La Alcarria Obrera fue la cabecera más antigua de la prensa sindical en la provincia de Guadalajara en el siglo XX. Heredera del decimonónico Boletín de la Asociación Cooperativa de Obreros, comenzó a publicarse en 1906 y lo hizo ininterrumpidamente hasta que, en el año 1911, dejó paso a Juventud Obrera.

El odio de la burguesía y el terror al que fueron sometidas las clases populares provocaron su total destrucción: hoy no queda ni un sólo ejemplar de ese periódico obrero.

En 2007 recuperamos La Alcarria Obrera para difundir textos fundamentales y originales de la historia del proletariado militante, con especial dedicación al de Guadalajara, para que sirvan de recuerdo histórico y reflexión teórica sobre las bases ideológicas y las primeras luchas de los trabajadores en pos de su emancipación social.

25 de febrero de 2024

La Escuela Laica de Guadalajara

Las Dominicales del Libre Pensamiento fue un semanario proclamadamente laico y abiertamente anticlerical que nació en 1883 gracias a la iniciativa de Ramón Chíes y Fernando Lozano Montes, alineados políticamente con el republicanismo más intransigente de Manuel Ruiz Zorrilla o Francisco Pi y Margall. Este último, junto a los dos promotores del semanario, fueron nombrados albaceas testamentarios por Felipe Nieto Benito, un militar federal que legó todos sus bienes para la fundación de una Escuela Laica para niños en Guadalajara, la ciudad en la que había crecido. En 1902, tras el fallecimiento de la hermana de Felipe Nieto, el único albacea testamentario superviviente, Fernando Lozano, pudo establecer la Escuela Laica en la capital alcarreña y recoger la noticia en un amplio reportaje, firmado por él con su seudónimo de Demófilo, publicado en Las Dominicales del Libre Pensamiento en su número del 11 de noviembre de 1903.

LA ESCUELA LAICA DE GUADALAJARA

El edificio.

La casa adquirida en propiedad por la testamentaría de D. Felipe Nieto para servir de Escuela laica es un vasto edificio que consta de un cuerpo central y dos hotelitos ó pabellones laterales. Sobre ello, tiene separada, pero en la misma línea de fachada, una casa pintoresca de estilo suizo. A lo largo de la fachada que mira al jardín hay una amplia terraza, destinada al recreo y esparcimiento de los niños. Allí jugarán, allí harán gimnasia, allí darán muchas clases en los días de temperatura benigna. Aire, luz, alegría, he ahí el elemento propio del niño.

Paseo por el jardín.

Bajando al jardín, por la izquierda, se encuentra un pabelloncito, recién construido, destinado á desahogo y limpieza, con sus inodoros en el centro, á un lado los urinarios y á otro los lavabos, todo provisto de agua abundante que baja del gran depósito, semejante á los de los ferrocarriles, que se levanta al lado sobre pintoresco pilar cilíndrico recubierto de yedra.

Más abajo está el grande invernadero, con su cuarto de semillas y su fuente, y siguiendo más adelante, el invernadero pequeño, de flexible y elegante armadura de hierro, con su escalera para subir sobre la cubierta, desde donde se domina un amplio horizonte. La fuente de este invernadero es una gruta, de entre cuyas peñas brotan surtidores de agua. En aquella parte comienza el gran balcón del jardín, formado de una larga banda de asientos de piedra, sobre que descansa fuerte y maciza balconadura de hierro. De pie, sobre los asientos de piedra y apoyados sobre el balconaje, se contempla el bello paisaje de un valle estrecho, sembrado de huertas que fertiliza un arroyo, oculto por espesa maleza. La hermosa huerta, situada abajo sobre la hondonada profunda, cortada á pico y defendida por sólida fábrica de albañilería, pertenece á la Escuela. Mirando á la derecha, sobre el montículo de una revuelta del valle, se ve la casa del hortelano, perteneciente también á la Escuela, como la huerta que está á sus pies y se prolonga un largo trecho.

Siguiendo á lo largo del balcón, se encuentra una verja que da acceso á la bajada de la huerta. El espeso macizo de árboles que hay hacia aquella parte, cubriendo la hondonada, donde jamás penetra el sol, la profundidad abrupta del terreno, el ruido que forman al caer despeñándose las aguas de un arroyuelo, dan á aquel sitio un aspecto que recuerda el Monasterio de Piedra. Aquel lugar impenetrable á los rayos del sol en verano, y poblado de ruiseñores y jilgueros que en las alboradas de primavera aturden los oídos con su charla estrepitosa, es verdaderamente delicioso. Hacia aquella parte, penetrando en el jardín, está el campo destinado á experiencias agrícolas, donde cada niño cultivará su parcela de terreno. Todo esto lo fueron viendo los asistentes á la apertura de la Escuela, pudiendo apreciar la variedad y frondosidad de los árboles, como la profusión de flores otoñales de que estaba engalanado el jardín, destacándose en el centro la airosa fuente de mármol, rodeada de una corona de crisantemos de variadas especies y matices de color.

Los talleres.

Se pasó de allí á visitar los talleres. Para penetrar en ellos hubo que atravesar un hermoso salón, alto de techos, que sirvió un día de capilla á los opulentos dueños de la casa y que ahora servirá de suplemento á la terraza del jardín en los días lluviosos. Allí se evaporaba el espíritu durante algunos momentos en una oración impotente, allí se fortalecerán ahora los cuerpos infantiles en la gimnástica y en los juegos, preparándolos para servir á la sociedad con un trabajo fecundo.

Taller de metales.

