamente a hacer tonterías.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

si sóis impulsores del escepticismo ¿porqué seguiis viviendo en la utopía?

la anarquía no es viable ni me gusta para nada, pero tanto la web como el blog es una fuente de cultura. seguramente, manipulada. pero al fin y al cabo, cultura.

un abrazo.

Antonio Arbeig dijo...

Confundir la libertad de crítica y pensamiento con el escepticismo es prueba de rigidez mental. No somos escépticos, pero sabemos que la verdad no está en nada ni en nadie: tenemos que buscarla entre todos.
Por eso mismo, ofrecemos textos anarquistas, marxistas, católicos o de las más diversas opiniones y tendencias. Sin manipular (o sea, meter mano en el texto), en La Alcarria Obrera presentamos el documento completo y su referencia, para que cada uno lo analice, critique y saque sus propias conclusiones.
Como dice Antonio Machado: "la verdad ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela". Eso es cultura, eso es libertad.

Anónimo dijo...

Creo que estáis en un ligero error. Isabel Muñoz Caravaca nunca vivió en esta casa. Tenía su residencia en la calle de Cervantes, frente a la capilla de San Roque. Esta casa, escuela de niñas, comenzó a construirse en 1918 y se inauguró en 1920. Isabel Muñoz Caravaca ya había fallecido. La placa de la fachada os indica la fecha de construcción e inauguración por Miguel Sánchez Dalp.