En el salón inmediato, alto de techo y con tres ventanales que se abren á la fachada principal enviando luz abundante, está instalado el taller de metales. Aquel es el tesoro industrial de la escuela. De allí puede salir todo el material de enseñanza que se necesite construir con una perfección insuperable. Allí se pueden fabricar cuantos aparatos de física se quiera, y las maquinitas más primorosas, montajes para microscopios, micrótomos, máquinas de fonógrafos, cuanto se necesite, en fin para que los niños puedan apreciar con sus ojos todos los adelantos de la mecánica.

El torno.

El torno de metales es una preciosidad, por su admirable construcción y por la flexibilidad y precisión de sus movimientos automáticos. Se ha traído expresamente de los Estados Unidos que no tienen ya rival en la construcción de máquinas y herramientas para talleres. Posee movimientos automáticos longitudinal y transversal. Pueden tornearse en él superficies cónicas y cilíndricas perfectas, hacerse toda clase de pasos de rosca para tornillaje y taladrarse gruesas planchas de hierro. No hay ajuste, por delicado que sea, que no pueda efectuarse á favor de esta maquinita primorosa que puede moverse á pedal ó por cualquier motor mecánico á cuyo efecto está dotada de originales aparatos de transmisión.

La cepilladora.

La máquina cepilladora es el complemento del torno y procede también de los Estados Unidos. En ella se trabajan las superficies planas como en el torno las de revolución. Posee accesorios para dividir, de suerte que se pueden hacer en ella ruedas dentadas de todas clases y superficies prismáticas con variadas facetas. El avance y todos los movimientos son automáticos. Se mueve á mano, con pedal ó con motor y á este efecto posee un juego de transmisiones muy perfecto. El taller de metales tiene además otros aparatos como el mármol de rectificar superficies planas, hermosa platina, una serradora de hierro y un sólido banco de herrero.

Taller de madera.

En la habitación contigua está instalado el taller de maderas. Destácase en él la serradora mecánica de sierra de cinta. En ella, con pasmosa rapidez, se sierran maderos de hasta 15 centímetros de grueso. Sirve también para bordear, haciéndose con facilidad suma los más bellos adornos y calados. Puede moverse á pedal, con manubrio y por transmisión. Constituye así la serradora un instrumento precioso para la carpintería por la brevedad y la belleza con que se corta en ella la madera, preparándola para las demás labores.

Cuenta el taller de maderas con una colección de cepillos admirablemente construidos en los Estados Unidos, entre ellos un moldurador universal ingeniosísimo con el cual se pueden hacer toda clase de molduras. Hay además colección de piedras do esmeril, grata y todas las herramientas usuales de carpintería. Se está construyendo también un gran torno de madera.

Forja.

El taller de forjar no está montado aún, pero se ha adquirido ya su material y se instalará en una magnífica despensa ó bóveda qué tiene luz directa sobre el jardín.

Laboratorio.

Se montará un bello laboratorio para hacer manipulaciones fotográficas, y en general, químicas, para lo cual hay ya dispuesta la habitación correspondiente.

La clase.

En las demás escuelas, todo el local se reduce á la clase, y se ha hecho bien en precisar hasta el último detalle de la altura de mesas y bancos, con la inclinación que se debe dar á los pupitres, á fin de que no se deformen los cuerpos de los niños, presos en aquella cárcel durante seis horas del día. La clase de la Escuela Laica contiene, sin duda, todos esos refinamientos, porque se ha encargado de la construcción del menaje el especialista de Madrid en carpintería de material pedagógico, pero son innecesarios, porque en la clase no estarán los niños sino breve tiempo, el necesario para escribir y dibujar. Se ha procurado solo, que todo sea en ella sencillo, pulimentado, limpio. Nada de gárrulos carteles colgados sobre las paredes para recoger el polvo. En el frente, ocupando el lugar de honor, el bello cuadro de la Declaración de los Derechos del hombre. En el resto, hoy nada. Más adelante, plantas que alegren los ojos y flores que perfumen el ambiente.

Biblioteca.

Todavía no está instalada por falta de estantería, que se construirán en los talleres; pero ya hay allí preparados para ella, cajones atestados de libros. Se llevarán muchos más. Apenas se instale, constará ya de más de mil volúmenes, y los niños conocerán por sus ojos, todas las obras maestras del espíritu humano, algunas admirablemente ilustradas.

Las demás habitaciones.

Quedan vacantes muchas habitaciones á las que se irá dando la aplicación debida. Para amueblarlas solo dignamente, se necesitaría gastar muchos miles de duros. Mas para eso están allí los talleres, de donde irá saliendo un mobiliario original adecuado al destino que se vaya dando á cada habitación. Repetimos que aquellos talleres son el tesoro de la casa de donde habrán de salir muchas cosas útiles.

Los dos brazos de la casa.

Proclamemos modestamente que la Testamentaría no hubiera podido dar esta magnitud de líneas á la fundación, sin contar con dos brazos fuertes, que han sido las columnas sobre que se ha levantado aquella casa. Es el uno, el profesor Fernando Lorenzo. Es el otro, Luis Lozano.

Fernando Lorenzo.

Tiene este joven, de 22 años, un abolengo famoso en la historia do nuestras libertades patrias. Es nieto del célebre Lorenzo, que fue un día objeto de la admiración y de la gratitud intensa de la España liberal. Es hora propicia de recordar aquel episodio. Al comenzar la primera guerra civil, encontrábase el general Lorenzo de Gobernador militar de Pamplona. D. Carlos había conferido el mando en jefe de su ejército á D. Santos Ladrón, que se había hecho famoso por su valor y por sus triunfos en la guerra de la independencia. Enseñoreado D. Santos Ladrón de la Rioja, y encerrado el ejército liberal en los muros de Pamplona, engreído además con los numerosos triunfos que acababa de conquistar sobre las fuerzas liberales, envió un cartel de reto al general Lorenzo diciéndole que no se atrevería á salir á batirse con él en campo abierto. Recibirlo el general Lorenzo y salir de la plaza con todas las tropas que pudo reunir, reducidas á unos cuatrocientos hombres de á pie y treinta jinetes, fue obra rápida, y á marchas forzadas, corrió á buscar á D. Santos Ladrón, que disponía de más de mil hombres y había elegido el terreno del combate.

Al ímpetu arrollador de aquel león de la guerra, se vio roto y disperso el ejército absolutista, quedando prisioneros treinta y tantos oficiales. En cuanto á D. Santos Ladrón, el General Lorenzo corrió solo hacia él, le sujetó con sus brazos, sostuvo con él una lucha personal, al modo de las de los héroes de la antigüedad, le venció, le desarmó, y le hizo prisionero, guardando como trofeo de su victoria, el sable que llevaba, sable que conserva aún su nieto. Al llegar á Pamplona, con los despojos victoriosos, el Capitán General de Navarra hizo fusilar á todos los prisioneros sin faltar D. Santos Ladrón. Fue el primer golpe terrible que recibió la causa carlista, y la España liberal celebró con inmenso júbilo tan completa victoria, mientras el Gobierno colmaba de empleos y mercedes al General Lorenzo, que llegó á desempeñar más tarde algún tiempo, el cargo de General en jefe del Ejército del Norte.

Pues bien, su nieto, cuyo padre fue también bravo coronel del Ejército, lleva en sus venas esa misma sangre heroica. Solo que respondiendo á la nueva manera de ser de los tiempos la aplica á luchar, no en las conquistas sangrientas de la fuerza, sino en las conquistas más fecundas de la ciencia. Recogido, modesto, rebelde á toda disciplina huera y formulista, menospreciando títulos académicos, se ha aplicado en el recogimiento y en el silencio á fortificar su espíritu y su cuerpo para todas las luchas, logrando a pesar de su aspecto y su estatura de niño, ser el más fuerte de los jóvenes de los gimnasios madrileños, hasta levantar pesos que los hombres más avezados á los trabajos de fuerza apenas pueden mover, según tuvieron ocasión de verlo, admirándolo, los asistentes á la apertura de la escuela.

Sobre ello, ha ido atesorando un caudal creciente de conocimientos químicos y físicos, á favor de un estudio y una lectura infatigables, que le permiten seguir al día las más importantes aplicaciones de la ciencia y singularmente de la electricidad. Todavía, juntando la práctica á la teoría, se ha aplicado á aprender el manejo de las herramientas y mecanismos manuales, de suerte que le son familiares todas las máquinas y herramientas del taller.

¿Dónde encontrar un maestro así? ¿No es este el ideal del maestro moderno? Dirigir á los niños por el camino de las ciencias, iniciarlos en las prácticas de la agricultura y de la industria, cuidar de su desarrollo físico para dar á sus cuerpos la mayor robustez, la mayor fortaleza, la mayor flexibilidad, la mayor belleza; tal es sin duda la meta de la educación moderna. El pleno desenvolvimiento de una enseñanza de este género necesitaba el concurso de tres ó cuatro maestros, y la Testamentaría carece de recursos para retribuir dignamente más que uno. Hubiera habido que renunciar á estas amplias líneas de la enseñanza á no encontrar un joven de las condiciones de Fernando Lorenzo. Nosotros estamos persuadidos de que su fe, su voluntad férrea, su intrepidez en el cumplimiento del deber lo vencerá todo, y que él solo llegará á hacer más que muchos profesores juntos.

Se inicia ahora en los trabajos pedagógicos, sobre que no había pensado; los dominará sin duda; llegará á conocer, con su fervor por el estudio y por la lectura, lo mejor que en pedagogía se vaya practicando por todas partes, y hará del establecimiento cuya dirección se le ha confiado, una obra seria y sólida que dará frutos de bendición á la ciudad de Guadalajara y á la pedagogía española. Con los siervos de la rutina y que trabajan por el salario es en balde esperar nada fecundo, sin la devoción de Fernando Lorenzo por el ideal, su amor á los progresos patrios, sus entusiasmos concentrados hacia todas las obras elevadas y útiles, su aplicación infatigable al trabajo, imposible hubiera sido que aquél enorme edificio de la Escuela, que se encontraba en el mayor abandono, hubiera ido tomando después de más de un año de trabajos incesantes, la nueva fisonomía, ordenada risueña y bella que ya ofrece.

Es así cuanto escribimos, una justicia debida á sus méritos. Pero todavía empresa de tal magnitud. Esta con su fisonomía tan nueva y original, necesitaba otras ayudas. No ha dejado de prestársela, seria, eficaz, preñada de hábiles iniciativas, su compañero y amigo entrañable Luis Lozano, que tanta parte ha puesto en la organización, dirección y ejecución de los trabajos, habiéndose visto á los dos, vistiendo la blusa y las alpargatas del obrero, ejecutar con sus manos obras de carpintería, cerrajería, fontanería, cristalería y hasta de edificación, sin descansar y apartados de todo trato social. Bien que ahora los deberes de su carrera le separen de allí, no olvidará nunca Luis Lozano el prestar á la Escuela naciente su cooperación activa y seria.

La Fundación asegurada.

Como este no faltarán á la Escuela laica de Guadalajara otros padrinos que le presten toda suerte de generosas ayudas. Pero lo esencial está ya hecho. Allí hay una inmensa base de operaciones que permitirá todos los progresos. Y todo se ha hecho con un legado, cuya cuantía no llega á la tercera parte del dinero empleado por sus antiguos dueños en levantar aquella opulenta mansión. Sobre ello, queda asegurada á perpetuidad, la renta necesaria para mantener el personal al servicio de la fundación con fondos que al efecto tiene depositados la Testamentaría en el Banco de España, en títulos de la deuda al 4 por 100.

Nuestra misión está cumplida. Algo de desvelos y de preocupaciones nos ha costado, pero ya está todo hecho á nuestra entera, absoluta satisfacción. No podíamos hacer más. No podíamos ni soñar llegar á tanto. Como nuestros insignes compañeros de testamentaría D. Francisco Pí y Ramón Chíes, nos hubiéramos contentado con cosa mucho más modesta con tal que quedara la fundación completamente asegurada. Un concurso de dichosas circunstancias nos ha favorecido hasta llegar á este resultado. La Escuela laica de Guadalajara, brotada de la primera ardiente llamarada del Librepensamiento español, que estremeció de intensa alegría el gran corazón de su fundador D. Felipe Nieto, será, sin duda, piedra angular del edificio del laicismo patrio, y sobre sus cimientos tan firmes y tan vastos, se podrá llegar con el tiempo á todas las alturas. ¡Manes benditos de D, Felipe Nieto: sonreíd!

DEMÓFILO (Fernando Lozano Montes)

26 de septiembre de 2022

¿Fiesta nacional?, de Calixto Ballesteros

Al acabar todos los veranos, antes y ahora, los que llamamos en Guadalajara “los veraneantes” se vuelven a Madrid o a otras capitales principales; así ha sido este año y así lleva siendo desde hace más de un siglo. Uno de estos veraneantes fue un periodista decimonónico, de esos que escribían al por mayor, llamado Calixto Ballesteros. Él como nosotros, hoy como ayer, vio y vivió las llamadas fiestas populares, que tantas veces incluían, como lo hacen hoy, espectáculos taurinos de una crueldad extraordinaria. Cuando tantas veces se dice que son fiestas tradicionales, se olvida que también hay una tradición de espanto y oposición a estos festejos sostenida y transmitida por españoles, también de Guadalajara, que llevan siglos impugnando unas fiestas que se basan en el fanatismo y la brutalidad. Casi nada sabemos de Calixto Ballesteros, cuyas columnas, por medio de agencias de prensa, se publicaban en distintas cabeceras españolas; en Guadalajara en Flores y Abejas y en La Crónica. Como modesto homenaje, reproducimos una breve nota necrológica: “Esta mañana ha fallecido en Madrid, víctima de larga y penosa enfermedad el conocido é ilustrado periodista don Calixto Ballesteros. Alejado ahora de las tareas periodísticas, era hombre muy hábil en las informaciones políticas y fue un poeta laureado en multitud de certámenes literarios, habiendo muerto joven todavía. Enviamos nuestro pésame á su distinguida viuda”. (El Madrid Gráfico, 5 de julio de 1904) El artículo que reproducimos lo recogemos de La Crónica Meridional de Almería, un periódico de tendencia liberal fundado y dirigido por el republicano Francisco Rueda López, que lo publicó en su portada del 23 de agosto de 1894.

 Acabo de regresar a este Madrid de mis adoraciones, de un pueblo cercano, uno de los más importantes de la provincia de Guadalajara. Y acaso porque la última impresión que recibí fue bastante fuerte, o tal vez porque aún no he tenido tiempo de experimentar aquí otras impresiones que borren aquella, el hecho es que vengo indignado, más indignado hoy que de costumbre contra las corridas de toros, sobre todo, tal y como se verifican en el pueblo a que aludo y otros muchos… No recuerdo haber presenciado nada más bárbaro. Una multitud enardecida, ebria de júbilo, golpeaba furiosamente los tablones que formaban la barrera del improvisado circo.

Y caían de aquellas trancas, esgrimidas por brazos musculosos y recios, sobre los lomos del pobre animal como verdadera lluvia de palos.

El último infelicísimo, más que por la inhábil estocada del sobreseimiento, sucumbió a pedradas, a garrotazos, a puñaladas… axfisiado tal vez entre los recios brazos del pueblo soberano.

Soy muy demócrata. Pero si por soberanía del pueblo hubiera de tomarse lo que presencié ayer por la tarde, de buen grado renunciaría yo a la defensa de soberanía semejante.

Pero el hecho, en sí bárbaro, me lo pareció mucho más por el contraste que pude observar. La víspera del día señalado oficialmente para la corrida se había verificado la procesión.

Y en ella iban con sendos escapularios y muy devotamente los mismos caballeros que ayer ocupaban las barreras de la toril plaza y pensaba yo: ¿será esto un sistema, o más bien una demostración evidente de que son hermanos gemelos el fanatismo y la brutalidad? Francamente os digo, lectores discretos, que prefiero menos religiosidad, pero también menos ardor taurómaco.

Porque es el caso que los cuatro párrocos presenciaban la corrida juntamente conmigo. Y excepto uno, los tres restantes, estaban entusiasmados con la contemplación de aquel espectáculo inculto.

Bien amargas consideraciones se deducen de este hecho. Porque no puede haber prosperidad material ni el nivel moral puede elevarse en un solo metro. Las gentes que se dejan arrastrar por la veneración sacratísima a una virgen milagrosa, un momento más tarde son los que ponen decidido empeño en renunciar, si vale la frase, a su dignidad de hombres inteligentes para convertirse en uno de tantos habitantes de la selva. ¿Por qué sigo presentando, si el fanatismo y la barbaridad taurómaca tienen puentes de contraste?

18 de julio de 2022

Malthusianismo y Neo-Malthusianismo, de Manuel Devaldés

El ideario anarquista construido en el último cuarto del siglo XIX no tuvo una exclusiva traducción política o social; por el contrario, la riqueza y pluralidad del ámbito libertario se alimentó de teorías sociales destinadas a la solución de los muchos problemas de la vida cotidiana de las clases populares, especialmente de las urbanas e industriales. El higienismo, la educación permanente y no reglada de los ateneos, el consumo de los bienes de primera necesidad mediante cooperativas, las sociedades de socorros mutuos como expresión del apoyo mutuo…

Una de las corrientes, en principio ajenas al anarquismo pero que confluyeron con él, fue la de los neo maltusianos, aquellos que defendían el control de la población para mejorar la distribución de unos bienes que se sabían escasos y que, para los trabajadores, se sumaba la idea de que el control de la natalidad disminuía el ejército de reserva del capitalismo y haría mejorar las condiciones laborales del proletariado por el juego capitalista de la oferta y la demanda en el llamado mercado laboral.

Presentamos un folleto, Malthusianismo y Neo-Malthusianismo, escrito por el anarquista Manuel Devaldés y traducido al castellano por el imprescindible José Prat.  Fue editado en Barcelona en 1908 por la Biblioteca Salud y Fuerza y no es muy conocido, a pesar de que explica perfectamente las características de los neo maltusianos.

 

Tan injusta como violentamente, y a veces groseramente, se ha atacado la doctrina neo-malthusiana y la respetada personalidad de sus vulgarizadores en todos los países. Permítaseme, pues, defender desde aquí, una y otros por el único medio apropiado a las circunstancias: por una exposición, desgraciadamente demasiado sucinta, de la teoría neo-malthusiana que ignoran el noventa por ciento de las gentes, lo que no les impide, de todos modos, combatirla a sangre y fuego. Compárense luego los documentos que aporto, y que no tengo la pretensión de haber descubierto, con las negaciones sin pruebas y con las creencias de los religiosos de toda idea apriorística molestada por el florecimiento de una verdad experimental. Compárenselos asimismo, con las tonterías más o menos descabelladas que se han dicho sobre los remedios a la ley de la población, remedios que únicamente se vuelven deshonestos cuando los moralistas y los pornográficos han vomitado encima.

I

La ley de la población formulada en 1798 por Malthus en su Ensayo sobre el principio de la población, consiste en que, a no hallar ningún obstáculo que se lo impida, la población crece indefinidamente en progresión geométrica, mientras que la cantidad de las subsistencias que pueden dar un terreno limitado está necesariamente limitada, o dicho de otro modo, que la población tiene una tendencia constante a aumentar más allá de sus medios de subsistencia.

La ley de la población arranca de tres leyes fijas y eternas de la naturaleza, absolutamente independientes de cualquier estado social:

-La ley de ejercicio, que gobierna los órganos y las emociones de la reproducción y coloca al ser humano, so pena de degeneración física y moral, en el imperioso deber de ejercitas estos órganos y de satisfacer el deseo de estas emociones.

-La ley de fecundidad, consecuencia de la que precede, que regula las facultades de reproducción, y sobre todo, posibilita a la mujer que tenga una descendencia media de doce a diez y seis hijos.

-En fin, la ley de industria agrícola o de producción decreciente, que regula la producción de la tierra, es decir, el aumento de nuestras subsistencias. La característica de esta ley reside en que, después de una primera fase en los progresos del cultivo, el producto del terreno no aumenta en proporción del trabajo que se aplica, o dicho de otro modo, que el producto proporcional de la industria agrícola tiende a disminuir.

Ciertos progresos de la civilización, como el perfeccionamiento de la ciencia agronómica, el mejoramiento de los medios de transporte, la extensión de la maquinaria, etc., pueden atemperar, pero débilmente, el rigor de la ley de productividad decreciente, demasiado débilmente para poder suprimir normalmente el desequilibrio que puede existir entre una población y sus subsistencias. Hay, por lo demás, en todo esto, una razón perentoria, y es que a cada grado que se franquea en la escala del bienestar, es decir, en el aumento de las subsistencias, lleva consigo infaliblemente un aumento de la población que en los países demasiado poblados acaba por anular el efecto bienhechor de estos progresos. Procediendo éstos a saltos bruscos, se sigue que a cada período de una mayor producción sucede, con relación a la nueva cifra de población, un período doloroso de depresión en la cantidad de las subsistencias.

Es necesario que digamos aquí algunas palabras sobre la influencia de la población en los salarios de los trabajadores y los beneficios de los capitalistas. La ley de los salarios y la de los beneficios no derivan de la naturaleza de las cosas como las tres precedentes, sino que son establecidas y mantenidas en vigor por la autoridad gubernamental y podrían ser abolidos por la voluntad de la mayoría; como todas las leyes de distribución no tienen sino una transitoria significación de actualidad, pero viviendo en el presente y sometidos a estas leyes, es necesario que las tengamos en cuenta.

Los salarios dependen de la oferta y la demanda de trabajo, o en otros términos, de la proporción entre el número de los obreros y el capital. La abundancia de la oferta hace bajar la tarifa de los salarios, su rareza la hace subir. De otro lado, los beneficios de los capitalistas dependen del coste del trabajo, y bajan cuando los salarios bajan y recíprocamente. Vese, por consiguiente, quién pueda tener interés en la “repoblación” como dijo Piot, es decir a que haya un exceso de población.

Una parte de la miseria resultante de la baja de los salarios y su estacionamiento en una baja tarifa es debida, ciertamente, al sistema actual de reparto de las riquezas, pero ésta es nada comparada con la que resulta del exceso de población, fenómeno al que no prestan atención los socialistas, atribuyendo el pauperismo exclusivamente al sistema de repartición. Hacen mal de no fijarse en ello cuando lo descuidan con sinceridad, pues los hay que esperan la voluntad de emanciparse, del exceso de miseria del proletariado y conscientemente se callan respecto de este peligro inmediato del exceso de población.

Los socialistas sinceros hacen mal en desdeñar las enseñanzas malthusianas. Supongamos instaurados el colectivismo o el comunismo: todos los individuos se han vuelto, obligatoria o libremente, trabajadores asociados. He aquí que son iguales en la misma dependencia del fondo común y con iguales derechos a acudir a él en sus necesidades; pero de todos modos no dejan de estar igualmente sometidos a los efectos de la ley de la industria agrícola socializada. En caso de exceso de población, la igualdad en el reparto conduciría a la igualdad en la miseria, lo cual acaso sea un progreso relativo, pero no absoluto. Colectivista o comunista, la nueva sociedad tendrá que tener en cuenta la lay de la población, so pena de muerte.

Malthus estableció que la población, si ningún obstáculo viene a impedírselo, crecería indefinidamente en razón geométrica. Si la progresión geométrica de la población fuese: 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, las subsistencias aumentarían según la progresión aritmética: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Evidentemente no es más que una figura, pues que el aumento real de las subsistencias no puede determinarse de modo tan simple, pero esta figura da una idea de la proporción de acrecentamiento de los dos factores de la ley de la población. Excepto al principio de una colonia nueva, tiempo relativamente corto representado por las cifras 1, 2 de las dos progresiones citadas, el desequilibrio es, pues, constante entre la población y las subsistencias. Sin embargo, nos hacen observar los espíritus superficiales, todos los seres humanos que pueblan la tierra hallan su subsistencia desde el momento en que existen, por lo tanto, hay equilibrio y la ley de Malthus es falta.

Esta objeción banal es debida a que la naturaleza tendencial de la ley de la población impide comprobar directamente sus efectos. Una le y tendencial es una ley cuyo efecto teórico puede en la práctica, bajo la influencia de una o varias causas, hallarse modificada; de otro modo sería una ley positiva y en este caso su realidad obrante estallaría a los ojos del más miope. Inútil que digamos que por tendencial que sea una ley natural, como por ejemplo la de Malthus, no cesa nunca de obrar, puesto que es ley; su acción está velada por los efectos reales que la acción de otras causas producen, pero no deja de obrar ni de contribuir a terminar sus efectos. Nos interesa refutar la objeción susodicha, pues aquí es cuando se puede hacer esperar la reacción dolorosa de la naturaleza contra lo que, desde luego, podemos llamar la imprevisión humana.

Las manifestaciones de la ley de la población se presentan diversamente según que se considera la suerte de uno u otro pueblo, pero principalmente según se trate de un país nuevo o de uno viejo, colocándose en el punto de vista de la civilización. Por lo demás, estas manifestaciones no son diferentes sino porque los momentos de desarrollo de estos países son diferentes en el momento de la observación, en definitiva las conclusiones permanecen siendo idénticas en uno y otro caso.

La acción de la ley de la población en los países nuevos es de las más simples. El terreno, al principio, está inculto; basta un primer esfuerzo para ponerlo en estado de producir; siendo entonces poco numerosa la población, no se siente como en los países viejos la necesidad de cultivar las tierras de inferior calidad, de rendimiento escaso y costoso; explótanse únicamente las tierras fértiles que producen más con menor capital y menos trabajo. Entonces se establece un equilibrio de riqueza entre la población y las subsistencias. Es la edad de oro. Poco importa entonces a los individuos que la población aumente, nadie sufre por ello, ya que gracias a la fecundidad del suelo, casi ilimitada, las abundantes cosechas aseguran a los que van llegando las necesarias subsistencias. Y en efecto la población va entonces creciendo. Por regla general se admite, y esto resulta de las observaciones de Malthus y de sus sucesores efectuadas en las colonias nuevas, que en circunstancias favorables la población aumenta en una progresión geométrica tal que se se dobla en veinticinco años.

Esta facilidad de la vida que caracteriza los países nuevos, va disminuyendo con el tiempo, a medida que se van haciendo viejos, con una población cada vez más densa y el cultivo cada vez más minucioso de los terrenos de inferior calidad. Entonces también se establece un equilibrio de miseria. El desequilibrio teórico se convierte en la práctica en un equilibrio relativo, o más exactamente, en una apariencia de equilibrio que disimula el desequilibrio existente en realidad entre la población y las subsistencias y que ve claramente todo aquel que observe algo el fenómeno. Este equilibrio relativo puede variar en los individuos desde el bienestar a la miseria, pero socialmente no puede ser calificado más que de pobre.

Una obra recién publicada por Gabriel Giroud, Población y subsistencias, nos ilustra sobre la naturaleza exacta de ese desequilibrio. Utilizando las cifras suministradas por las estadísticas oficiales de cada nación, Giroud ha establecido, tomando un año de producción mediana, el cálculo de las subsistencias, vegetales y animales, puestas a disposición de la humanidad, deducidas las necesarias para futuras siembras y alimento de los animales. Es un estudio concienzudo tan preciso como permiten las estadísticas, pero cuyas aproximaciones son más bien favorables al lado optimismo del asunto. Ahora bien, después de haber establecido la parte media que, en la hipótesis de un reparto igual, tocaría a cada individuo, y haberla comparado con las necesidades de una alimentación racional, el autor llega a esta terrible conclusión: “Falta casi un tercio de albuminoideas a la ración que corresponde a cada individuo en el reparto de los productos de la tierra. La tierra no alimenta más que a dos tercios de sus habitantes. Los hombres no disponen más de dos terceras partes de las tres que debieran poseer”.

He aquí a lo que queda reducido este famoso equilibrio invocado por los espíritus superficiales. Equilibrio pobre, tanto más en nuestros viejos países de Europa que el conjunto estadístico sobre el cual el señor Giroud comprende países donde, sin ser absolutamente nuevos, la industria agrícola produce suficientemente para una población que aún no es excesiva (Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, etc.).

Y, ¿cómo se establece este equilibrio relativo, que podría ser equilibrio perfecto si interviniere la voluntad del hombre? Pues se establece por medio de los obstáculos denominados frenos de la población.

En último análisis, se descubre un obstáculo único al aumento ilimitado de la población: la falta de subsistencias obrando, sea bajo su forma positiva, sea bajo la del miedo a la falta de subsistencias. Esto se ve muy claro cuando se examina la situación de las sociedades humanas primitivas. Si hacemos caso omiso de las víctimas de las grandes catástrofes naturales, eventualidades que igualmente amenazan a civilizados y primitivos, se puede afirmar que en estas sociedades la población halla un freno casi exclusivo en la muerte prematura por hambre, manifestándose por casos aislados o por épocas de gran hambre o por guerras para apropiarse de las subsistencias. A modo de previsión, por miedo al hambre, se practica el infanticidio, sobre todo sobre las jóvenes, y con la muerte provocada de los más viejos. Pero en las sociedades civilizadas el obstáculo reviste mayor complejidad de aspectos debido a la organización social.

Malthus había dividido los frenos de la población en dos grandes clases: los preventivos y los represivos. Los primeros reúnen los diversos medios de evitar los nacimientos: el celibato o continencia, la prostitución y la esterilidad voluntaria o prudencia procreatriz. Los segundos abarcan todas las causas de muerte prematura: los trabajos insalubres, el trabajo excesivo, la exposición a la intemperie de las estaciones, la extrema pobreza, la insuficiencia de cuidados al niño, los excesos de todo género, las enfermedades, las epidemias, las guerras, las pestes, las hambres, etc. Para mejor precisar la naturaleza de los frenos los subdividió en tres clases: la reserva moral (celibato o continencia), el vicio (prostitución o esterilidad voluntaria o prudencia procreatriz) y la miseria (muerte prematura por causas diversas).

Esta clasificación no corresponde ya a las concepciones de la ética ni a la experiencia de nuestros tiempos. Los neo-malthusianos la han abandonado; observan que en los países viejos concurren cuatro frenos, por hecho natural, de la sociedad o del individuo, a la obra de limitar la población y son: el celibato, la prostitución, la miseria y la prudencia sexual. Por poco que se reflexione y se admita que la sociedad debe ser la cosa del individuo –y no el individuo cosa de la sociedad- se comprenderá que si la sociedad de los viejos países (o mejor la clase directora y poseedora) puede considerar sanamente preventivos y favorecer frenos tales como la continencia y la prostitución, el individuo, en cambio, debe rechazarlos con todas sus fuerzas porque son cadenas de esclavitud. Por lo demás, y en realidad, el celibato y continencia y la prostitución no son de ningún modo queridos de los individuos que a ellos se entregan; son necesidades que sufren o por falta o por temor a verse faltados de subsistencias, necesidades que, consiguientemente, se confunden con la miseria para no formar con ésta sino un solo freno único represivo.

No shallamso, por tanto, en presencia de dos frenos principales: uno, represivo, doloroso; la miseria bajo sus múltiples aspectos; el otro, preventivo, por consiguiente capaz de suprimir el precedente; la prudencia sexual.

A la humanidad toca escoger uno u otro.

 II

Desde que la verdad de la ley malthusiana nos convence, lógicamente debemos preocuparnos en limitar la población al nivel que requiere la cantidad de subsistencias disponibles, con la ayuda de los medios no dolorosos sugeridos por la actividad humana, es decir, sustituyendo al freno represivo miseria, el freno preventivo prudencia sexual. Esto practican los neo-malthusianos.

Malthus, que era sinceramente bueno, se preocupaba de esto. Pero este buen hombre era religioso. Lo que hubiera podido hacer su bondad, se lo impedía el dogma. Se ha podido observar que en su clasificación de los frenos, Malthus comprendía en la categoría del vicio, la prudencia procreatriz que hoy preconizan los neo-malthusianos. Para todo aquel que piense libremente, es perfectamente absurdo considerar como vicio la esterilidad voluntaria, por el motivo que el individuo que se aplica a obtenerla no practica simultáneamente la continencia, mientras que la misma esterilidad será calificada de virtud cuando la acompaña la continencia; pero esto se comprende perfectamente en el cerebro de un sacerdote cuidadoso de hacer respetar los dogmas de su iglesia.

Por esto el medio de Malthus era, ante todo, “moral”. Era la moral restreint, expresión que traducen imperfectamente las de reserva moral y de prohibición moral. La moral restreint quiere significar el celibato mientras el hombre no puede subvenir a las necesidades de una decadencia eventual, la castidad absoluta en el celibato, la gran moderación procreatriz hasta en la unión conyugal y el retorno a la completa abstinencia después del nacimiento de un número de hijos muy restringido. En esto reconocemos en Malthus a un antepasado de Beranger.

El remedio de Malthus equivalía al mal que trataba de combatir. Acaso era peor que el mismo mal. En todo caso atestigua un desconocimiento radical de la gran ley fisiológica del ejercicio. Además de que su naturaleza fue una de las razones de la impopularidad reservada a la memoria de este economista, fue también una de las causas más importantes del retraso en tener en cuenta la ley de la población en la clase social que más necesitaba prestarle atención: el proletariado. Desviose de esta doctrina que, para asegurar el pan a la humanidad, la privaba de una cosa que multitud de arraigados prejuicios hacíanla considerar generalmente como derivada de una necesidad secundaria: el amor, ante cuya privación todo el mundo retrocede, prefiriendo la falta de pan a la falta de amor.

Sería, de todos modos, necesario entenderse sobre el significado de este vocablo “amor” y para esto, disociar las ideas particulares que constituyen su idea general.

Trátase aquí de la satisfacción de esto que Letourneau llamó “la necesidad de la voluptuosidad”, impropiamente llamado hasta el presente la necesidad de la generación. La atracción poderosa que nos lleva a buscar las relaciones sexuales no es, en la mayor parte de los casos, la necesidad de engendrar hijos; “es el deseo de experimentar la impresión más voluptuosa de que es susceptible el hombre” (Fisiología de las pasiones), Pero no hay placer sin pena, dice un refrán, y el amor es un lazo que al hombre tiende la naturaleza, agrega otro. El neo-malthusianismo suprime la pena que antes, gracias a la ignorancia, era inherente a la voluptuosidad, y la generación deja de ser una trampa para transformarse en su acto consciente.

La época de Malthus se había detenido en la cristiana y espiritualista “verdad”: amor-procreación. El mismo Malthus, cristiano por excelencia, puesto que era pastor protestante, un cristiano completo en el sentido stirneriano de la palabra, fue incapaz de separar estas ideas y forjar la “verdad” nueva, atea y materialista, de nuestros tiempos: amor-voluptuosidad.

Por el hecho de su error, Malthus anuló para mucho tiempo el fruto de su importante descubrimiento. La moral restreint debía dar, según él, pero con sufrimiento del que no se daba cuenta, los mismo resultados que sus continuadores más ilustrados pretenden dar sin sufrimiento, gracias a la evolución de las ideas morales y al conocimiento más profundo de la fisiología en nuestra época. Pero no podía por esto ser aceptada fácilmente porque es contraria a la naturaleza humana; por esto la miseria florece más cada día en este viejo mundo en espera de invadir el nuevo. Y no es el deseo de libertárselo que falta a los hombres sino los conocimientos científicos.

En 1820, cuando se comprobó la bancarrota del maltusianismo, aparecieron en Inglaterra los primeros neo-malthusianos. Estos se distinguen sobre todo de los malthusianos primitivos por la naturaleza del remedio que aporta a la ley de la población. Se esfuerzan en resolver la antinomia que expresa el dilema malthusiano: carecer de pan o carecer de amor y unen estas dos pasiones igualmente vitales, antagónicas presentamente, pero que cesan de serlo desde que la ciencia les presta su apoyo.

En 1854, uno de los más notables, el malogrado Dr. Jorge Drysdale, que murió hace poco, publicó esta biblia del meo-malthusianismo que lleva por título Elementos de ciencia social, libro admirable que todo hombre y mujer debiera leer desde su juventud, libro traducido a todas las lenguas europeas y en el que todos los hechos sociales, todos los actos humanos están juzgados según el criterio de la filosofía determinista más rigurosa, y por consiguiente, la más generosa. “La pobreza –escribe su autor- es una cuestión sexual y no una cuestión de política y de caridad; no se puede remediarla sino con remedios sexuales”. ¿Qué medios son éstos? No nos pertenece extendernos aquí sobre este particular, extensamente desarrollado en Elementos de ciencia social, y, sobre todo, el explícito folleto, Medios de evitar las familias numerosas.

El conocimiento de la ley de la población y de su remedio comenzó en Francia hace pocos años entre el proletariado y esto gracias a los esfuerzos de un hombre querido a los innovadores sociales por su bello experimento pedagógico de Cempuis, Pablo Robin, sabio que en 1895 fundó la Liga de regeneración humana, sociedad internacional que con su órgano Regeneration se extiende grandemente.

Inglaterra y Holanda poseen una organización poderosa; la primera desde 1877, con la Malthusian League y su periódico The Malthusian; la segunda desde 1895 con la Niew Malthusianische Bond. En Alemania existe el Sozial harmoniche Verein desde 1893 con su periódico Sozial Harmonie. A estas asociaciones nacionales hay que añadir diversas secciones belgas, españolas y americanas de más reciente fundación. En fin, desde la Conferencia Internacional de 1900 estas diferentes Ligas están unidas en Federación universal. Si el argumento patriótico de los procreatomanos no tuviera ya en sí ningún valor, encontraríase bastante debilitado por el hecho de esta inteligencia internacional.

Lo que prueba la importancia de la cuestión, la vitalidad de la doctrina y la necesidad de la acción, es que la literatura y el teatro en Francia se han apoderado del tema para vulgarizarlo, como lo atestiguan las obras de la joven escuela fisiológica, según la afortunada expresión de Miguel Corday. Citemos Maternité, Les avariés de Brieux, La Grappe, de Mauricio Landay, Venus o les deux risques y Sésame ou la maternité consentie, de Miguel Corday, y L’Ensemencée, de J. H. Caruchet, etc. etc.

Todo esto, se nos dirá, es de poca importancia comparado con la inmensa miseria. Sin duda, pero la acción neo-malthusiana, joven en la actualidad, se ampliará, no cabe dudarlo, y como la prudencia sexual se identifica tan íntimamente con el interés del individuo, en su personalidad tanto como en su asociación, que le basta conocer los medios para utilizarlos, nos es permitido asegurar que se generalizará en un porvenir tanto más próximo cuanto que los humanos habrán sustituido su mentalidad religiosa por una mentalidad científica. Sea lo que fuere, desde luego asegura ya al individuo consciente la posibilidad de un mejor bienestar inmediato.